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Un fuerte aullido rompió la calma del lento amanecer.

El firme chapoteo de patas golpeando el agua era contiguo como el tic tac de un reloj. Como cada amanecer, una borrosa mancha blanca rompió la oscuridad del pantano. Moviéndose con toda su fuerza bruta liberada sin importar el paisaje y respirando profundamente ante la ligereza de sus miembros.

Sus ojos centelleaban en la oscuridad aunque apenas alguien podría notarlo conforme se perdía en sus instintos que ronroneaban en el centro de su pecho. Murmurando sus deseos y necesidad a la vez que se estremecía ante la necesidad.

Respirando profundamente la comodidad, el consuelo y el maravilloso calor que solo el hogar perdido puede ofrecer. Exhalando temblorosamente la mortificación de estar lejos de lo que su corazón tanto ansiaba.

Las llamadas no bastaban, tampoco los mensajes y menos aún las video-llamadas. Cada uno de ellos solo destrozaba su corazón en pequeños pedazos, arrancándole suspiros llenos de pesadumbre que le estremecían en lo más profundo y pequeñas lagrimas repletas de añoranza.

Jamas se había sentido de aquella forma, como si su corazón le hubiera sido arrebatado y no pudiera respirar sin que un dolor profundo atravesara su pecho. Amenazándole con quitarle la vida pero sin hacerlo. Jamás se había permitido sentir tanto... jamás se había permitido sentir todo lo que Josie significaba y el solo ser consciente de ello hasta ahora, le partía aún más el corazón.

Se sentía desconsolada. Vacía hasta que escuchaba su voz y su corazón revivía. Nadie le había dicho que la inmortalidad era otorgada por alguien y no solo algo en su sangre.

Y se sintió tan estúpida. Era una estúpida testaruda como el resto de su familia y usualmente tener algo parecido con ellos le despertaba una agradable sensación de pertenencia. Esta ocasión, solo le hizo gruñir y arremeter con sus garras contra algunos árboles hasta que estos cayeron haciendo temblar el suelo del pantano sin que le importara un poco o al menos le aplacara.

Jamás había notado que tan enredada se hallaba Josette Saltzman en su corazón. Que tan brillante volvía el mundo solo por estar en él, solo por verla sonreír.

Y las palabras le faltaban y cuando las tenía, la persona indicada no estaba para escucharlas. Era tan molestamente frustrante que cada noche tenía que escapar de su habitación en la mansión de su tia y correr hasta que el sol saliera para tratar de controlar el loco latir de su corazón luego de hablarle hasta que se durmiera.

Esperando.

Solo esperando que al menos se colara un poco en ellos.

Solo un poco.

Quería al menos tener la esperanza.

Acelero sus patas. Esperando que el ardor en sus músculos le convenciera de simplemente no destrozar la barrera alrededor y correr de vuelta a ella. Su lobo gruñía y ronroneaba ante el pensamiento, sin estar completamente seguro de lo que quería. Indeciso pero por suerte, había un momento de lucidez.

Un momento.

Cuando el dolor en sus patas y garras astillaras se desvanecía. Donde el aire no era tan caliente en su interior y la frialdad de la noche se desvanecía. Cuando su cabeza y corazón dejaban de tirar en todas direcciones, y simplemente se dejaba llevar por el viento.

Cuando el dorado en sus ojos se opacaba y jugaba con el resplandor de su usual azul océano. Como un precioso amanecer en la playa. Cuando la bruma era tan densa y el silencio era total.

Entonces golpeteos de otras patas resonaban en sus oídos. Suaves ojos dorados le miraban entre la oscuridad. Cuerpos corrían a su lado, empujándole en una tierna caricia.

Lobo SueltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora