CAPITULO 12

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«A veces, es suficiente con que un desconocido te abrace y escuche, diciéndote con los ojos: No te preocupes. »

Danielle

Tiré de uno de los cordones de mis zapatillas blancas hasta deshacer el nudo, después el otro.

Liberé mis pies y avancé por la arenilla.

Hubiera desplegado las alas que no tenía para poder volar junto a mi madre pero me daba miedo hasta mirar al cielo.

La fina arena se deslizaba sobre mi piel, cubriendo y descubriendo mis pies a su antojo en cada paso que daba.

Me paré y removí los dedos, sumergiéndolos sobre la fría arena y me sumergí dentro de mi memoria, cerrando los ojos, tal y como había hecho antes con Hugo.

Una vaga imagen se removió, tintada de un color agridulce.


Una risa infantiliza inundaban el fondo de mis sentidos, como cuando hay niños jugando, mientras las ágiles y pequeñas piernas de una aniñada versión de mí, correteaban por el jardín.

Mi madre, escondida en alguna esquina, aparecía de imprevisto al grito:

"Te pillé"

Su risa ahora hasta dolía.

Yo chillaba, con una sonrisa de oreja a oreja. Me recogía en su regazo y una gustosa carcajada infantilizada teñía mi recuerdo antes de hacerse oscuro.

Ahora era tan solo una viñeta recortada de momentos que viví feliz en ese pasado que ya no volvería.

Apreté mis ojos con fuerza, quería conseguir escuchar el tono exacto de mi madre.

Ella era todo lo que yo tenía.

Los abrí de sopetón.

Un horrible sentimiento se apoderaba de mí, el temor de olvidar su voz.

No quiero olvidarte, mami.

Mis lágrimas brotaron, atascándose en mi garganta esa maldita sensación, y seguí avanzando con las palabras de Hugo colándose una y otra vez por todos los recovecos de mi alma.

"No aprendas a estancarte en ese pasado"


El metal colgado de mi cuello, revotaba en cada costoso paso.

"Ese collar no es lo único que conservas de ella"


Llegué a la orilla y arrastré mis pesados pies por la mar, como si unas cadenas tiraran de ellos hacia el más profundo subsuelo.

Entré desangrándome por una herida invisible para el resto del mundo.

"Nadie podrá robarte eso"

"Nadie podrá..."


A mí la vida ya me había quitado bastante.

El vaivén de las olas llegaban a mí y me cubrieron hasta las rodillas.

Ese agua embravecida compartía mi tormento.

Quedé parada, en medio de un sin nada e infinita mar, y di media vuelta.

No había sitio donde yo pudiera dejar ese dolor.

Llevaba clavados unos puñales en mi garganta, pecho y abdomen, que nadie más veía.

Es desgarrador perder a una madre, pero lo es aún más si no es la vejez quien se la lleva.

Todo por amor (+18)© ✔️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora