Capítulo 3: Primeros problemas 🧑‍⚖

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Tras colgar la llamada con una Annalisa desesperada, salgo disparada a arreglarme decentemente para ir a la estación donde la detuvieron

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Tras colgar la llamada con una Annalisa desesperada, salgo disparada a arreglarme decentemente para ir a la estación donde la detuvieron. Por teléfono no pudo darme demasiados detalles. Pude escuchar la voz de lo que supongo sea una pesada mujer policía diciendo que su tiempo se estaba acabando. Son una verdadera molestia.

En cuanto termino, que me veo al espejo, parezco un mapache con papeles y bolis marcados en la cara de cuando me quedé dormida. Que lata. He usado más maquillaje en dos días que en una maldita semana. Las calles están desoladas, a esta hora ya todos se encierran en sus casas, por tanto, tengo un viaje bastante tranquilo para poder sobrellevar el lidiar con los policías de la estación.

Al entrar en el recibidor hay dos personas, una mujer y un hombre, como mencioné anteriormente, la mujer es una borde y además de vulgar, tiene mal aliento, lo sentí por lo cerca que hablaba de mi cara para lograr intimidarme. Ridícula, sino me intimidó Martín, no lo hará esta mujer.

Salgo de allí con una respuesta negativa para poder hablar con ella. Suspiro con frustración, eso no se va a quedar así. Me quedo en la oscuridad con la idea de que tal y como en muchas películas, la mujer se va porque acabó su turno y se quede el hombre que parece más amable que la mencionada, pero eso no ocurre para mi desgracia.

Un chip se enciende en mi cabeza dando paso a la mayor locura que voy a cometer en mi santa vida. Cierto es que he hecho muchas barbaridades, pero como esta, creo que ninguna.

—Aló, oficina de bomberos, ¿en qué puedo servirle? —Al escucharlo me arrepiento de haber llamado, pero aun así continuo.

—Buenas noches —pronuncio bajito, rogando que nadie me escuche—, quiero reportar un pequeño incendio en la estación 0036, la más cerca del juzgado. Uno de los almacenes tiene fuego y es necesaria su presencia enseguida.

El hombre comienza hablar preocupado por la situación, haciendo mil preguntas donde invento mil respuestas que todavía no sé cómo me las cree. Al colgar, camino alrededor y doy con lo que buscaba, una ventana.

Hoy es de esos días donde agradezco que Luciano fume y siempre traiga una fosforera en la cartera porque él siempre olvida la suya cuando salimos. Agarro una hoja que no sirve para nada, la prendo y la coloco en la ventana. No quiero causar una explosión, solo busco distraer a la parejita de polis.

Escucho que se enciende una alarma que me quiere reventar los tímpanos y es mi oportunidad. Al entrar no hay nadie en el recibidor y voy a mi próximo objetivo: la cabina de cámaras, la encuentro enseguida, predecible. Borro las grabaciones de la última hora desde que llegué y desconecto todo para hacerlo pasar por un fallo técnico.

Días como hoy, agradezco aquel hermoso chico con el que salí por algún tiempo, resultó ser muy inteligente y algo loco. Él fue quien me enseñó lo de las cámaras cuando un día se me ocurrió una locura menos traviesa que esta, pero si nos agarraban por las cámaras del centro comercial, estaríamos en problemas. En silencio le agradezco donde quiera que esté por haberme enseñado.

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