No estaba tan borracha, pero los tres tragos que me tomé ya no me hacen nada después de semejante amenaza. Tras decir aquello simplemente me soltó y se fue. El culpable está más cerca de lo que yo pensaba.
Me siento una imbécil por haberlo tenido enfrente y no haber podido detallar nada que me diera indicios de quién es. Su voz no me suena a la de ningún trabajador de Arrazi d' oro. Es una realidad que tampoco hablé con la plantilla de la empresa entera. Fui descartando personal que a mi entender no debe de estar involucrado en nada.
Dejar el caso no es una opción que cruce por mi cabeza, pero tampoco es una permitir que lastimen a Annalisa. Observo el reloj de mano dentro de mi auto. Son las dos de la madrugada. Pongo mi frente en el timón valorando la posibilidad de llamarle o no y finalmente, decido hacerlo.
Quiera admitirlo o no, no puedo resolver esta situación sola. Martín si sabe lidiar con este tipo de problemas, por tanto, por la seguridad de Anna y la mía propia, es la mejor opción que tengo en este momento.
Marco su contacto con la mano temblorosa aún con todo lo que sucedió. Me llevo el teléfono al oído, observando a mi alrededor a ver si el sujeto está merodeando. Sí, admito que tengo miedo.
—¿Antonella? —responde tras el cuarto timbre de la misma forma a cuando lo llamé para aceptar la colaboración, solo que esta vez se nota que lo he despertado.
—Sí, soy yo —afirmo por si todavía no se lo cree.
—¿Qué ocurre? —inquiere.
—Necesito verte. —La línea se queda en silencio—. Ahora.
—¿Está todo bien? —Ahora su voz adormecida, se escucha preocupada.
—No. —Niego con mi cabeza como si él pudiera verme. Ridículo de mi parte—. ¿Puedo ir hasta tu departamento?
—Sí, aquí te espero —responde de inmediato.
—Estaré allí pronto. —Tras decir aquello, colgamos la llamada.
Manejo por las calles desoladas. Estoy mirando la carretera, pero mi mente solo piensa en que lo tendré en frente de nuevo. No puedo evitar que mis nervios se disparen. Llego en quince minutos y suspiro, observando el edificio para después bajar.
Cuando toco su puerta, mi mano tiembla. Siento que me voy a quedar muda cuando me abra. Me recibe con un conjunto de pantalón y camisa negra de dormir que se ajusta a su cuerpo como una segunda piel. La tensión podría notarla el amable conserje del edificio aún con la distancia. Con la mirada me indica que pase y por un instante no sé con qué palabras empezar, hasta que decidida, lo enfrento dándome la vuelta.
—Necesito tu ayuda, Martín. —Su rostro desconcertado, me recibe.
—¿Estás borracha? —pregunta, haciendo un rápido escaneo a mi vestimenta de: estoy disponible para ti.
—Fui a beber para olvidarme de... —Las palabras mueren en mi boca al darme cuenta de la locura que iba a decir. Martín muestra una sonrisa ladeada—. Pero los tragos se me bajaron luego de que salí del baño porque no pude... —Ya iba a meter la pata de nuevo.
Dios, Antonella, concéntrate. Martín solo se ríe.
—A la salida del bar recibí una amenaza —suelto para volver al tema importante.
—¿Estás bien?, ¿te hicieron daño?, ¿quién fue? —Martín realiza varias preguntas de forma atropellada.
—Estoy bien, tranquilo. No te preocupes —le respondo para que se calme. Él asiente y me jala de la mano para abrazarme.
—No voy a permitir que te hagan daño, Antonella —susurra contra mi cabello sin separarse de mí—. Te lo juro. —Escucharlo ha provocado que una calidez que no siento desde la muerte de mis padres se instale en mi pecho. Esa sensación de que tienes a alguien que hará todo por ti.
Martin de verdad me quiere, de verdad se preocupa por mí y lo que me pueda suceder. Ninguno de los dos quiere romper el abrazo, pero lo hago para encararlo. Me observa interrogante y suspiro.
—No soy la única que está en peligro. —Alza las cejas—. Ese hombre me amenazó con matar a Anna. Está empeñado en perjudicarla. Me pregunto quién puede odiarla al punto de desear su muerte.
—No tengo idea, Antonella. Desde que la conozco nunca he visto una mala acción de su parte para que alguien quiera dañarla tanto.
—Anna es una buena mujer que no merece nada de lo que le está pasando.
—Sí. Tienes razón. Todos nos hemos equivocado al juzgarla y condenarla sin saber la verdad —dice y puedo notar arrepentimiento en su voz.
—Ahora solo debemos protegerla. Eso es lo más importante ahora, Martín.
—Tienes que convencerla, Antonella. —Arqueo las cejas, sin entender, ¿convencerla de qué? Cuando sepa que está en peligro no pondrá problema—. Tienes que convencerla de irse a vivir con Donato. —Oh, eso ya es más complicado.
—Haré lo que pueda. —Él asiente—. Sabes lo difícil que está siendo la relación entre ellos dos. Anna lo está intentando porque al final Donato es el padre del hijo que espera.
—Sé que muy en el fondo se siguen amando —alega Martín y tiene razón. Se acostaron mientras Martín y yo estábamos en Roma en el simposio.
—Sí. Lo hacen. —Él frunce el ceño ante mi seguridad.
—¿Me perdí de algo?
—Puede. —Sonrío.
—Antonella yo... —Hace una pausa—. Quiero pedirte perdón por lo de aquel día. Me salí de control y no pensé con claridad cuando te amenacé. Me sentí indefenso ante lo que puede significar tu acusación con la fiscal. —Cierro los ojos. Suspiro.
—Ambos actuamos mal, Martín —admito—. Yo no debí haberle dicho eso a la fiscal sin tener pruebas contundentes. Aunque tengo que admitir que lo hice más por rabia que por otra cosa.
—¿Rabia por qué?
—Me molestó mucho que no confíes en mí. Sin embargo, no puedo reprocharte eso porque yo tampoco lo hago —admito con pesadez.
—Cambiaré eso —alega con seguridad.
¿Ideas? ¿Teorías? Jajajaja.
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Defendiendo la Verdad
ChickLitDos abogados un matrimonio roto Una empresa envuelta en un desfalco donde no se sabe quien es el culpable. En esta historia te aseguro mucha intriga entre el caso y descubrir quien es el verdadero culpable. Dame la oportunidad y no te arrepentirás.