Capítulo 33: Un gran día para mí 🧑‍⚖

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El tiempo parecía pasar en cámara lenta

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El tiempo parecía pasar en cámara lenta. El reloj de pared parecía no avanzar. Me encuentro en casa de Donato. Cuando la fiscal se fue pidiéndole una disculpa con la mirada por la situación que desencadenó, se fue, aunque dejó claro que tendría que pagar una penalización porque, aunque la empresa sea suya, no está permitido sacar dinero de la empresa para fines personales.

Anna no puso trabas en continuar quedándose aquí a pesar de ello. Ella sabe cuál es la razón por la que está aquí y ahora yo también. Decidí salir de casa de Martín, sin embargo, no logré dar por finalizada nuestra historia. Solo le pedí un tiempo a solas para aclarar mi mente, pensar en lo nuestro y él con dolor, aceptó mi decisión, solo me pidió que fuera a casa de Donato con Anna, que allí él podría apoyar desde la distancia y estar seguro de que no corro peligro.

Me despidió en la entrada de casa de Donato con un beso que me supo tan amargo como delicioso. Sus besos siempre eran elevarme a una nube, sin embargo, en este beso sentí dolor y temor de que fuera el último, así que simplemente lo volví a besar para recordarme su sabor cuando lo extrañe. Bajé del auto sin volver a mirarlo, si lo hacía, era muy probable que mandara todo lo a la mierda y regresara a su lado.

Al día siguiente, despierto extrañada tocando el lado de la cama vacío, dándome cuenta que estoy sola, que él no está a mi lado y no porque él quiera, sino porque así se lo pedí. Tomo una ducha en la gran bañera que sirvió para relajarme hasta que recibo un mensaje que interrumpe mi baño relajante.

El mensaje me hace soltar un chillido de emoción. Es la respuesta de un bufete que me acepta como abogada en pequeños casos civiles. Tendría supervisión, pero no me importaba. Justo eso deseo, ejercer mi carrera, pero teniendo expertos que me guíen en el camino para convertirme en la profesional que sé que puedo ser.

Salgo con una sonrisa del cuarto que me asignaron luego de salir del baño y arreglarme para mi primer día de trabajo en el bufete y voy a la cocina para desayunar. Es la comida del día que más disfruto.

Al llegar, en la cocina solo están dos muchachas que me informan que los señores no bajaron a compartir la mesa, cada uno pidió una bandeja. Suspiro con pesadez. Anna no quiere ni cruzárselo y Donato no quiere ver la tristeza en los ojos de Anna, vaya dilema.

Tras desayunar como Dios manda, le doy las gracias a la amable muchacha y me encamino a la habitación de Anna para ver como está y de paso darle la noticia que ayer no pude darle por todo el caos que había en esta casa cuando llegamos.

—Hola, hermosa —la saludo entrando a la habitación decorada muy al estilo de Anna, en colores pasteles—. ¿Qué tal amaneciste?

—Todo lo bien que puedo estar después de saber que mi marido, el hombre que amo con todas las fuerzas de mi alma, me engañó —dice con amargura sin soltar una lágrima. Supongo que se le secaron. Ha llorado lo suficiente en todo este tiempo y siempre por la misma causa.

—Creo que deberías escucharlo —admito. Ayer cuando lo dijo, una corazonada dentro de mí quería pedirle la historia completa, pero decidí callarme para evitarle más dolor a Anna al escuchar aquello que no sé cómo puede no ser algo lo suficientemente malo.

—Ni hablar, Antonella. —Muy en el fondo entiendo su negativa. Ha sido demasiado.

—De acuerdo, tranquila. ¿Te gustaría escuchar una buena noticia entre tantas cosas malas? —digo sonriendo, sentándome en su cama brincando como niña pequeña. Ella sonríe ante mi alto de madurez.

—¿Qué sucedió?

—Tengo trabajo en un bufete. —Y al contrario de lo que pensé, Anna empieza a llorar y la observo preocupada.

—No me hagas caso, son las hormonas del embarazo que me ponen sensible, puede parecer llanto de tristeza, pero es de felicidad. Estoy muy feliz por ti, ¿cómo fue?

—Gracias a... —Su nombre se queda atorado en mi garganta.

—Vale, ya sé. Supongo que volvieron al mismo punto de partida por lo de ayer. —Asiento.

—No lo abandoné de forma definitiva. Solo darme un tiempo para pensar en todas mis posibilidades —zanjo.

—Sí, piénsatelo bien. Sé que Martín hizo mal, sin embargo, lo comprendo, son muy amigos y lo de ustedes apenas está comenzando. —Ella tiene toda la razón, por eso le dije que nos tomáramos un tiempo.

—Lo haré —le prometo—. Te veo luego hermosa. Hoy es mi primer día. —Ella asiente, sonriendo. Le doy un beso y salgo.

Estoy buscando en el bolso las llaves de mi auto cuando choco con alguien, al subir la mirada, veo a un Donato ojeroso, se nota que no pegó ojo en toda la noche.

—Perdón —digo.

—No te preocupes. ¿Cómo está? —dice señalando el lugar del que acabo de salir.

—No mucho mejor que tú —admito—. Solo déjala. —Asiente con pesadez.

—Solo quiero un momento para explicarle lo que sucedió —alega.

—Lo sé, pero entiéndela, es demasiado reciente. Está dolida por la traición.

—Le daré tiempo, pero necesito que me escuche.

—Mas no que te perdone —aclaro—. Dudo que lo haga después de tantas meteduras de pata.

—Haré lo que tenga que hacer —admite. No se rinde aun cuando la batalla no tiene por donde ganarla.

—Suerte.

—Gracias. La voy a necesitar.

Me subo en mi auto feliz de mi nuevo comienzo, aun cuando la vida de Anna está patas arriba. Por un lado, me siento mal por ella, pero no puedo negar lo feliz que estoy cuando por fin empiezo a ver el final de la escalera.

Una vez llego, un letrero gigante con el nombre del bufete me recibe. Cuando digo mi nombre me dirigen a la oficina de uno de los socios. Es un señor mayor que me trata con mucha amabilidad. Me hace un recorrido por las instalaciones que tiene dos pisos y me asigna una oficina compartida con otra chica que está comenzando igual que yo. Enseguida simpatizamos la una con la otra.

A media tarde, casi a mi hora de salida, recibo una llamada en mi celular, al ver quién es, frunzo el ceño. ¿Qué habrá pasado? ¿Habrá alguna buena noticia?

—Hola Antonella, ¿cómo te encuentras?

—Hola, señora fiscal. Estoy muy bien. ¿A qué debo su llamado? —Detesto la espera. No me gusta que me anden con rodeos. Conmigo, directo al punto.

—Te llamo para que sepas que tengo la orden para buscar los vuelos. —Esa es una buena noticia.

—¿Podemos encontrarnos allí? —pregunto.

—Claro. Nos vemos en el aeropuerto en media hora, ¿está bien?

—Está perfecto. Nos vemos pronto —cuelgo la llamada y mi sonrisa se agiganta. Está siendo un gran día para mí.

Menos mal que mi horario de trabajo está próximo a terminar. Voy y me presento ante mi jefe para solicitarle salir antes. Le explico que es a causa del caso en que estoy trabajando, del cual está enterado y me deja marchar quince minutos antes de mi horario de salida. Tampoco hay mucha diferencia.

Llego justo a tiempo a pesar del tránsito tan malo que hay a esta hora con todos saliendo de sus puestos de trabajo. Junto con la fiscal, que trae la orden en mano, nos dirigimos a la recepción. La mujer luce preocupada ante nuestra presencia, sobre todo la de la fiscal que le enseñó su placa.

Pedimos el registro de tres personas: Giovanni Vitale, Alonzo Keller y Lorenzo Ferri. Se encuentran tres pasajes con dos destinos diferentes, una mujer que viajó a Alemania junto a Lorenzo y otro del abogado, pero no es a Alemania, si no a Suiza donde tengo entendido que vive un familiar cercano, todos en el mismo día.

Defendiendo la VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora