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A veces todo era demasiado.

La perfecta fachada casi imperturbable era algo que Hope había dominado durante su niñez, lamentablemente. Incluso se había esforzado para mejorarla después de la muerte de sus padres para que su familia no pudiera notar si algo le molestaba, solo lo usaba para cosas muy específicas para evitar ser descubierta. Permitiéndole ocultar lo importante.

Justo como lo había estado haciendo desde el instante en que volvió a su piel humana.

Ocultando lo mejor posible como su cuerpo se estremecía ante los ruidos fuertes, o se encogía en su sitio ante los aromas tan intensos que le llegaban como una marea y revolvían su estómago hasta el contiguo cambio a oro en sus ojos y colmillos que le obligaban a pasar por su garganta tragos de su propia sangre.

Ocultando todo para no molestar.

No quería la atención.

No sabía cómo tenerla a su alrededor sin que su mente comenzara a caer en la ansiedad de que en cualquier momento algo malo pasaría. No podía evitarlo. Estaba tan impreso en su ADN como el apego familiar.

El picor bajo su piel vibraba constantemente a cada minuto del día. En ocasiones era solo un zumbido pero en otros era tan intenso que podía sentirse casi enloqueciendo y su recurrencia era preocupante.

Si alguien le preguntara y ella fuera a responder sinceramente, muy posiblemente aceptaría que todo era demasiado.

Demasiado.

Pero había momentos en que el mundo se silenciaba. Su alrededor se difuminaba y sus sentidos solo tomaban lo que ni siquiera ella sabía que era importante, como si quisiera grabar el momento hasta el último detalle.

Una sonrisa suave apareció en su rostro porque como cada mañana, su día comenzaba con ese momento concentrado en la existencia de la morocha entre sus brazos.

El sol aun no salía y el silencio reinaba en la mansión en la que solo las chicas habían permanecido para el último día de visita. Imprescindible para la preparación del gran evento, había dicho Lizzie cuando su padre llamo molesto porque no les vio bajar de la camioneta escolar junto al resto de los chicos y la manada que había ido de visita para una fogata que termino algo tarde.

Su lobo ronroneo ante el aroma que dominaba su lecho y una suave sonrisa llena de satisfacción adorno su rostro que se restregó sutilmente entre los cabellos de la morocha que dormía plácidamente entre sus brazos. Aferrada a la mano que por costumbre se deslizaba por su abdomen.

El picor bajo su pie era algo manejable aunque evidente y los sonidos eran algo molestos y le obligaban a a luchar para concentrarse en su pulso y solo en ello. Aunque la verdad es que su atención termino en el de la bruja. Suponía que eso era lo que mantenía a su lobo quieto mientras ella dormía, su necesidad de resguardar a su alma gemela le impedía estar lejos dejándole tan indefensa.

El sonido del movimiento en la cercanía le hizo tensar al segundo y sus oídos se concentraron en ver de dónde venía el sonido. Relajándose al reconocer los pasos de Marcel que estaba estirándose en su habitación, preparándose para ir a ejercitarse.

Eso basto para que su lobo se relajara y entonces reclamara la libertad que deseaba. Por supuesto, se restregó un poco más contra el cuerpo de la bruja que suspiro y sonrió en sueños ante el afecto que ya reconocía.

Hope depósito un beso perezoso en el cuello de la sifon. Saboreando el sabor de su piel. Tomando una bocanada directa de su aroma y ronroneando palabras silenciosas antes de volver a besar la piel para luego deslizarse fuera de la cama y de la habitación.

Lobo SueltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora