CAPITULO 9

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León

Danielle dobló una esquina a toda prisa, llegando a la misma recta en la que yo andaba despreocupado.

Apareció en mi cuadro de forma inesperada.

Pasó por delante de mí, sin inmutarse, y me dejó atrás.

Me giré intrigado.

Un par de zancadas más y serenó su escape, parando de sopetón.

A pasos acelerados, regresó a por mí.

Agarró con sus manos mi cazadora y me acercó a ella, orientándome hacia las paredes de una iglesia.

Danielle se colocólo en medio, entre el muro y yo.

Me dejé arrastrar y sujeté la pared como si fuera a caerse.

A centímetros de ella, tragué saliva atrapado en una atracción irresistible.

La idea de rozar sus apetitosos labios con mi boca.

¿A quién quería engañar?

Quise desgastarlos.

Quedamos muy cerca, pero no pasó nada.

Solo se ocultaba entre el muro y mi pecho.

La vigilia de Julliam le obligaba a tomar medidas desesperadas.

- ¿Te saco de aquí? —sin despegarme de la corta distancia que me separaba de su precioso rostro.

Conmigo al lado, Danielle ya no estaba al alcance de nadie que ella no quisiera.

Experimenté esa extraña sensación que no me permitía dejar que nadie le tocara un pelo.

Fuera de mi sensatez y por encima de mi cadáver.

- Siempre tan oportuno —contestó tras ver al hostigador pasar de largo como una mala bestia, sin conseguir verla.

Asomó una tímida y cómplice sonrisa. Deseaba ver a su centinela morder el polvo.

Nuestras miradas entrelazadas paralizaron por un instante el mundo.

Activaba mi curiosidad y algo más.

Danielle puso cara de pilla.

- ¿Vas a besarme? —su gesto me excitó aún más a pecar.

Mis ganas eran evidentes y ella demasiado astuta. Se había percatado.

- No —conteniendo mi deseo, guardé para mí lo evidente.

Luchaba por no pensar con la bragueta.

Julliam desencajaba mi puzle.

Dejarme enredar por sus tejemanejes o confiar en las buenas intenciones de Danielle. Seguía siendo una incógnita que quería despejar.

- Qué pena... —flirteó, simulando lástima.

Dejé perdida esa batalla, pero ella no.

Atrapó mi solapa, acarició mi cuello, llevándome hasta las puertas de su cielo, y deslizó sus labios, fundiéndose lentamente con los míos.

Me presté, lógicamente.

Mi cabeza contradecía al resto de mi cuerpo, pero la mandé callar.

Cerré los ojos y viajé a un lugar insólito, un beso demasiado corto en el que saltaron chispas.

Despegándose despacio, retiró tan deliciosa miel de mis labios.

Soltándome, degusté los escasos segundos como si fueran únicos.

- ¿Nos vamos? —dijo como si no hubiera pasado nada y forzando mi aterrizaje.

Me elevaba hacía las nubes que anidaban en lo más alto de mi cabeza, abatiendo mi sentido. Y me devolvía, de esa manera, a Tierra.

Bajé un brazo, maldiciendo mi mala estampa.

- Voy en moto —ofreciéndole el casco, que colgaba de mi brazo.

- Pues vamos —cogiéndolo. Me aparté y caminó como si supiera hacia donde ir - ¿Vienes? —echándome un vistazo.

Yo estaba en Babilonia.

Su actitud me atraía como un imán al polo opuesto. Siendo tan parecidos, el uno al otro.

Me limité a asentir.

Parecía extasiado o gilipollas.

No conseguí entender como era posible que una mujer consiguiera descolocarme así.

Me sonreí a mí mismo y fui con ella.

Guiándole con mi mano, en la parte baja de su espalda, caminamos uno al lado del otro, hasta llegar a la moto.

- Muy bonita —me dijo fascinada, como la primera vez que ves el océano.

La admiró, delineándola con sus dedos.

- Un buen bicho, sí —era un capricho a medida que ella supo apreciar.

Potencia. Peso manejable. Conducción deportiva. Y de mi color favorito, negra.

Sin saber desde cuando verla subir a esa máquina se había convertido en una puta fantasía, me perdí entre mis pajas mentales.

No pude evitar dirigir mi perspectiva a su culo.

¡Y qué culo!

- ¿Así es como la llamas? —risueña.

Iba despertándome de mis sueños húmedos como cuando crees que estás cayendo al vacío, en una especie de pesadilla, y das el salto.

- Pantera —respondí.

Por su singular color mate con algunos brillos localizados.

A Dani le hizo gracia.

Guió su visión hacia atrás y me miró con esos preciosos ojos verdes que devolvían la vida a un corazón muerto.

Demostraba rápidamente afecto y despertaba en mí bonitas sensaciones, hasta entonces desconocidas.

- Vamos, demos un paseo.

Danielle sonrió en respuesta, se puso el casco y nos montamos.

Por fortuna llevaba dos. Vete tú a saber por qué.

Me coloqué el mío una vez sentado.

- Sujétame fuerte —antes de que el escape tomara empuje.

Julliam se aproximaba por detrás a pasos agigantados, como un puto maniaco.

Danielle me abrazó con fuerza, atando sus manos alrededor de mi cintura. Me bajé la visera e hice rugir el motor.

@KiraBodeguero

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