CAPITULO 56

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Danielle

Vi perfectamente ese gesto pausado de Hugo, deslizando su vista hacia la lejanía del cementerio.

No me pareció importante hasta que removió su postura forzando la musculatura de sus hombros.

¿Qué pasa?

Miré en esa misma dirección.

La silueta de un hombre bastante corpulento se aproximaba, ascendiendo desde la parte más baja del campo santo.

Unas cuantas decenas de metros nos separaban, lo suficiente como para darse cuenta de que era un señor maduro.

Hugo no despegaba su atención de él.

Ese día no había nadie más allí, solo nosotros, lo que facilitó que las profundas pisadas del extraño empezaran a escucharse cada vez de forma más notoria.

Las piedrecillas sueltas del camino resonaban fácilmente bajo la suela de sus exquisitos zapatos, a cada paso que daba.

Iba muy bien vestido.

Su estilo era un tanto peculiar pero que él llevaba con una distintiva elegancia.

Avanzaba con seguridad, arropado bajo un gran abrigo oscuro que debía ser bastante caro.

La verdad, su notoria presencia sombría daba hasta miedo.

Se detuvo a cierta distancia, como quien guarda prudencia.

Ahí pude verle mejor.

Una pronunciada barba caía por su barbilla y adornadaba su rostro.

Decidió apoyarse en una esquina fácilmente visible desde donde estábamos Hugo y yo.

Ahí parado, deslizó uno de esos guantes de cuero de un color negro intenso que cubrían sus manos.

Acto seguido, lo sostuvo bajo su sobaquera. 

Mi vista permaneció fija unos instantes más.

Por alguna razón, ese hombre me resultaba familiar.

El extraño terminó de quitarse las manoplas y las guardó en uno de sus bolsillos.

Era como si esperara a...

¿Alguien?

Lo descarté inmediatamente.

¿Quién tiene una cita en un cementerio?


Me convencí para restarle importancia, si es que la tenía, y miré a Hugo.

Sus ojos permanecían concentrados en ese hombre.

Arrugué el ceño.

—¿Recuerdas a Mike? —Hugo sabía cómo responderme sin que fuera necesario que yo esbozara una sola palabra para preguntarle.

Rotó su cabeza hacia mí y esa perfección grisácea me miró.

Durante unos instantes me perdí en su color, pero terminé por entrecerrar los ojos y encoger el entrecejo.

—¿Tu amigo? —dudé.

Él guardó unos segundos de silencio antes de volver a mirar al frente.

—Yo no tengo amigos, piccola.

Ladeé la cabeza y apreté los labios, formando un gesto duditativo.

—¿El dueño del restaurante? —Me corregí.

Todo por amor (+18)© ✔️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora