/cincuenta y cuatro/

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- ¿Harry?- 

La mirada de Anne Styles recaía sobre el cuerpo de su hijo de manera espectral, entre una mezcla de pavor y alivio al mismo tiempo. El tiempo que pasaron observando la reacción del contrario pesó eterna sobre los hombros de cada uno. El interior de Harry era un completo hervidero de emociones, pero se rehusaba a sentir cualquiera de ellas, sin saber con claridad cuales eran correctas y cuales no. Incertidumbre, impotencia, rabia, consuelo. Indiferencia. El chico pensó que el pecho se le hundiría frente a la presencia de su madre, sin embargo, se dio cuenta al clavar el verde sobre el verde que aquella mujer no era su madre realmente. No lo sentía de esa manera. 

- Cuanto tiempo ha pasado, ¿no?- 

La mente de Anne se paralizó en aquel momento, dándose cuenta de que aquel chico que tenía delante suyo, al oír esa voz masculina y gruesa, ya no era su pequeño hijo, a quien dejó atrás hacía tantos años. Ahora era un adulto fuerte y apuesto, con un carisma resaltante, pero siempre con sus mismo ojos. Su corazón no pudo evitar llenarse de emoción y de orgullo, siendo consciente de que había sido capaz de madurar sin ella. Nunca llegó a dudarlo realmente. 

- Soy yo, ¿lo sabes verdad? Mi niño, hijo mío...- susurró entre lágrimas, con ambos puños apoyados sobre su corazón. 

Y Harry sintió su sangre arder por un instante. El rostro humedecido de Anne no le provocaba nada más que nauseas, notando la gravedad de su comportamiento a través de sus venas. 

- Ni te atrevas a volver a llamarme así.- soltó furioso en una voz tan bajo como agresivo.- No vuelvas a dirigirte a mí bajo la palabra hijo.- 

El rostro de Anne se tornó en una mueca de sorpresa y desolación. Llevó su atención a la lágrima contenida en rabia que caía por el pómulo izquierdo del chico, al mismo tiempo que intentaba comprender como la situación se le estaba escapando de las manos poco a poco, como hielo en un vaso de ginebra. Ella intentó llevar la mano al rostro de Harry, pero este se lo impidió de una manotazo. 

- ¿Cómo vas a decir eso?- preguntó con la voz completamente rota y el corazón encogido. 

- Una madre es la que cuida a diario, la que acompaña a pesar de todo, la que pone en primer lugar a sus hijos, la que forma un escudo para que el dolor se minimice y la que te limpia las lágrimas. Tú no has sido capaz de hacer eso. Te alejaste de mí como si fuese algo de usar y tirar. No te atrevas a reclamarme como tu hijo, porque yo sigo siendo huérfano.-

El silencio golpeó la estancia como una martillo lo hace sobre la mesa del juez. Aquellas palabras se sintieron cuchillas en la piel de ambos, sintiendo su piel ser desgarrada y la sangre mojar su interior. Anne nunca pensó que unas frases pudieran causar tanto dolor en una persona, abriendo un vacío en su alma del que no se recuperaría jamás. Una madre no debía de escuchar algo así, era antinatural ser rechazada por su propio hijo. Porque ella seguía pensando que se había comportado como una, a pesar de sus actos imperdonables. Y Harry sentía cada hueso de su cuerpo ser golpeado hasta hacerse polvo, asimilando que finalmente había admitido en voz alta lo que la huida y el abandono de su madre había supuesto realmente en su vida. Nunca había sido capaz de asumir lo que había perdido por culpa de una figura materna ausente y ahora lo sabía. Y estaba reduciendo su alma a cenizas. 

 - Pero, yo hice lo mejor para vosotros, en serio Harry...- intentó articular, exculpándose de algo de lo que poco a poco se iba dando cuenta que no tenía perdón. 

- ¡No me digas que eso es lo mejor para nosotros, ni te atrevas! No sabes el daño que causaste con tu huida, como una rata callejera. Porque nunca serás nada más que eso. Alguien que dejó a su esposo y a su propio hijo detrás por un simple hombre. ¿Cómo coño va a ser eso lo mejor? Hay una maldita tumba a tu nombre. ¿No te paraste a pensar como esto iba a afectarnos o solo fuiste una puta egoísta, eh? Veo que efectivamente no puedes ni imaginarte el infierno que causaste, pero te voy a iluminar. Mi padre, la persona más maravillosa del mundo, se culpaba. Durante el día no dejaba de preguntarse qué había hecho mal y de noche lloraba cuando creía que nadie le veía. Pero yo lo hacía y me rompía cada vez que sentía su dolor a través del llanto. Puede ser que recuerdes el sitio donde vivíamos, un pueblo pequeño. Las noticias allí corren como la pólvora y los niños suelen ser bastante crueles. Ya te puedes imaginar el resultado, ¿no es así? No tienes ni puta idea de lo que nos hiciste pasar. Eres todo menos una madre.- escupía su cólera en cada sílaba que viajaba a través de su furia. 

CLÍNICA COWELL (editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora