Capítulo 41

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Tenía dos semanas viviendo con su madre en un departamento, su hermana la había venido a visitar varias veces. Sarah inmediatamente que se comunicó con ella luego de llegar del campo pasó a verla.

—¿Aún no has pensado el nombre?—Ella negó con la cabeza. —. ¿No crees que ya es hora? Mejor dicho ya ha pasado más que la hora.

—Es que no sé —Dejó los platos a un lado y miró a su madre quien estaba en el comedor. —. Sol, Salomón, Santiago, no me cuadra ningún nombre.

—Pablo.

Ése nombre le llamó la atención, no lo había pensado, era lindo y todo.

—Puede ser —Meneó la cabeza.

—Va a llegar la hora y no tendrás el nombre.

—Ni lo digas —Se alejó de la cocina para ir hacia el comedor junto a su madre.

Se detuvo abruptamente y miró hacia el comedor, apoyó ambas manos a la pared que dividía la cocina del comedor al sentir un pequeño dolor en su vientre.

Seguido sintió un líquido descender de sus piernas y como pudo intentó ver sus pies con su abultado vientre. Había roto bolsa, ¿acaso su madre tenía la boca bendita o qué?

—Mamá —objetó al salir del shock.

—Mm —Murmuró su madre.

—Mamá —dijo con la voz un poco más alta.

—¿Sí?—Su madre no la miró.

—¡Mamá!—gritó.

Su madre dio un brinco parándose del comedor, abrió los ojos como platos al verla.

—¿Ah?

—He roto bolsa —gruñó.

—Caray, te lo dije, llegaría el momento y no sabrías el nombre y tampoco te habrías decidido con Santiago.

—¡No más reclamos y vámonos al hospital! Quiero que me lo saquen lo más rápido posible.

Su madre rió.

—Estarás soñando, eso toma horas lamentablemente —Se acercó a su hija y la ayudó a que llegara al comedor. Tomó las llaves sobre la mesa y su bolso.

—Uf. Las cosas están en el auto de Santiago, olvidé ése detalle —comentó Celia.

—Por no haberte decidido.

En el tiempo que su madre tomaba buscando las cosas que llevaría las contracciones de Celia empezaron fuertemente que ella empezó a gritar desesperada.

—Eso no es nada aún, cálmate —Le decía su madre mientras bajaba del edificio con ella.

—¡Me empeoras mamá!

—Sólo te advierto, no te mentiré —Su madre le secó la frente.

Cuando estuvieron frente a la carretera pararon al primer taxi que pasó.

—Al hospital más cerca, rápido —pidió la señora Cecilia. Miró a su hija y le empezó a indicar como respirar y hablarle para que se distrajera.

—Avisale a Leah. —Pidió con la respiración agitada.

—¿Ah?

—Capaz y me mate. Me advirtió desde el inicio, ah, mamá, sólo haslo y usted ¡muévase!

—Discúlpela.

—Descuide, mi esposa dijo todas las groserías que se sabía —Rió el chofer.

Un pecado que pagar  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora