/veintiséis/

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Oscuridad. Eso es lo primero que los ojos de Louis se encontraron, tras despertarse repentinamente, fruto de una pesadilla. Se encontraba empapado en sudor y con la respiración acelerada. Intentaba recordar que había hecho que llegase a aquel estado, mientras se incorporaba en la cama y comprobaba si Luke seguía durmiendo, a quien le habían dado el alta tras tres días en observación. Le faltaba el aire, daba bocanadas sin encontrar oxígeno para sus pulmones. Intentó recordar lo que su entrenador de fútbol le había enseñado para controlar los ataques de pánico, tras haber sufrido varios durante los entrenamientos. Era algo frecuente en el tiempo en el que estuvo en el equipo, forzándose a sí mismo a aparentar ser quién no era.  

Bajo de la litera intentando hacer el mínimo ruido, para no molestar a Luke, y se sentó en el suelo con la espalda contra la pared. Se llevó una mano al pecho y otra al estómago, mientras hacía el intento de inspirar aire y mantenerlo en el abdomen un instante, antes de soltarlo con lentitud. Al principio, un par de lágrimas cayeron por sus mejillas, a causa del esfuerzo, la concentración y la ansiedad. No llegaba a controlar la respiración del todo y estaba empezando a entrar en crisis al hiperventilar tanto, sin embargo, tras más de una decena de repeticiones, empezó a ver los resultados. 

Cerró los ojos y se fue relajando, notando como el aire finalmente inundaba por completo sus pulmones. Fue entonces cuando recordó la pesadilla. Un largo pasillo se abría frente a él, quien se encontraba descalzo y tiritaba del frío, mientras todo a su alrededor era de color blanco. Y repentinamente comenzaba a correr. Y seguía corriendo y corriendo, sin pausa alguna, sin embargo, no era consciente de lo que le empujaba a ello. Y seguía corriendo. Más, más y más. Y de pronto frenó. Delante suya se alzaba una sombra. ¿Papá? Parecía la silueta de su padre, no tardó en reconocerle. Esta se abalanzó sobre él, sin dejarle tiempo a reaccionar. De fondo logró distinguir unas risas. ¿Taylor? Sí, hubiese reconocido su dulce risa en cualquier sitio. La sombra le envolvió completamente y despertó. No recordaba nada más que esa parte angustiosa. ¿Tendría algún significado? No lo sabía con total seguridad, pero le gustaría preguntárselo al doctor Brown, por muy absurdo que pudiese parecer. 

No supo decir cuánto tiempo pasó hasta que el suelo bajo él empezó a molestar bajo él. Luke dio un par de vueltas hasta quedar con el rostro en dirección hacia él, justo para que al abrir los ojos, lo primero que viera fuese al chico apoyado en la pared y con un par de lágrimas secas en ambos pómulos. En el momento exacto en el que se dio cuenta de ello, se quitó la sábana de encima y fue hasta él, agachándose en cuclillas para quedar a su altura. 

- Vas a estar bien, Louis. Estarás bien, amigo.- le susurró, limpiándole el rostro con la yema de los dedos. 

El chico mantenía la mirada perdida en la pared, sin embargo, el contacto de su Luke le hizo reaccionar y desviar los ojos hacia él. Intentó levantarse, apoyándose en los hombros de su compañero, ya que las piernas le temblaban levemente. 

- ¿Mejor?- preguntó Luke, cuando finalmente los dos estuvieron de pie.

Louis asintió a modo de respuesta. Se sentía ridículo en aquel momento, haciendo una escena de algo insignificante, desde su punto de vista. Entonces notó como su amigo le ponía un brazo sobre los hombros y le conducía hasta el cama, donde se sentaron en la orilla.

- Lo siento.- fue lo único que dijo, con los ojos cerrados, avergonzado. 

- Louis, no hay nada de lo que disculparse. ¡Cómo se te ocurre! No hay nada de malo en mostrarse vulnerable alguna que otra vez. No está mal ser vulnerable ante los demás, es una muestra de humanidad. Conmigo no tendrás que disculparte en la vida por tener una crisis. Todos las tenemos. Y siempre tendré los brazos abiertos para un amigo.- 

Ahora tanto uno como otro sonreían. Louis apoyó la cabeza en uno de sus hombros y empezó a llorar. Lloró por las amistades que la droga le arrebató. Lloró por el apoyo que siempre le faltó. Lloró por la vez que la vida le escupió arrebatándole a su mejor amiga. Lloró porque finalmente tenía un hombro en el que derramar sus lágrimas. Y lloró porque aquello humedecía el duro y resquebrajado suelo por el que caminaba descalzo. 

CLÍNICA COWELL (editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora