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El sábado llegó antes de lo que me hubiese gustado. Es interesante como cuando queremos librarnos de algo, el tiempo parece avanzar el doble de rápido.

Observé mi imagen en el espejo. Sonreí irónicamente ante el tremendo contraste que existía entre mi exterior y mi interior. Por fuera lucía un precioso vestido de cóctel, negro, elegante, sexy. Mi pelo suelto caía graciosamente y un maquillaje juvenil ponía la guinda al conjunto. Me atrevería a decir incluso que estaba guapa.

Por dentro me sentía como se siente llegar a una ciudad vacía. Una que hace tiempo que no visitas y recuerdas llena de vida, de luz, delirante de promesas sobre un futuro aún no vivido. Pero entonces la miras y te das cuenta de que todo eso era un utopía oculta tras una quimera. En realidad tan solo es un esqueleto compuesto de edificios sin vida. Un lugar triste y gris. Un lugar donde nadie se quedaría o al que nadie querría volver.

Eso era yo, una triste caricatura de lo que había sido. Aunque esta noche, llevase una bonita máscara para ocultarlo.

Bajé las escaleras y vi que mi madre ya estaba en el salón donde los aperitivos y bebidas estaban perfectamente dispuestos. Ella iba muy elegante y hablaba con Lee, que destacaba con un traje negro, formal.

–Bien, ya estás lista, los invitados están al caer –dijo mamá acercándose un poco a mí.

Asentí con la cabeza, la verdad es que no se me ocurría nada más que decir.

Ella colocó delicadamente uno de mis mechones tras mi oreja, que devolví a su lugar en cuanto se hubo dado la vuelta.

No había tenido tiempo de coger ni una copa cuando escuché el timbre. La señora Shin, también más arreglada de lo habitual fue a abrir y poco después vi entrar al salón los primeros invitados.


Lisa y su madre.

–Señora Manobal y su preciosa hija –saludó mi madre con su trabajada voz de trato al público–. Vamos, pasad.

La mirada de Lisa se cruzó con la mía y me pareció que no era tan fría como de costumbre aunque asumí que como a mí, le había tocado comerse este marrón que ni le iba ni le venía y estaba con un perfil de lucha bajo.

–Hola Lisa –saludó Lee cordialmente.

Lisa le devolvió el saludo y mientras yo evaluaba la incomodidad de la situación, el timbre sonó de nuevo.


En apenas media hora el salón se llenó de gente, entre ellos Jungkook, Yoongi, sus respectivos padres, así como Sana con los suyos. También estaban dos chicas que reconocí de la universidad. Como para no reconocerlas ya que esas dos formaban parte del grupo que más bullying me hacía en Yonsei en los últimos tiempos.

Eché una ojeada rápida al salón y me lamenté profundamente de que mi madre no tuviese relaciones de negocios con la familia de Félix. La cosa no habría sido tan penosa con él por allí para reírnos de la situación.

Cogí una copa de la mesa más cercana y volví a mi sitio. Intentaba permanecer cerca de Lee para no verme obligada a socializar con nadie.

El timbre sonó una última vez. Y digo una última vez porque me había aprendido la lista de invitados de memoria y sabía perfectamente quién era el único que faltaba.

Bebí hasta el fondo aquel champán de cuatrocientos mil wones la copa, mientras veía como mi madre esbozaba su sonrisa más amplia.

Si había recibido a los demás invitados exageradamente complaciente, como si su vida dependiese de aquella cena, eso no había sido nada comparado a cómo recibió a los Kim. No habría mostrado tanto entusiasmo ni aunque la reina de Inglaterra la hubiese invitado a un té en palacio.

EngañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora