CAP 21. NATALICIO

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Comida, bebida y mujeres, esas tres cosas desbordaban la sala del rey Harald. Los invitados se encontraban embriagados del placer que dicha festividad representaba, entre ellos los hijos de Ragnar, quienes bailaban y cantaban a viva voz dando vueltas por el salón junto a la mujer de turno.

     Habían llegado cercano el mediodía, tres días de viaje después al puerto de Escandinavia y luego del desembarque y entregar al enamoradizo rey los presentes llevados por su natalicio se llevó a cabo el ritual correspondiente a los dioses con el fin de agradecer por su vida y reinado, para posteriormente pasar a la celebración llevada actualmente a cabo en la sala del rey. Así que estaba más que claro que la delegación de los hermanos había quedado en segundo plano desde su llegada, salvo para uno.

     Si bien bebía, festejaba y se le veía sonriendo cuando cruzaba miradas con alguien más, en su interior y cuando nadie lo veía, el menor de los hijos de Ragnar fruncía el seño y se encargaba de analizar toda acción del Rey local, buscando encontrará interés en alguna de las mujeres que lo rodeaban, esperando ésta se mantuviera e igualmente, indagaba por alguna posible debilidad junto a su hermano.

     Quería volver a sus tierras, junto a su Cachorra, seguir aprendiendo de sus costumbres y los idiomas que hablaba, verla seguir creciendo, salir del caparazón con el que se había cubierto y que él se había encargado de ir abriendo de a poco para no incomodarla.

     Quería ver al niño también.

     Pero se encontraba ahí, en un bullicioso salón festivo dónde las pocas mujeres que lo miraban lo hacían por su gran atractivo, pero al enterarse de quién era le huían o simplemente pasaban de largo. Que hicieran lo que quisieran, no le interesaba una esclava "obligada" a satisfacerlo; una mujer cayéndose de ebria sobre sus piernas, dispuesta a ser tomada por cualquiera con buen rostro; ni la sirvienta que le rozaba el hombro por quinta vez al servir agua-miel en su tarro vacío y le sonreía, seguramente pensando que si se acostaba con él obtendría la categoría suficiente como para olvidarse de esos trabajos. Él sólo quería a su Cachorra, a esa antigua Monja que lo esperaba en casa y que seguí preparándose para ser más fuerte, para merecer el título de Vikinga, para ser su compañera.

     Imaginó por un momento que la sirvienta que le acababa de servir su bebida fuera esa bicolor extranjera y sonrió al tapar con su mano la boca del tarro; apenas fue consciente de que obtuvo algo de libertad se había ofrecido a hacerlo y el la sentaba y evitaba que lo hiciera, llamándole a alguna esclava que se hiciera cargo de ello, intentando dejarle en claro que ahora ella se encontraba a su nivel y que no debía servirle a nadie más, mas cada que tenía oportunidad volvía a repetirlo.

     La imaginó también como aquella joven que había llegado tambaleándose hasta él, tan feliz en su borrachera que se le insinuó de distintas maneras hasta que otra Escudera, de aproximadamente la misma edad se la llevó a rastras, disculpándose con él en el proceso y diciéndole que ella siempre caía así frente a atractivos guerreros. Repasó la escena en su mente y no pudo evitar lamer su labio inferior y morderlo en el proceso por el simple hecho de ver a la tímida extranjera ebria en su mente, cómo le gustaría que en un futuro obtuviera la seguridad propia, y la confianza ajena, para que se desenvolviera libremente en una festividad como esa. Le encantaría que lo hiciera el mismo día en que se unieran frente a los dioses. Él se aseguraría de estar ahí para ella, de cuidarla y frecuentarla en el momento en que cayera  como esa chica había hecho frente a él.

     —¡Hijo de Ragnar! —El gritó frente a él lo sacó de sus pensamientos, por lo que fijo su vista en el hombre recargado en la mesa con una burlesca embriaguez pintada en todo su rostro.

     —Rey Harald, ¿que lo ha traído por aquí cuando su natalicio está lleno de bellezas? —saludó con una fingida sonrisa el joven deshuesado, esperando éste se fuera al recordarle que habría por ahí una mujer para él.

     —Demasiadas Ivar, pero es más interesante saber de tu sonrisa amigo tullido —preguntó con mofa el Rey, mas al no obtener respuesta el joven frente a él siguió hablando—. Yo conozco esas sonrisas niño —escupió a su lado— sólo un ser puede causarlas aún en el hombre más furioso e intimidante hijo de Ragnar —dijo.

     —No sé de que habla Rey Harald —dialogó con él el menor, siendo respondido por un continúo chistar en los dientes ajenos que sólo podían significar que el hombre no le creía.

   —Las mujeres son creaturas extraordinariamente hermosas y fuertes Ivar el "Deshuesado" —dijo, brindando hacia los demás hijos de Ragnar, quienes bailaban y se dejaban seducir por las bailarinas invitadas—, tus hermanos saben de ello, especialmente Bjorn "Brazo de Hierro", quién fue abandonado por su esposa, antigua esclava y posterior Escudera.

     »Lo sé yo mismo, que fui traicionado por la mujer a quien le dedicaba cada reinado conquistado sólo para ser digno de quién era mi Diosa. Y ahora lo sabes tú, Ivar —Rió—. Esperemos que aquella causante de una sonrisa como esa en el rostro de tan temible joven merezca tu sentir.

     —¡Hermano! —Otra voz interrumpió su plática cuando Halfdan llegó a palmear el hombro de su hermano buscando llevárselo a su lado—, unas preciosuras están a la espera de tu regreso a la mesa principal hermano —le dijo al sentarse a su lado y señalándole el trono— sus padres, Jarl's de la región del este, estarían encantados de que te unieras con alguna de ellas.

     —¡Casarme! Hermano, sólo pasará cuando una mujer digna, no sólo en belleza sino en afectos, este frente a mi —hablo levantándose el Rey, por lo que Halfdan, siempre a su lado, lo sujeto pensando que podría agredir a su invitado—. Sólo una mujer única hermano, princesa, escudera, campesina, pero única...

     Halfdan lo detuvo al trastabillar cuando comenzó a avanzar y con un leve asentimiento se disculpo con el joven "Deshuesado", quién sólo los miro alejarse, cubriendo la parte inferior de su rostro con el recipiente en el que bebía y que meneaba de a poco, pues con ello y la amenaza en sus ojos escondía la sonrisa en sus labios. Después de todo él era el único que tenía a una mujer única a su lado.




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