Capítulo 26: Miedos 🧑‍⚖

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Fue iluso de mi parte pensar que Martín no podría hacer nada más que me afectara después de tantos desplantes de su parte

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Fue iluso de mi parte pensar que Martín no podría hacer nada más que me afectara después de tantos desplantes de su parte. Soporté cada uno de ellos con la firme convicción de cerrarle la boca una vez le pusiera enfrente al culpable de todo.

Su amenaza me toma por sorpresa y a la vez no. Quizá debí haberme guardado esa sospecha hasta indagar un poco más y conseguir averiguar qué es eso que tanto se empeñan por ocultar, sin embargo, por mi cabeza jamás cruzó la posibilidad de que Martín escuchara mi conversación con la fiscal, o más bien parte de ella.

—¿Cómo tienes ese video? —le pregunto, curiosa—. Desconecté las cámaras al entrar.

—No tengo la grabación de todo lo que sucedió. Solo todo lo que hiciste afuera, desde la llamada, hacia el papel que tiraste por la ventana hasta cuando cruzaste el muro. Todo lo grabé con mi celular. —Cierro mis ojos.

—Estabas allí —afirmo con certeza.

—Quería ver que eras capaz de hacer. Le pagué a los guardias para que no te dejarán verla. —Parece apenado, pero me importa muy poco—. Cuando te vi hacer aquello, te admiré en silencio.

—Pero eso no te impidió que me grabaras para tener un arma para destruirme. —Agacha la mirada. Ahora se arrepiente. No le creo nada.

—No quería usarla, Antonella, pero no puedo dejarte hacer lo que estás haciendo. —Por un lado, lo entiendo, pero por otro, no puedo ponerme en su lugar si no me dice qué pasa.

—Entonces como venganza, ¿vas a destruir la mía? Aunque bueno, ¿qué se supone que vas a destruir si apenas estoy comenzando? —Una lágrima traicionera sale de mis ojos sin yo poder evitarlo—. Felicidades, vas a lograr lo que siempre has querido desde que me conociste.

—Me arrepiento de todo eso. Soy consciente de mi error. No quiero hacerte esto, Antonella.

—Ya lo has hecho

—Es la única forma de que pares lo que has empezado —aclara.

—Te equivocas. Si hay otra manera. —Me mira—. Dime para qué Donato envió ese dinero.

—No puedo hacerlo —dice, negando.

En ese momento, mi teléfono suena avisando que tengo un mensaje. Observo como el de Martín suena también casi al mismo tiempo que el mío. Es la fiscal avisando que el juicio fue programado para dentro de dos meses.

Cierro los ojos ante lo que esto significa. Dos meses es casi el tiempo que llevo tras el culpable sin poder dar con nada en concreto. Las dudas se ciernen sobre mí y eso sumado a la recién amenaza de Martín, me pone más nerviosa.

—Nos vemos en dos meses en el juzgado —le digo tras guardar mi teléfono al tiempo que abro la puerta sin esperar una respuesta de su parte.

Llego al apartamento como alma en pena. Me siento mal por todo. No quería que las cosas sucedieran de esta manera. Sin embargo, terminamos volviendo al principio: siendo enemigos a matarse en el tribunal. Eso si es que llego a pisarlo tras ver lo que tiene entre las manos, es difícil saber.

—Antonella, ¿qué pasó? —Anna llega y me sostiene al verme.

—Pasa que todo va de mal en peor.

—¿Por qué dices eso? —Me sienta en el sofá y tiro la cabeza hacia atrás.

—Bueno, a ver por dónde empiezo...

—Por el principio. No has querido contarme que pasó en el simposio en Roma —me recuerda. Es cierto.

—Pues en el simposio todo empezó muy bien. Yo estaba muy emocionada y él se veía contento a mi lado. Me presentó a muchas personas. Sin embargo, la cagó. —Anna niega con la cabeza, suspirando—. Hurgó en mis cosas y encontró datos del caso que no le proporcioné siguiendo tu consejo de no decírselo todo. —Asiente—. Lo escuché hablando con tu marido, pidiéndole explicaciones. Después tu llamada, me dejó muy desconcertada. Cuando le reclamé no me dijo lo que quiero saber. Nos besamos

—¡Joder, al fin! —dice y niego—. Las circunstancias no son las mejores, pero bueno.

—No he terminado. Falta la peor parte. —Anna me incita a seguir hablando—. Fui con la fiscal en la mañana para pedirle una orden para buscar los vuelos en el aeropuerto y me preguntó cómo iban las investigaciones. Le hablé de Martín y Donato por la llamada y no conté con que él estaba escuchando todo. Para no hacerte el cuento muy largo, me amenazó hace unos minutos con un video con todo lo que hice en la estación para poder entrar a verte cuando te detuvieron.

—¡Maldición, es grave la cosa! —Asiento.

—Me puede traer problemas si lo muestra.

—No lo hará.

—Ojalá pudiera tener la misma certeza que tú. Está encubriendo a tu marido con algo.

—¿De qué?

—Ahí radica el problema. No me quiere decir qué sucede. Le transfirió una suma considerable a su primo.

—Eso es muy raro. Déjame hacer una llamada.

La veo perderse en la puerta de su habitación durante los próximos diez minutos donde yo no logro más que visualizar escenarios poco agradables en mi cabeza sobre lo que puede pasar si Martín hace lo que dijo.

—Nena, Donato no tiene ninguna deuda con la empresa de Dante para haber transferido ese dinero. —La preocupación se evidencia en su rostro—. ¿Estará metido en algún negocio sucio?

—¿Martín sería capaz de cubrir algo así? —pregunto.

—No lo sé. Aquel día estaba desesperado. Incluso terminamos...

—¿Qué?

—Haciendo el amor. —Suspira con pesadez—. Quiero odiarlo por cómo se ha comportado conmigo en este tiempo, sin embargo, el amor que siento por él, lo hace imposible. No puedo evitarlo.

—Te entiendo un poco.

—Lo sé. Estás empezando a sentir algo por Martín y es por eso que estás tan dolida y decepcionada de él. —Asiento dándole la razón.

¿Y ustedes que sienten por Martín?

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¿Y ustedes que sienten por Martín?

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