Capítulo Especial

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George había cambiado mucho en los últimos catorce años. Ya no era un jovencito, eso era evidente a sus cincuenta y cinco recién cumplidos, pero la mayor diferencia se hallaba dentro de él mismo. Desde que se casó con su mujer, el amor de su vida, había aprendido a ser paciente y tolerante. Había madurado. Tarde, pero lo había hecho. Ya no huía de los problemas, ni se dejaba vencer por la ira tan rápido. Haber sido un idiota que había perdido diecinueve años de su vida en estar con la mujer que verdaderamente amaba tenía mucho que ver en como se tomaba ahora las cosas.

Terminó de adecentar la corbata frente al espejo y sonrió satisfecho con su reflejo. Ya no le molestaba tanto carecer de una oreja, ahora había aprendido a valorar cada señal del paso del tiempo y de lo vivido. Como su cabello de un tono anaranjado más apagado, con algunas canas sueltas por el medio. Como las arrugas que se formaban junto a sus ojos cuando reía. Le gustaba. Le gustaba mucho como se veía.

Un par de toques en la puerta le sacaron de sus pensamientos y sonrió a la imagen que le mostraba el espejo. A sus veintiocho, Fred era un joven que guardaba gran parecido a su padre cuando tenía esa edad, aunque de piel más oscura. Traía a la pequeña Lindsay, la primera nieta de George, acurrucada entre sus brazos dormida. A George le encantaba observarla por horas. Jamás pensó que algo tan pequeño pudiera generar un amor tan inmenso.

—¡Qué elegante! —rió el joven adentrándose en la habitación.

—No cómo tú. ¿Porqué aún no estás vestido?

El joven Fred resopló. —Ser padre es agotador —se sinceró y George río. No se hacía una idea de lo que le estaba por venir cuando la pequeña aprendiese a andar—. No me di cuenta de la hora que era hasta que Roxanne vino a mi habitación. Estaba buscando a mamá por algo de los arreglos florales. ¿La has visto?

Fred comenzó a llamar mamá a T/n unos tres años después de que George y ella se casaran. Angelina los abandonó cuando conoció a otro hombre, y se marchó a Bélgica con él. No la habían visto desde entonces y sólo había mandado un par de postales en todo ese tiempo. T/n fue quién asumió el papel de madre cuando sus hijos lo necesitaron, y poco a poco se fue ganando el título, hasta que un día sin más olvidaron que Angelina alguna vez fue alguien en sus vidas.

—¿Habéis mirado en la carpa?

—En todos lados —confesó su hijo—. No logramos encontrarla. Por eso llegué a pensar que quizás estaba aquí contigo.

George frunció el ceño y aseguró que la encontraría el mismo. Miró en las habitaciones y en el baño. En la cocina y el jardín. No había ni rastro. Preguntó a Ginny cuando se la cruzó en el pasillo, a Ron en la cocina (quién estaba probando a escondidas algunos aperitivos) e incluso le preguntó a algunos de los trabajadores que habían contratado para ese día, pero nadie la había visto. Llegó hasta el salón, que estaba siniestramente ordenado con pulcritud para la ocasión, y se paró colocando los brazos a ambos lados de su cadera. ¿Dónde se había metido su mujer?

Segundo más tarde, Harry llegó a su lado con el ceño fruncido. Él también vestía traje de dos piezas y corbata, acorde a la celebración, pero no la llevaba perfectamente acomodada, haciendo gala de su habitual aspecto desenfadado.

—¿Has visto a Draco por alguna parte? No logro encontrarle.

George suspiró al comprenderlo todo. —Así que, ¿Draco también ha desaparecido?

—¿Cómo dices? —preguntó Harry mientras observaba a George acercarse a la chimenea y tomar el cuenco de los polvos flu.

—T/n tampoco está. ¿Vas tu primero?

Harry entrecerró los ojos al seguir el hilo de los pensamientos del pelirrojo. —Nunca cambiarán.

Harry pasó primero. Tomó un puñado de polvos flu y se adentró a la chimenea. George le siguió. Al otro lado de la red flu ambos se sacudieron las cenizas de sus trajes de chaqueta.

—Tu primero —ofreció George alzando un brazo en dirección al dormitorio.

Al fondo, se podían escuchar murmullos. Hablaban en susurros, amortiguados por un encantamiento muffliato, de nuevo. George suspiró cuando Harry abrió la puerta y se hizo el silencio. Draco estaba tumbado sobre la cama con un brazo colgando por el borde. A su lado, T/n estaba mirando al techo con ambos brazos cruzados sobre su pecho. Harry se tumbó junto a Draco, George justo al lado opuesto.

—¿Porqué estamos otra vez así? —preguntó George, cansado—. La última vez creí expresar mi disgusto de estar tumbado en la misma cama que Malfoy.

—¡Oye! —se quejó el rubio—. Nadie te ha invitado.

—Se va a casar —mumuró T/n. Su labio superior se ocultó tras el inferior, aguantando un sollozo—. No estoy preparada para verlo.

—Tiene veinticinco años, querida —suspiró Draco—. Debemos comenzar a asimilar que nuestro pequeño es todo un hombre, y que ya estamos viejos.

—Habla por tí —masculló Harry—. Yo aún me siento joven.

—Deberíamos estar en La Madriguera. La boda comienza en diez minutos —recordó George.

—Es una buena chica, ¿verdad?

—¿Hayley? —preguntó Harry. Siempre andaba medio despistado—. Sí, lo parece.

—Trata muy bien a Scorp —continuó T/n—. Sí, creo que estará bien —se incorporó y le miró. A George le encantaba que su mujer le mirara con esa sonrisa dibujada en su rostro—. Creo que estoy lista.

George se sentó en la cama y acarició su espalda, mientras con la otra mano retiraba su cabello, que caía en cascada tras sus hombros para poder acceder a su mejilla y besarla. Draco se sentó también, seguido de Harry, y se dejó caer en su marido.

—Vamos a ver casarse a nuestro hijo —suspiró—. No sé si uno llega a estar listo para eso.

T/n alargó una de sus manos y tomó la de Draco para reconfortarle. —Lo haremos juntos —luego se giró para su marido y le sonrió antes de volver a mirar a la otra pareja—. Lo haremos juntos los cuatro. ¡Venga! Casemos a nuestro hijo.

T/n se puso en pie y tomó las manos de George para levantarle y marcharse con él hacia la chimenea, siguiéndola de cerca. Siempre iría a su lado en todo, y la seguiría hasta el fin del mundo. Por siempre.

Cuando George rompió mi corazón ||TERMINADA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora