CAPITULO 7 (II)

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Segunda parte

León

Salteamos algunas piedras sueltas del camino hasta llegar donde quería y nos detuvimos frente a un marco incomparable.

Concentrar los cinco sentidos para apreciar aquello era parada obligatoria.

Danielle quedó extasiada, como quien contempla un espejismo.

No podía creerse lo que veía, y yo tampoco dónde acababa de llevar a alguien.

En el acantilado, y con una gigantesca Luna llena en primer plano, frente a nosotros.

Exactamente lo que ella había pedido,
vestida de un cielo lóbrego y estrellado que no le hacía justicia.

Tan cercana que podías imaginarte rozándola con tus propios dedos.

Simplemente impresionante, y casi, tan hermosa como Danielle.

- Vaya —susurró. Conseguí impresionarla.

La miré y sonreí por su reacción.

Solo por eso, ya merecía la pena.

- Vamos —iniciando la marcha hacia la esfera blanca. Aún no había cumplido.

Antes de dar un paso más, Danielle me cogió del antebrazo.

Paré y la miré.

- ¿Vamos? —como si eso fuera lo más normal del mundo. Quería caminar de mi brazo.

Para mi sorpresa, se lo presté encantado.

El haz de luz revelaba el paisaje que nos rodeaba, haciendo visibles insignificantes detalles. A cada paso, más nítidos.

Pequeños adornos que convertían el lugar en pura magia.

Llegamos a mi mayor aliado de esa noche.

Un columpio enorme en mitad de ese edén, cerca de la punta del acantilado.

Danielle se sentó sobre el balancín, que la elevaría por encima de las nubes.

Entre montañas, vegetación y rocas. Y frente un abismo que terminaba en mar.

Los árboles de alrededor parecían alcanzar la Luna, acariciándola con la copa.

Dani agarró las cuerdas que sostenían el asiento.

- ¿Preparada? —le pregunté, listo para elevarle al cielo.

- Sí —respondió en una mezcla de expectación y nervios.

- Sujétate fuerte —Danielle asintió.

Apretó los puños y empujé del columpio.

Cada vez más fuerte.

La altura que alcanzó fue considerable. No apto para quienes sufren de vértigo.

Dani se regocijó del vaivén, sosteniendo su amarre con fuerza.

Acompañó el movimiento, estirando sus piernas y balanceando su tronco.
Su cabeza hacia atrás.

A sus pies, tenía la Luna.

La dejé disfrutar de aquello.

La brisa. El cielo. La tierra. El mar.
Esa sensación te hace libre.

Saber que todo es posible, conseguir lo que te dé la gana.

Todo al alcance de tu mano.

Atrapé su cintura con firmeza, parando el balance.

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