CAPITULO 19

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(+18)
Quien no sea mayor que no mire.
Dicho queda.

Dadle amor ❤️

León

Esa noche amanecimos juntos.

Un atisbo de esa estrella con luz propia al que llamamos sol sobre el horizonte, se colaba por las rendijas de la persiana y anunciaba el comienzo de un nuevo día.

A las siete de la madrugada, ese leve brillo nos permitía poder vernos en esa habitación tenue, donde la calidez se estaba echando una siesta.

Despegué la vista cansada, encontrándome con sus turgentes senos en primera plana.

Fue lo primero que vi.

Buengiorno... —estaban tan cerca de mi boca, que se me hizo agua.

La malicia aterrizó en mi mente y sonreí adormilado.

Rodar mi labio inferior y darle un húmedo beso era prácticamente una obligación.

Levanté vagamente la barbilla pegándome a ellos, dispuesto a contentarme.

Arrastrar mi boca pausadamente por su poderoso pecho era lo único que llenaba mi cabeza. Rocé mi barba en el proceso hasta atrapar la zona sobresaliente con mis labios en un gustoso beso.

Despegar, mis labios y mi lengua de ahí fue una tarea que se complicó, pero no pretendía despertarle.

Me aparté, colocándome panza arriba, y llevé mis brazos a la nuca, en una postura relajada.

Medio tapado, al igual que ella, con la colcha por encima de la cintura.

Danielle aún, en un sueño tan dulce como ella.

Su pelo alborotado, una ligera pista de aquella linda travesura entre los dos y con sus sentidos todavía fuera de juego.

Fue en mi búsqueda en cuanto me moví, colocando su frente en mi costado.

Soltó un suspiro profundo.

Ojeé su atrevimiento y experimenté ese celo de arrimarme más a ella.

Me atraía como la mierda a las moscas, sin ningún sentido.

Bajé el brazo derecho, abrazando su espalda.

Tocar ya era mi único deseo.

Las yemas de mis dedos vagaron tan finas y ligeras como una pluma, de su hombro a su muñeca, y viceversa.

Ella rotó sobre su cadera y su posición varió hasta mirar al techo.

Le oí bostezar estirando sus brazos, complacida.

Mi sonrisa en algún maldito momento que olvidé, se escapaba por mi boca con cada estupidez que ella hacía.

Se revolvió por mi cama como una culebrilla, cubriéndose casi por completo con el edredón, y dirigió una rápida mirada a mis ojos atentos.

— Hola —balbuceó soñolienta y haciéndose la remolona.

Me sonrió avergonzada, escondiéndose de nuevo bajo mi axila, y reí por su tontería.

Buengiorno, piccola.

Besé su frente, cerrando mis ojos, y saboreé esa nueva sensación que me llenaba por dentro.

— Buenos días —me dijo despejándose.

Esa boquita feliz me devolvía a la vida.

— ¿Qué pasa? —destapando un poco a esa monería, dejé al descubierto sus hombros — ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

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