Cuando George rompió mi corazón ||TERMINADA||

Capítulo 33 ~ Mayo de 1998

Flashback ~ 19 años antes

El castigo había sido acorde a la falta cometida, y ser su hija no me daba ningún trato de favor, más bien al contrario. De todos los presentes en la fuga de Harry Potter de la mazmorra de la Mansión, mi padre había considerado que la falta más grave era la mía y mi verdugo era Avery. Cortaba mi brazo, lo curaba sólo para volver a cortarlo. Lo dejaba sangrando un rato mientras pasaba sus asquerosas manos por mi cuerpo. No podía defenderme, me tenía atada de pies y manos, literalmente, y con el permiso de mi padre para enseñarme a no volver a cometer errores. Volvía a curarme el brazo y se dirigía al muslo, subiendo ligeramente mi falda, dónde tras sus asquerosas caricias volvía a cortar y volvía a curar. Una hora, dos... Era consciente de que mis gritos se escuchaban en toda la Mansión, puede que más allá. Llamaba a Draco inútilmente, él no podía hacer nada, estaba encerrado y malherido. Un balde de agua helada y otro corte abierto, sanación y un cruccio. Ese hombre tenía suficiente imaginación puramente sádica para seguir así un par de días más como mínimo. Si me desmayaba utilizaba un Rennervate, no había piedad.

Perdí la cuenta del tiempo al tercer desmayo. Sólo entonces las puertas se abrieron para dar mi castigo por concluido. Podía escuchar a esa estúpida serpiente riéndose de mi desgracia. "Suéltala, salimos inmediatamente" dijo la calmada y escalofriante voz de mi padre y enseguida noté como mi cuerpo era arrastrado por medio de la aparición conjunta. Me apoyé con dificultad en una columna. ¿Dónde estaba? Draco corrió hasta estar a mi lado plantándose delante mía de forma protectora. Podía ver por el rabillo del ojo los rayos verdes de los hechizos, pero sólo estaba concentrada en aguantar las ganas de vomitar. Draco no estaba en mejor forma que yo ni mucho menos, pero lo intentaba todo con tal de mantenerme a salvo. No fue hasta que vi el cuerpo inerte de un duende en el suelo cuando comprendí que estábamos en Gringotts. Por algún extraño motivo, mi varita estaba en mi mano, lista para usar. Imagino que antes de aparecerme allí alguien debió devolvérmela y yo estaba demasiado ausente para darme cuenta. Me costó pronunciar un Protego, fue débil pero lo suficientemente poderoso para evitar que uno de los guardas del banco nos atacara a Draco y a mí por el único blanco que teníamos desprotegido. No era capaz de comprender que hacíamos ahí y mucho menos entendía la ira de mi padre.

Cuando no quedó un alma viva y el humo se disipó, mi padre comenzó a pasear de manera triunfante por el centro del vestíbulo seguido de Nagini, que serpenteaba evitando tocar algún cadáver. Su sonrisa dejaba claro un mensaje, "esto es lo que les pasa a los que osan traicionarme". Salimos detrás suya y sentí por primera vez desde hace mucho los rayos del sol incidir en mi pálida y enfermiza piel.

-Hija, haz los honores-me ordenó

-Morsmordre-conjuré apuntando hacia el cielo

Por encima de las risas de algunos mortífagos que se creían triunfantes esa tarde, la marca tenebrosa coronaba el cielo. Bajé la mirada y a lo lejos del callejón podía ver la tienda más colorida del Londres mágico. "Tan cerca y tan lejos" susurré para mí, aunque creo que Draco pudo oírme, porque apretó fuerte mi mano antes de tirar de mí para regresar a la mansión, apareciendo justo en el centro de mi habitación. Era la ventaja de ser un Malfoy, podías aparecerte en cualquier lugar de sus terrenos. Le abracé fuerte y comencé a sollozar antes de dejarle revisar si tenía alguna herida abierta.

Una hora más tarde, sin rastros de sangre gracias al baño que me di con bastantes ganas intentando borrar las huellas invisibles de las caricias que ese pervertido me había dado, estaba lista para tomar la poción que, en palabras de Draco, me harían sentir más fuerte. No sabía cuando la había preparado, pero sin duda la dedicación por parte del rubio heredero de los Malfoy en el arte de las pociones era algo que me dejaba boquiabierta.