No hay días en nuestro reino, solo conoce la noche oscura. Tan pronto como sale el sol, nuestro reino se esconde, porque es una nación ilegal; no tenemos gobierno ni constitución. No somos reconocidos ni respetados por nadie. Nuestra nación se parece a una multitud de cuervos. A veces tenemos un líder, una persona anciana y honorable, alguien atractivo, con buena presencia y agradable. Pero no tenemos reparos en destronarlo cada vez que nos apetece, porque somos un pueblo inconstante e ingobernable.
El área entre nuestras fronteras es lastimosamente pequeña, no más de doscientos o trescientos metros de largo por cien metros de ancho, esa franja de tierra patética y estrecha que rodea el estanque ovalado de lotos en Parque Nuevo [1], el jardín público de la avenida del museo municipal de Taipei, en la calle Guanqian.
Las bordes de nuestro territorio nacional están plantados, en apretadas hileras, con todo tipo de árboles y arbustos tropicales, en una maraña donde es difícil distinguir entre las diversas especies: coral verde, árbol del pan [2], palmeras tan viejas que sus hojas caídas casi tocan el suelo y, por supuesto, también hay, a lo largo de la avenida, el bosque de cocoteros reales que agitan la cabeza con exasperación durante todo el día. Es como si nuestro reino estuviera rodeado y oculto por una valla de tejido tupido, aislado del mundo exterior, aislado por el momento. Pero siempre somos muy conscientes de la constante amenaza a nuestra existencia por parte de los miles de mundos más allá del seto perimetral.
El altavoz de un transmisor vociferaba más allá de los árboles transmitiendo con frecuencia noticias sensacionales del mundo exterior. La locutora de la CBC [3], una mujer con un acento típico de Pekín, anuncia con una voz inquietante: "¡Un astronauta estadounidense ha caminado sobre la luna!. ¡Detenidos esta mañana narcotraficantes de una red internacional de Hong Kong y Taiwán!. ¡El juicio por el caso de corrupción en la Oficina de Gestión de Residuos Urbanos comienza mañana!".
Cada uno de nosotros agudiza el oído como una manada de antílopes asustados en un bosque infestado de depredadores, siempre en guardia contra la menor señal de peligro; cualquier ruido, la hierba movida por la brisa, cada sonido lleva una advertencia para nosotros. Basta el chirriar de los clavos de las botas de los policías al pasar por el bosquecillo de palmeras que nos separa, invadiendo de pronto nuestro territorio, para que nos dispersemos y huyamos, de forma repentina y generalizada, como si tuviéramos una orden. Algunos se mezclan con la multitud frente al quiosco de música; otros se apresuran a los baños públicos, donde fingen estar parados en los urinarios o acuclillados en los inodoros; otros huyen corriendo hacia la entrada principal del parque, y se esconden detrás de las columnas de piedra, que se elevan sobre los escalones del museo, que se parecen a un antiguo mausoleo, cuya sombra y protección les da la oportunidad de recuperar momentáneamente el aliento.
Nuestro reino anárquico no puede ofrecernos protección, debemos confiar en nuestros instintos animales mientras buscamos a tientas en la oscuridad un camino hacia la supervivencia.
La historia de este oscuro reino está envuelta en misterio: nadie sabe quién lo fundó ni cuándo, pero a lo largo de los años, nuestro diminuto e ilegítimo estado secreto ha sido el escenario de innumerables historias dolorosas, llenas de vicisitudes, tan trágicas pero tan ocultas al mundo exterior que las lágrimas son insuficientes para describirlas. Cuando las recordamos entre nosotros, un puñado de ancianos de pelo canoso o blanco cuentan historias del variopinto pasado, con rastros de melancolía, y no pueden evitar suspirar cuando dicen con orgullo:
"¡Ah!, no sois rivales, no estáis a la altura de lo que éramos en esos días".
Hace años nos dijeron que el estanque con flores de lotos en el medio del parque había sido plantado con nenúfares rojos. Cuando llegó el verano, florecieron uno tras otro y se esparcieron por la superficie del estanque hasta que parecieron una gran variedad de linternas rojas brillantes. Pero posteriormente, por razones que nadie conocía, el gobierno municipal envió trabajadores para arrancar los nenúfares rojos y construir un pabellón octogonal en medio del estanque.
Alrededor del estanque se construyeron pequeños miradores con postes rojos y tejas verdes. Entonces, lo que alguna vez fue una tierra de belleza simple y primitiva, se convirtió, a través de la adición injustificada por la vulgaridad de estos "perfumes y colores antiguos" que se agregaron artificialmente, en un escenario antinatural y monstruoso. Cada vez que uno de los veteranos nos relataba esta página del pasado, suspiraba apesadumbrado mientras miraba hacia atrás en el tiempo:
"Esos nenúfares de color rojo brillante, eran hermosos, de una sorprendente belleza".
Luego rememoraban los nombres de personas de las que nunca habíamos oído hablar y nos recordaban viejas historias desgarradoras, cuyos héroes habían renunciado hacía mucho tiempo a su ciudadanía en nuestro reino para forjarse aventuras atrevidas en el mundo exterior. A algunos les habían perdido la pista; nunca habían dado noticias y la gente no volvió a hablar de ellos. Otros habían muerto en su juventud y sus tumbas ahora estaban cubiertas de maleza. Pero había algunos que, después de una ausencia de cinco o diez o incluso quince o veinte años, aparecían repentinamente en una noche sin luna junto al estanque de lotos para volver a visitar el reino de la noche de su juventud. Paseaban ansiosos por el estanque, como si buscaran sus propias almas perdidas que habían dejado atrás. Los mayores asentían con la cabeza y bajaban ligeramente los párpados, con una expresión de compasión en sus rostros para llegar con gran emoción a una conclusión:
"Siempre sucede lo mismo. Creen que hay un gran mundo ahí fuera, ¿no es así? Bueno, algún día, un día que nunca deja de llegar, todos volverán volando a nuestro viejo nido, como buenos niños pequeños".
Notas de la traductora:
[1] Establecido como Parque Taihoku (en japonés 臺北公園, Parque de la Ciudad de Taipei) en 1908. Renombrado como Parque Nuevo en 1945. Renombrado en 1996 como Parque Conmemorativo Paz 2-28, por las víctimas del incidente del 28 de febrero de 1947*. Es un sitio histórico y un localizado en el número 3 de la avenida Ketagalan, distrito de Zhongzheng, Taipei en Taiwán. El Museo Nacional de Taiwán se encuentra en la entrada norte del parque. En 1930, las autoridades japonesas que se encontraban en Taiwán establecieron una estación radiofónica y con el cambio de gobierno en 1945 continuó su labor, hasta que en 1947* un grupo de manifestantes tomó la estación para transmitir acusaciones contra el gobierno del Kuomintang, dando lugar a un levantamiento que supuso la muerte de 30.000 civiles.
[2] El árbol del pan es una especie de árbol floreciente en la familia de la morera, Moraceae, que crece en Asia Sur-Oriental y en la mayoría de las islas pacíficas del océano. Su nombre se deriva de la textura de la fruta moderadamente madura cocida, que tiene un sabor parecido a la patata, similar al pan recién horneado.
[3] Proviene del inglés, Chinese Broadcasting Corporation. Corporación de Radiodifusión de China. Nombre que le dieron a la antigua estación radiofónica del parque en 1949. En 1996, el gobierno de la ciudad de Taipéi designaba a la antigua estación radiofónica como sitio histórico.
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HIJOS DEL PECADO (Crystal Boys)
Romance---- La primera novela gay asiática moderna ---- Traducción al español de la novela 孽子 ("Nie Zi"). Más conocida por su nombre inglés, Crystal Boys. Autor; Pai Hsien-Yung (白先勇). Año y lugar de publicación; 1983, Taiwán. Contenido: PRELUDIO: DESTIERRO...