CAPITULO 37

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León

En nuestras narices, el cobijo de la estirpe del magnate ruso, Kolin.

Todo su linaje se protegía tras las monumentales puertas de esa mansión de acero endurecido, tan elegante como el cristal.

Bajé del furgón oscuro.

Vince siguió mis pasos y Franklin se quedó dentro con Héctor.

Situé mis zapatos delante del casoplón, y me quedé observando la zona.

Vince se colocó a mi lado, y repitió el gesto con una sonrisa que avecinaba tormenta.

El cabrón de Kolin se lo ha montado bien.

Era más sencillo entrar o salir de Alcatraz, sin que te viera nadie.

Entradas a prueba de balas, cámaras de videovigilancia controlando todos los accesos, sensores de movimiento activos las veinticuatro horas del día y huecos estratégicos de tiro en la azotea.

Unos cuantos hombres patrullaban la zona, simulando estar de paso.

Dicen que eso de la perfección no existe, lo de disimular no se les daba muy allá.

Di un par de pasos, obstinado por recordarle al ruso donde estaban marcadas sus fronteras.

Su libertad terminaba donde empezaba la de mi familia.

El timbre era un simple adorno decorativo.

Podías tratar de tirarlo abajo consiguiendo, ni más ni menos que perder el tiempo, pero a nosotros nos abrieron con tan solo hacer acto de presencia.

Una vez dentro, nos acompañaron unos cuatro canallas con aspecto militar, y nos guiaron por la propiedad como si nos estuvieran escoltando.

Por la forma en la que estos se movían debían haber sentido en algún momento la llamada de la guerra como un fiel legionario.

Sus combates no habían sido precisamente una simple pelea callejera a dos manos.

Atravesamos parte del enorme jardín que rodeaba la casa, parecía haberse sacado de una revista de estilo neoclásico.

Caminábamos entre estatuas antiguas de color marfil y aspecto de mujer, y fuentes de piedra.

Después, cruzamos un arroyo artificial y hasta rodeamos una pequeña cascada, con la que pudimos escuchar el agua precipitándose de forma vertiginosa contra el vacío.

Uno de los tantos caprichos del ruso.

Demasiado estrambótico para mi gusto.

Subimos unas pronunciadas escaleras hasta llegar a la puerta principal, que nos conduciría al interior de la casa.

Allí nos esperaban unos cuantos hombres más.

Pisamos las losas del espacioso vestíbulo y aquello se convirtió en una ratonera.

Exhibiéndose como en una prueba de animadoras, sacaron parte de la artillería pesada.

Vince y yo, nos vimos rodeados por siete automáticas.

Tres, en el interior y cuatro, a nuestras espaldas, cortándonos la salida.

Una de mis cejas se alzó como si pudiera hablar por mí, y Vince soltó una sonora carcajada.

¿Eso es todo?

Estábamos demasiado familiarizados con ese ruido.

Todo por amor (+18)© ✔️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora