CAPITULO 25

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«Los monstruos, monstruos son».






Danielle

Al caer la tarde la habitación volvía a ser un auténtico desastre.

Casi todo desperdigado por los suelos.

La cama deshecha. La almohada y cojines, desparramados.

Cada cosa, esparcida en medio de un absoluto caos.

Tal y como me sentía.

Una granada emocional capaz de estallar de nuevo, era todo cuanto yo era en ese preciso momento.

El desorden me importaba más bien poco.

Dudaba si hacerlo o no, pero me obligué a enfrentar lo que Julliam me había hecho.

Si no lo ves, no lo crees. Y yo aún no quería creérmelo.

Me senté frente al tocador, y enfrenté mi realidad con rabia.

Mirándome al espejo, atrapé mi cabello con una sola mano por detrás de la nuca, apartándolo hacia el lado, y vi mi reflejo.

Esa no era yo.

Llevé mi mano confusa hacia el lado de mi cara marcada.

Mis dedos a penas rozaron mi pómulo amoratado cuando mis ojos se apretaron solos y mi boca se entreabrió, soltando un quejido serpeante.

Ese delicado tacto fue realmente doloroso, pero era aún más tormentoso por dentro.

Reafirmé lo que había vuelto a pasar.

Vivía una pesadilla, y no saldría de ella despertándome.

Deslicé la chaqueta de punto que cubría mis hombros, y los dejé al descubierto.

Los brazos. Mi espalda.

Era una mala obra de arte.

Una pintura negra al fiel estilo de Goya, daba mal fario.

Escuché a Julliam tirar de la manivela para abrir la puerta de mi habitación, con una sutileza que no parecía que fuera suya.

Miré a través del espejo.

La entornó, dispuesto a abrirla, y me giré, lanzándole lo que tenía a mano.

Un jarrón que seguía ileso.

Él cerró antes de que chocara y el trasto se rompió contra el marco.

— ¿Tienes algo más? —asomándose, con esa parsimonia que te hacia estremecer de puro miedo y esa sonrisa malévola que se instauraba en su boca con cada gesto ruin.

Disfrutaba, y mucho, con el conflicto.

Abrió la puerta de par en par y desde ahí puso sus ojos sátiros sobre mí.

Tapé mi cuerpo de inmediato, recolocándome la ropa de forma repulsiva y mirándole con desprecio.

— ¡Lárgate!—no quería saber nada de él.

Ni siquiera si seguía vivo o le había atropellado un tren de alta velocidad haciendo sus sesos boñiga.

Por mí, se podía ir al infierno.

Julliam soltó una carcajada, y entró como si todo lo que pisara le perteneciera.

Paseó sus pies espaciada y lentamente por la habitación hasta pararse delante de la ventana.

Su sola presencia generaba una perturbadora tensión que ahogaba el cuarto.

— Tienes que salir, nena —soltó pautado, como si yo fuera algo que a él le preocupara.

Todo por amor (+18)© ✔️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora