CAPITULO 28

253 44 55
                                    

León

Marchaba con las muñecas presas sobre mi abdomen y rodeado por esos tíos enmascarados.

Mis brazos sujetos fuertemente, no sé ni por quién.

Y mi mente sin dejar de pensar en Danielle, la dejaba atrás.

A ella la retenían entre dos tíos con casco.

Su mirada inundada de preocupación siguió mis pasos.

No pudo desviar su mirada de mí, y yo de ella tampoco.

Mejor dicho, no quería, pero esos cabrones me obligaban a caminar en dirección opuesta.

Ver como Julliam hacía acto de presencia, dirigiéndose a ella, era lo más parecido a sentir como mis tripas ardían, descomponiéndose lentamente con aguarrás.

Supuse que la llevaría a casa de su padre pero me guardé la intensidad de sus ojos verdosos clavada en mi sien.

Mi mandíbula se endureció, me imponían seguir adelante.

Dirigí una mirada inundada de repugnancia hacia ellos, sabiendo que tenían los barrotes preparados para mis costillas.

Torcimos la curva de esa callejuela, llegando a lo que parecía ser el principio del fin.

Pararon en seco y puse el ojo a la que me esperaba.

¿En serio? 

Iríamos en convoy, no me dio tiempo ni a contar cuantos vehículos eran.

Creía que merecía al menos un puto tanque.

Tiraron de mí y seguimos avanzando hasta llegar a las puertas de ese furgón oscuro que parecía tener mi nombre impreso.

Estas se abrieron para recibirme.

Una mano en mi cabeza, inclinándome.

Subí y cerraron la puerta, con ansia.

Ya me tenían.

Dentro me esperaba un conductor, que ni me miró.

Hay que tener cojones, ¿eh?


Pronto subió Larry, en el asiento del copiloto.

Acomodó su culo mugriento y me lanzó una mirada maquiavélica.

Es una pena que nos separe este cristal de seguridad, y no pueda borrarte esa sonrisita de la cara.

Reposó su espalda sobre el asiento y el otro arrancó.

Esta vez la había liado bien.

La escena era dantesca.

Pasábamos por calles desérticas, camino de algún agujero.

Hacía demasiado tiempo que yo encabezaba la lista de los más buscados y estos, Larry y compañía, habían hecho la vista gorda, tapándome para ocultar su propia mierda.

Puede que estuvieran cansados de eso.

Convertido en un auténtico imán para todos esos cerdos, todo apuntaba a que acabaría enterrado bajo alguna zanja, tarde o temprano.

— ¿En qué cueva has estado? —el jefecillo entre risas, que compartió con su compañero.

Le eché una mala mirada.

Dos minutos había tardado en abrir la boca.

Me faltó muy poco para mandarlo de paseo, pero preferí pasar de él.

Todo por amor (+18)© ✔️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora