/treinta y dos/

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- ¡Zayn, para de una vez, por favor!- exclamó Niall, retorciéndose de un lado a otro.

Ambos chicos se encontraban en el patio junto a los demás. Zayn le hacía cosquillas a Niall, mientras este intentaba zafarse de su amigo, con escasos resultados.

- La próxima vez te burlas de tu puta madre.- le contestó en tono de burla, mientras seguía molestándole.

- Pero tengo razón.-

- No la tienes-

- Sí la tengo-

- De esa manera no conseguirás que te deje-

- Vale, vale. Retiro lo dicho. Me rindo. Liam no se veo tan mal con ese corte de pelo.-

- ¿Cómo que tan mal?- clamó el chico, aún con el martirio hacia Niall.

- Pero es que mírale. ¡No tiene pelo! -

- ¡Niall!-

- De acuerdo, pero suéltame de una vez. Creo que me voy a desmayar. Liam, eres el ser más precioso de este planeta.-

Zayn finalmente dejó al chico tranquilo, con una sonrisa boba en el rostro, mientras observaba como su amigo retomaba el poder sobre su propio cuerpo.

- Sí que tengo idiota, solo que me lo he cortado más de lo que suelo hacer- contestó Liam, riéndose de la cansada apariencia de Niall.

- Me recuerdas a J Balvin- dijo de repente Harry, a lo que Louis contestó con una sonora carcajada.

- Ostia, no lo había pensado antes. Te podrías hacer famoso siendo su doble.- bromeó el rubio.

Zayn no pudo evitar soltar una risita tras la broma de Harry, por lo que Liam hizo un gesto exagerado indicando decepción. El chico dejó de sonreír y fue abrazarle.

- Perdón, perdón. Pero es que sí que te pareces.- le indicó, haciendo que todos se riesen, incluyendo su novio.

El grupo esperaba a que un enfermero les indicase que podían entrar al gimnasio. Louis se encontraba con unos nervios desagradables en la boca del estómago, siendo consciente de que se sentía ridículo al no poder llegar ni a la suela del zapato a los demás, en lo que el ejercicio se refería. No aguantaba ni un momento más de esa manera, pero un cambio tan radical no podía hacerse de un día a otro. Estaba realmente cansado.

No tardaron mucho más en entrar en el pequeño pabellón, el sitio donde las mayo

res discusiones entre los propios profesionales de la instalación habían tenido lugar. ¿Quién en su sano juicio pondría a jóvenes en un psiquiátrico a practicar boxeo? Nadie más que Simon Cowell, un hombre impenetrable y que pocas explicaciones daba sobre lo que ninguna persona hubiera reparado en algún momento. Y a pesar de parecer nada más que una idea descabellada y sin precedentes alguno, había logrado resultados con impresionante rapidez. Era atónito.

Harry no se esperaba lo que aquella construcción escondía, pareciéndole un ala de una cárcel más que de cualquier otro espacio. Observó con detenimiento las tres zonas en las que se dividía el interior: la primera consistía en una hilera de taquillas y banquillos. Cada taquilla contenía varias botellas de agua y una toalla para cada residente con permiso de entrada allí, indicando en una pequeña placa el nombre y apellidos de cada uno; la segunda zona estaba repleta de distintas pesas y mancuernas, al igual que varios sacos de boxeo y guantes para los mismos, para aprender la técnica y muscular con eficacia; mientras que la última zona, la más pegada al final, se componía del ring de boxeo.

Varios enfermeros se encargaban tanto de supervisar cada movimiento que hacían como de explicar todo aquello que debían llevar a cabo. En aquel momento, tenían la suerte de contar con un par de profesionales que habían practicado el deporte en algún momento de su vida.

CLÍNICA COWELL (editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora