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- Suéltame cabrón, no podéis retenerme aquí a la fuerza.- escupió enfadado Harry, mientras intentaba zafarse del brazo de uno de los enfermeros del lugar.

Dos hombres y una mujer, vestidos completamente de blanco y con una placa identificadora con un número, habían sido encargados de la ardua tarea de dar la bienvenida a un nuevo paciente, con poco éxito al parecer.

- Si no te tranquilizas, me veré obligado a inyectarte un tranquilizante. ¿Y a que eso no es lo que más quieres ahora mismo?- contestó pausadamente uno de ellos, intentando no perder la poca calma que le quedaba en aquel punto.

- ¡Esto está en contra de mis derechos!- exclamó, agachándose hasta tocar el suelo con las manos, consiguiendo soltarse del enfermero que le agarraba por la espalda. - ¡Yo no elegí estar aquí, no fui esto lo que pedí! Creo que lo dejé bastante claro cuando me clavé unas tijeras en los putos brazos.- las lágrimas recorrían las comisuras de su rostro, mientras su desorbitada mirada buscaba algún lugar por el que escapar. No lo había.

- Necesito que te relajes, Styles. No me gustaría tener que llevarte a aislamiento el primer día.-

- ¿Aislamiento, esto que es una puta cárcel o qué?- respondió furioso.

- Si no quieres comprobarlo, más te vale quedarte de pie quieto y con las manos en la espalda.- espetó el otro enfermero, acercándose rápidamente al chico.

Harry reveló rápidamente sus intenciones frente a aquella invasión de espacio y volvió a buscar una salida, a lo que el hombre respondió sacando una jeringuilla de uno de los bolsillos de su bata. El chico abrió escandalizado los ojos y, al notar como el enfermero se abalanzaba prácticamente sobre él, con intenciones de proporcionarle un pinchazo, éste contrarrestó la acción dándole un mordisco en la mano al enfermero.

- ¡Hijo de ....!- exclamó con furia, mientras dejaba caer la jeringuilla al suelo y observaba como un hilo de sangre recorría la superficie de su mano.

Harry sintió una oleada de satisfacción recorrer su cuerpo, pero ésta duro poco. Lo último que sintió antes de quedar inconsciente fue un brazo rodearle desde la espalda y un fuerte pinchazo en la curva del cuello.

Pasaron un par de horas hasta que Harry fue capaz de volver en sí. Abrió lentamente los ojos y sintió todo dar vueltas a su alrededor, como si estuviera subido en una de esas norias a las que adoraba montarse de pequeño junto a su madre. El cuerpo lo sentía pesado y cada parpadeo que realizaba le costaba trabajo, todo fruto de la invasiva dosis de anestesia que le tuvieron que inyectar. Ésta estaba autorizada para pacientes agresivos y era, sola y únicamente puesta en uso, cuando la integridad física de alguien, tanto el paciente como un enfermero, era puesta en peligro. Y aquel caso cumplía estas pautas. Se removió un poco y, en ese momento, fue cuando se dio cuenta de las circunstancias a las que estaba sometido. Su cuerpo estaba recostado sobre una extensa camilla, la cual estaba ligeramente alzada para dar una sensación de mayor facilidad respiratoria, y varias gomas elásticas le retenían atado a la camilla, tanto de brazos , como de piernas. No tardó mucho en llegar a la conclusión de que era inútil intentar zafarse de aquello, por lo que se detuvo a observar la habitación en la que se encontraba. Era bastante pequeña, asfixiante si hablásemos de una persona claustrofóbica, sin ventanas y con ningún tipo de mobiliario más allá de aquella camilla. Le llamó la atención el hecho de que todo era blanco, desde las paredes hasta el suelo, pasando por el techo y la enorme y maciza puerta de metal que hacía de conexión con el exterior. La única luz que recibía la estancia era a través de una única bombilla, colgada del techo. Harry empezó a agobiarse, imaginándose allí dentro durante horas y horas, con la única compañía de su propia cabeza, su mayor condena. Empezó a removerse y a intentar liberarse, pero todo aquel esfuerzo fue en vano. La única opción que vio viable fue la de gritar para llamar la atención de algún enfermero. Y eso hizo. En menos de tres minutos, la puerta se abría frente a él y un hombre aparecía tras ella. Era alto y musculoso, con tatuajes visibles en el cuello y una llamativa alopecia. La expresión seria de su rostro hizo que Harry tragase saliva.

CLÍNICA COWELL (editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora