LOUIS POV.
Aquel día la puerta de la consulta psiquiátrica no parecía conducir al mismísimo infierno. Un poco de color había salpicado el tedioso entorno en el que me encontraba desde que, tanto Harry como yo, finalmente fuimos capaces de poner sobre la mesa la situación en la que nos encontramos. Los sentimientos que ambos albergamos.
- Buenos días, doctor Brown.- le dije en cuanto le vi, recibiendo un sonrisa.
- Muy buenos días, Louis.-
Desde no hacía mucho, me había dado finalmente cuenta de lo afortunado que era de tener a alguien como Daryl. Siempre tenía algo bondadoso que decirte, te escuchaba con clara atención y no te juzgaba de ninguna manera. Probablemente así deberían de ser todos los profesionales de la salud mental, pero sé que desgraciadamente no es así. Es justo por eso que le reconocía lo bien que me ha tratado desde la primera consulta. Me ha hecho mucho menos empinada la cuesta arriba. Creo que por una vez en mucho tiempo he tenido algo de suerte.
Se enderezó y recolocó sobre su asiento antes de empezar a hablar.
- Me siento muy agradecido de tenerte como paciente, alguien que a pesar del dolor, intenta abrirse a un desconocido y contar detalladamente el pasado que tanto intenta evadir. Es por eso mismo que quería pedirte permiso, algo poco casual en mí, para la sesión de hoy. Quería haber abordado el tema antes, pero no creo que a tu estabilidad emocional le hiciera un favor. Pienso que finalmente ha llegado el momento. Te he visto mejorar desde las últimas sesiones, además de que ya solo te veo una vez a la semana aquí y otra en la sesión grupal. Estás más fuerte, tanto psicológicamente como físicamente. Necesito, para culminar tu informe psicológico, que hablemos sobre la noche de tu intento de suicidio. Eso supondrá recordar todo lo que pasó por tu cabeza aquel día, a tu familia y el daño desgarrador que te causaron en un solo día. Sin embargo, sé que puedo asegurarte que serás capaz de hacerlo. Confío en ti.-
Agradecí aquellas palabras como si mi vida dependiera de ello. Aún sabiendo que un gran apoyo se encontraba delante mía y siendo consciente de que no mentía al decir que confiaba en mí, no creía estar preparado para afrontar el recuerdo de la mayor batalla campal que jamás tendré que luchar cuerpo a cuerpo. Quizás nunca lo estaría, por lo que no quise posponerlo ni un minuto más. Respiré profundo varias veces, dejando que el oxígeno inundase mis dañados pulmones y que el dióxido de carbono saliese de mí, como si de dolor se tratase.
Tenía la esperanza en que transformar los sentimientos en palabras fuera algún tipo de antídoto. Harry me había enseñado que afrontar el pasado hacía que se convirtiera en lo que realmente era. Algo que debía quedar atrás. Y eso me estaba proponiendo llevar a cabo. Dejar mi pasado en su lugar, para así ser capaz de forjarme un futuro.
- Creo que esto es un ahora o nunca.- contesté lo mas decidido que pude, con un leve deje de temblor en mi tono.
- Me alegra oír eso, Louis. Tómate el tiempo que haga falta, no te sientas presionado. Cuenta desde donde te parezca más cómodo y los detalles que creas convenientes. No quiero que sea algo forzado. Tan solo necesito que liberes lo que te lleva reteniendo por tanto tiempo. Tienes que dejarte ser libre por una vez.-
Asentí. Tras estas palabras cargadas de comprensión y empatía, me dispuse a narrar el día en el que la muralla que la vida había ido construyendo alrededor de mi ser fue masacrada, llevándome a mí por delante.
- Estaba cansado. Realmente lo estaba. Odiaba fingir algo que no era. Yo no podía evitar ser lo que era. Estaba harto de fingir que no me gustaban los hombres, estaba harto de fingir ser masculino, odiaba fingir que iba a estudiar a casa de un amigo cuando, en realidad, iba a drogarme, odiaba no poder sentirme seguro ni en mi propia casa. Odiaba a mi familia, mi vida y cada ápice de mi ser. Estaba muerto en vida, tanta repulsión me había sepultado el alma. Me iba a dormir rezando no despertar y maldecía al abrir los ojos, adentrándome de nuevo en la rutina. Aquella rutina que consistía en lágrimas, autolesiones, drogas, dolor y más dolor. Ya no me quedaba nada, ni siquiera yo mismo. Porque yo ya no era nadie, tan solo un holograma cambiante, según en que lugar estuviese. Ya no lo soportaba más, así que tomé la decisión más dura de mi vida. Decidí salir del armario con mi familia, sabiendo todo lo que eso conllevaba. Siempre que narro la sobredosis, miento. La heroína no estaba en aquel callejón por obra de alguien superior, sino que yo la había colocado allí el día de antes, porque era consciente de las consecuencias de mis actos. Esperé a que mis hermanas no estuvieran en casa, no quería que ellas presenciaran lo que allí dentro iba a suceder. Eran alrededor de las siete de la tarde cuando decidí bajar al salón, donde mis padres se encontraban viendo la televisión. Llamé su atención y les dije que teníamos que hablar. Ellos asintieron y los tres no sentamos en la mesa del comedor. Podían notar mi claro nerviosismo, no era capaz de esconderlo. Me sudaba todo el cuerpo y tenía la piel pálida. En ningún momento ellos mostraron algún tipo de preocupación, solo miradas vacías de significado. No sé cuento tiempo estuve en silencio, intentando ordenar mis pensamientos. Y, sabiendo que ya no había vuelta atrás, les dije que era gay. Las lágrimas caían por mi rostro y las manos me temblaban. Pensé que la cabeza me estallaría en cualquier momento. La primera reacción que tuve por parte de mis padres fue una silla lanzada hacia una pared, cortesía de mi padre. Ese fue el momento en el que todo estalló. Mi padre maldecía, palabras cargadas de odio hacia su propio hijo, aquel que pensó que había criado correctamente. Destrozó el salón, mueble tras mueble. Arrancando las fotografías familiares de las paredes y haciéndolas añicos. Nunca imaginé que una persona podría albergar tanta furia en su interior. En sus ojos se reflejó el mismísimo diablo. Y mi madre... No se había movido de la silla. Palideció y mantuvo la mirada en un punto fijo. No era capaz de descifrar lo que pasaba por su mente en aquel momento. Tampoco intentó parar a mi padre cuando me cogió del cuello de la camiseta y me estampó contra la pared. Me tiró al suelo y me partió la nariz de un golpe. Los puñetazos empezaron en mi estómago y prosiguieron por mi cara y pecho. Se levantó y, sin parar de insultarme, empezó a patearme las piernas. Pensé que de ahí no salía vivo, mi propio padre me iba a matar de una paliza homófoba. Pero, de repente, paró. No sabía el porqué, hasta que escuché a mi madre andar por el salón. Se agachó y pude reconocer su rostro con dificultad, por culpa de mis ojos hinchados por los golpes y las lágrimas. Tengo que admitir que tuve una pizca de esperanza, algo que se rompió cuando la persona que debería de haberme protegido desde que llegué a este mundo lleno de injusticias, me escupió en la cara y renegó de mí. Ella no iba a tener un hijo maricón, no lo iba a consentir. Repitió incontables veces que ella solo tenía cuatro preciosas hijas que habían seguido el buen camino y tenían muy claro como debía funcionar el mundo. Que, por desgracia, no había podido tener varón alguno. Estaba totalmente destrozado. Seguir respirando no era una opción, no podía manejar aquella destrucción masiva de mi alma, la cual no era más que polvo. Mi padre me levantó del suelo. Esa fue la última vez que pude contemplar lo que no había llegado a ser mi hogar, las personas que no ejercieron como una familia. Las últimas palabras que oí de parte de mi madre, antes de que me tirase al rellano, fueron que yo no era su hijo. En ese momento, me di cuenta lo que yo había sido para un dios inexistente. Un juguete. Un juguete que mareó, movió y dañó a su antojo, sin importarle lo más mínimo mi integridad como persona. Solo he sido una carga para este cruel mundo. Así que me encaminé a aquel sucio callejón, donde tantas veces habíamos jugado a ser dios, sorteando los obstáculos que la vida nos ponía por delante y riéndonos de ese hijo de puta al que tanta gente adora. Me había pinchado tantas veces que aquella vez no se sintió distinta, pero ya sabemos que sí lo era. Sabía que estaba consumiendo más de lo que mi cuerpo podía aguantar y me sumí en un sueño, del que deseaba no despertar nunca. Pero aquí estoy. Vivo. Y agradeciendo en ciertos instantes que alguien me encontrase en aquel estado.-
Sentí un temblor recorrer mi cuerpo al completo. No había movido un solo músculo desde que empecé mi relato, notando la desagradable tensión a la que me había sometido. Dejé escapar un audible jadeo, sintiendo el dolor físico apoderarse de mí. El doctor Brown observaba cada movimiento que hacía, pendiente de mi reacción. Ambos debíamos estar sorprendidos de la actitud que estuve manteniendo, tan solo con unos puños apretados y unos ojos cerrados. Las lágrimas llegaron a mi rostro justo después.
- Lo has hecho bien, Louis. Estoy inmensamente orgulloso de ti.- me dijo en cuanto estallé en llanto, levantándose del asiento y ofreciéndome un pañuelo.
Estaba completamente desasosegado, sin embargo, pude respirar aliviado durante un instante. Lo había logrado. Aún estando en ese momento llorando, temblando y con un nudo que no me dejaba respirar, había tenido la suficiente valentía de haber narrado desde la primera hasta la última palabra, sin caerme de rodillas por el camino. Una diminuta gota de orgullo cayó por mi rostro.
Lo había soltado. Finalmente. Mi cuerpo en ese momento no sintió rabia, ni miedo, ni resentimiento. Solo había paz. Y sabía que aquella noche dormiría lejos de los demonios de una maldita vez.
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CLÍNICA COWELL (editada)
Fiksi PenggemarHarry Styles es ingresado en la Clínica Cowell, un hospital psiquiátrico situado a las afueras de Bradford, una ciudad inglesa en el ecuador del país, tras un intento de suicidio. Entre paredes blancas y una exhaustiva vigilancia, intercambiará mira...