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Despertó sobresaltado al escuchar el chirriante sonido de la puerta al abrirse, incorporándose tanto como las gomas le permitían. Dos enfermeros entraron en la asfixiante habitación. Mientras que uno de ellos llevaba una bandeja con lo que parecía ser el desayuno, el otro cargaba una carpeta llena de papeles. 

- Harry Edward Styles. Veinte años. Ingresado ayer y llevado a aislamiento. ¿Correcto?- 

- Sí.- 

- De acuerdo. James, dale la bandeja. Venimos a informarte de lo que va a pasar con tu ingreso a partir de ahora, si tu comportamiento no cambia de como está justamente en este momento. Has infringido unas de las normas básicas de esta institución, cometiendo una falta de nivel dos a uno de los enfermeros, agrediéndole físicamente. Por esta falta, tu estadía en aislamiento será de una semana, contando con el día de ayer. Tras estos siete días, si tu comportamiento es ejemplar como he indicado previamente, serás trasladado al ala de pacientes, donde compartirás habitación con otro residente. Se te proporcionará un uniforme y objetos de higiene personal. ¿Alguna pregunta?- 

- ¿Una puta semana tengo que pasar en este cubículo?- exclamó arrogante, desafiando al enfermero con la mirada. 

- Que no se te olvide quien es la autoridad aquí y a quien le tienes que guardar respeto en este edificio. Así que, si yo fuera tú, me guardaría ese tono y se lo reservaría a la persona que tanto daño te hizo, jovencito.-

Harry no volvió a abrir la boca. Se tomó el desayuno de la misma manera en la que lo había hecho el día anterior y recorrió con la mirada a ambos hombres, intentando comprender porqué todo el mundo allí era tan seco y poco empatizante. ¿Por qué nadie entendía que él no quería estar allí? Por algo tenía los antebrazos con una cicatriz que los recorrían de arriba a abajo, no sabía si realmente se habían dado cuenta de aquello. 

- ¿Necesitas ir al baño?- le preguntó uno de ellos, al retirarle la bandeja vacía. 

- No estaría de más, teniendo en cuenta que nadie me lo pregunta desde ayer. - 

Le desataron las gomas y le ayudaron a levantarse, ya que al haber estado en aquella camilla casi veinticuatro horas las piernas no le respondían al completo. Cada enfermero se puso a uno de sus lados y uno de los dos abrió la puerta, dejando que la luz inundase la estancia. El pasillo al que salieron era casi de película, pensó Harry. Era estrecho, con las paredes blancas y sin ventanas. El techo estaba iluminado por una hilera de bombillas que caían desde éste, dando una lúgubre sensación. El chico se preguntó si estaban en un psiquiátrico o en prisión. Recorrieron el largo pasillo, fijándose en cada una de las puertas que se descubrían a sus costados. Eran todas iguales a la suya, altas, gruesas e impenetrables. Un escalofrío le recorrió la médula espinal. Finalmente llegaron al final del corredor, donde uno de los enfermeros le abrió una puerta de bastante menos seguridad que el resto y le dejó entrar, advirtiéndole que no hiciera nada de lo que se pudiera arrepentir. El baño daba la misma sensación de asfixia que el resto del ala. Harry no tardó en salir, no sin lavarse la cara antes de volver a su encierro. 

Al volver a esa camilla, al volver a ser atado, al volver a escuchar la enorme puerta ser cerrada, al volver a la soledad, su cabeza volvió a hacer de las suyas. Flashbacks de su infancia aparecían y desaparecían, como una pequeña máquina de tortura. Su padre, tardes en el parque, regalos de su cumpleaños, su madre, vacaciones, acampadas en el lago. El accidente en coche, el primer insulto, la desolación de su padre, el diagnóstico, la pérdida de amigos. Todo ello era un bucle de distintas emociones que le revolvían el estómago, enseñándole el porque de su desesperada decisión.

No podía, pero menos quería comprender, porqué alguien tenía que obligarle a seguir sufriendo, hundiéndose en su propio dolor como si de un naufragio se tratase, mientras que las olas de recuerdos le golpeaban una y otra vez, ahogándole cada vez más. Y en aquel punto se había rendido de remar, empezando a simplemente moverse en la dirección que las olas en mitad de la tormenta le llevase. 

Hasta que alguien le divisase a lo lejos, se lanzase al mar embravecido y le sacase a rastras de allí. Si es que eso era posible. 

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Lo siguientes seis días pasaron dolorosamente lentos. Y Harry no aguantaba estar solo con su propia mente. Era de las típicas personas que llegaban a estar haciendo tres cosas a la vez con tal de no tener tiempo para pararse a pensar. Recordaba estudiar siempre escuchando música e incluso, si aquello no era suficiente, también se ponía a dibujar. Tener ansiedad había sido una parte principal en el desarrollo de su vida cotidiana, obligándole a lidiar con ella en cualquier situación. 

La rutina se le hizo pesada y aburrida. A las ocho de la mañana, un enfermero le llevaba el desayuno, a las dos de la tarde, el almuerzo y, a las ocho de la noche, la cena. A las siete le preguntaban si necesitaba ir al baño y no volvían hasta el día siguiente. Era agotador no tener siquiera un reloj, sin saber cuánto tiempo había pasado, cuánto faltaba para la próxima comida o simplemente para ser consciente si era de día o de noche. Era una tortura. 

Lo único que podía hacer era dejarse caer sobre la camilla e intentar perderse en pensamientos no del todo desagradables, manteniéndose lo más cuerdo posible y no perder los nervios en pleno ataque de ansiedad. Daría lo que fuera por conciliar el sueño al menos por un efímero rato, con la latente necesidad de descansar de una vez por todas. Porque estar en guerra constante con tu propia mente es una tarea exhaustiva. Estaba tan cansado que ni siquiera respondía sarcástico a la presencia del enfermero de turno. Y llegó un punto en el que el cansancio psicológico se hizo insoportable y caía en largas horas de un leve letargo, en las que la mayor parte del tiempo tenía pesadillas. 

Por desgracia, era algo que le llevaba aconteciendo desde la repentina huida de su madre, trastocando la simpleza de su vida diaria y desestabilizando su salud mental. Aquellos pensamientos intrusivos le visitaban y atormentaban cada noche, causando un leve desgaste en la mente del chico, quien no había sido capaz de descansar como se lo merecía en años. Se levantaba cada mañana empapado en sudor, con el rostro cubierto de lágrimas y temblando desagradablemente. Y no había cura alguna que paliase su dolor. Cada día que pasaba un nuevo tópico le golpeaba la boca del estómago y le provocaba náuseas, desde el mortal accidente de su madre hasta las burlas que recibía por parte de sus compañeros, pasando por las desesperanzadoras visitas al médico de su padre. 

Y sabía que lo único que haría posible su descanso era dormir, pero para no despertar. Nunca conseguiría vencer la lucha interna que mantenía consigo mismo, no podía escapar de su propia mente ni acallar las voces de su cabeza. 

Aquellos escalofriantes susurros que le recordaban día tras día lo miserable que era su vida, lo solo que estaba. Las únicas personas que realmente habían formado parte de su vida le habían ido abandonando con el paso del tiempo, sin siquiera mirar atrás. El miedo constante al rechazo lo había construido a base de golpes en la vida, de querer entablar amistades y que éstas lo único que hicieran fuese escupirle en la cara y reírse de sus más dolorosas desgracias. 

Es por esto mismo que la única oportunidad que la vida le pudo ofrecer fue la de construir, piedra a piedra, un muro alrededor de su desalentado corazón, levantando una muralla que ni el ingenio del mismísimo Odiseo fue capaz de burlar. Harry fue dejando su vivaracha y empática personalidad atrás, mientras que el dolor y la brusquedad se hacían hueco en él, con suaves pero reacios matices de egoísmo y sarcasmo. Nadie tenía ya la potestad de desquebrajarle ni en una grieta más. 

Excepto por un pequeño matiz que lograba abrir una pequeña fisura en ella: su ángel de la guarda. Cada vez que llegaba a casa y su padre le recibía con una honesta sonrisa, todos sus problemas parecían desaparecer. Sus miedos, sus fracasos, sus abusos y sus lágrimas no importaban absolutamente nada mientras que su padre le envolviera entre sus brazos. Era su tranquilidad, su paz y su balance emocional. 

Y todo aquello había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. No quedaba nada de aquel hombre sabio y paciente, más que un puñado de cenizas custodiadas en un tanatorio. Nada más que una casa vacía en un pequeño pueblo. Nada más que miles de recuerdos sangrantes. 

Des había sido la única vía de supervivencia que Harry había tomado en su vida, pero ahora ya no estaba. Y la idea de tomar una nueva le atormentaba profundamente, provocándole náuseas y una sensación de vértigo aterradora. 

Pero había un pequeño factor que él no era capaz de llegar a cuestionarse y es que una pequeña fisura en su imponente muro no lo haría mas la persona correcta, no como realmente pensaba, en que solo sería otro error. Aún necesitaba tiempo para descubrir aquello. 

CLÍNICA COWELL (editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora