Capítulo 20: Haremos un buen equipo 🧑‍⚖

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La línea se quedó en silencio por un par de segundos

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La línea se quedó en silencio por un par de segundos. Parece ser que mi respuesta le había tomado por sorpresa tanto como la llamada en sí. Me lo podía imaginar analizando todo aún conmigo en línea, lo malo es que no sabría hasta dónde irían sus pensamientos.

—Me tomaste desprevenido —admite y una tonta risita escapa de mi boca, tengo que cubrir el teléfono para que no lo note. No sé si fallé en el intento.

—No hagas que me arrepienta. —Es más bien una amenaza. Sé que juntos podríamos ser un buen equipo, pero mi cabeza no para de pensar en la otra cara de la moneda y que todo puede salir mal.

—No te arrepentirás. —La seguridad en su voz me cautiva. Quizás por eso chocamos tanto. Esa seguridad que desprende con su experiencia, es la misma que he demostrado yo todo este tiempo—. Entonces, ¿cuándo empezamos? —inquiero. Necesito avanzar con la investigación y aunque seré cautelosa, necesito dar con esa prueba que necesito lo más pronto posible y con Martín de mi lado, algo me dice que lo tendré muy pronto.

—¿Ansiosa por trabajar con su gran admirador, señorita Marchetti? —La burla en su voz es más que evidente. No sé qué rayos paso por mi cabeza para haberle dicho semejante barbaridad. Yo misma hice que su egocentrismo estallará como un cohete.

—Estoy segura que su antigua admiradora —aclaro el punto—, tiene mucha información relevante, al contrario de usted. —Joder, que ni trabajando juntos podemos dejar de pincharnos las cosquillas. Eso es un don de ambos.

—Eso no lo discuto. Estoy convencido de que con la información que tienes, más la poca que tengo yo, lograremos hallar algo que resuelva esto de una buena vez. —Me quedo en silencio, este hombre me va a volver loca, está admitiendo que tengo razón. Acostúmbrate, Antonella, me dice mi subconsciente—. Sin embargo, discrepo en lo otro, sé que muy en el fondo me sigues admirando a pesar de nuestra polémica relación al principio.

—No voy a discutir contigo, Martín. Una de las condiciones para que esto funcione es tratar de llegar a un acuerdo en cuanto a todo —afirmo.

—¿Tienes condiciones? —inquiere.

—Por supuesto, no pensarás que voy a dejar que lleves la batuta en esto, ¿o sí? —El silencio en la línea me lo confirma. Pobre tonto— Ya veo, no te preocupes, hablaremos de eso mañana. Necesitamos vernos.

—Estoy de acuerdo. ¿Te parece bien si nos vemos en el apartamento que tengo aquí? Tengo una pequeña oficina en la que podremos trabajar más cómodos —sugiere—. No tengo nada en contra de tu mesa improvisada, pero creo que aquí será mejor.

—De acuerdo, en tu apartamento mañana. Mándame la dirección en un mensaje y allí estaré en la mañana —aviso.

—Perfecto. Nos vemos mañana —se despide.

—Adiós.

El resto del día organizo todo lo que voy a mostrarle a Martín. Como bien me aconsejó Anna, no será todo, solo lo más relevante partiendo de lo que los dos tenemos en las manos. Con la información que me dio Anna acerca de que los dos sospechamos de Alonzo y Giovanni, empezaremos por ahí.

Me despierto en la mañana, mortalmente temprano. El reloj marca las seis de la mañana. Me levanto sola sin que suene la alarma cuando estoy nerviosa. Admito que lo estoy. Independientemente de nuestras diferencias y de todas mis dudas con respecto a su propuesta, será muy bueno tener a un guía como él, con su experiencia en el campo, con sus contactos etc.

Opto por un look cómodo como los que siempre uso para trabajar. Un pantalón alto, una blusa roja ajustada a mi cuerpo y una chamarra negra, unos tacones bajos y mi cabello rojo suelto. Me maquillo un poco dándole un poco de color a mi rostro pálido y salgo del cuarto metiendo todo en mi cartera.

—Buenos días, Anto. ¿A dónde vas tan arreglada? —Alzo la ceja ante su término arreglada. Voy muy normal. Me observo en el espejo de la sala y no veo nada diferente.

—Ayer hablé con Martín tras mucho pensarlo y seguí tu consejo: trabajaremos juntos. —Una sonrisa se asoma en su cara, además de una mirada picarona.

—Qué bueno. Espero que todo sea más fácil de ahora en adelante. —Entiendo su alegría. Tener a un abogado como Martín buscando todo para culparla no debió ser fácil. Menos mal que eso ya cambió—. Bueno, ven a desayunar que necesitas energía para el día que te espera.

Tras el desayuno donde le pregunté cómo está el bebé, puesto que ayer no le pregunté, me aseguró que en unas dos semanas el peligro pasará porque ya habrá pasado el primer trimestre que es el más peligroso, y que su doctora le aconsejó seguir de reposo.

Manejo guiándome por el GPS a la dirección que me envió Martín anoche tras colgar la llamada. La calle a esta hora de la mañana es un caos. Me tomó casi una hora llegar.

Toco la puerta con insistencia tras algunos minutos donde nadie responde. ¿Habré llegado demasiado temprano? Observo mi reloj y gracias al caos de la carretera son casi las diez de la mañana. Cuando voy a agarrar el móvil para llamarle, la puerta se abre mostrándome un panorama que hace que mis hormonas se disparen.

Ante mí aparece Martín con un pantalón deportivo y el torso descubierto. Parece que lo agarre estando en la ducha porque de su cabello negro escurre agua hacia su torso trazando un camino el cual yo quisiera recorrer. ¡Quién fuera esa gota de agua!

—Buenos días, no te esperaba tan temprano —admite soltando la puerta mientras sigue en la labor de secarse el pelo. Joder, como algo tan simple puede resultar ser tan sexy—. ¿Vas a pasar o te quedarás en la puerta? —Martín me despierta de mi sueño húmedo. Asiento, sonrojada, creo que mi cara está peor que mi cabello.

Detallo el apartamento a medida que me adentro en él. Está pintado en tonos neutros, dándole un aire frío. A este lugar le falta el mismo color que le hace falta al dueño. Observo la esquina y veo un gran escritorio con todo lo que necesitamos para poder trabajar.

—¿Has desayunado? —pregunta—. Lo siento, hoy me he quedado dormido —admite lo que noté en cuanto me abrió la puerta.

—Sí, desayuna con calma mientras yo me acomodo aquí —digo al tiempo que simulo sentarme en el escritorio de madera. Él no quita la mirada mientras toco la balanza de la justicia que es lo único que adorna el inmenso escritorio.

—Al menos tomate un té conmigo. —Frunzo el ceño—. ¿No te gusta?

—Sí, sí me gusta. Solo me sorprende.

—¿Cómo lo prefieres?, ¿con azúcar o sin azúcar?

—Siempre lo he tomado sin azúcar.

—De acuerdo —dice metiéndose a la cocina aún sin ponerse algo que lo cubra. Lo observo desde mi posición, viéndolo moverse como un experto en el arte culinario. Cuando se pone frente a mí para dejarme la taza, veo más de cerca ese tatuaje que le cubre parte del pecho y el hombro.

¡Qué bueno está este hombre!

—Cuéntame, ¿qué es lo que tienes del caso? —inquiere mientras desayuna—. ¿Qué? No me gusta perder el tiempo. Mientras yo desayuno tú puedes irme adelantando algo. —Asiento.

¿Será que nuestra Antonella está cayendo en los encantos de Martín sin él esforzarse y sin ella notarlo?

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¿Será que nuestra Antonella está cayendo en los encantos de Martín sin él esforzarse y sin ella notarlo?

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