Cap. 23 (parte 2). Primer Volumen; EN NUESTRO REINO

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     De repente, Pequeño Jade se agarró con ambas manos al vestido de su madre, enterró la cara en su pecho y lloró angustiado. Su cabeza, como un pomelo rodante, se balanceaba de un lado a otro entre sus grandes pechos. Agarraba el vestido de seda verde con tanta fuerza que las costuras empezaban a rasgarse. Sus hombros se sacudían violentamente y la vacuidad de sus sollozos contradecía el indecible dolor que contenían. Agitaba a su madre de izquierda a derecha, con tanta fuerza que apenas podía sostenerla. Los mocos, las lágrimas y el zumo de sandía dejaron marcas húmedas en el pecho de ella. El sudor rodaba por su frente y su rostro, haciendo que su maquillaje se corriera y dándole un aspecto borroso. Ella siguió dándole palmaditas en la espalda hasta que empezó a calmarse, luego deshizo el nudo del pañuelo que llevaba atado al pelo y lo utilizó para limpiarle la cara y sonarle la nariz, mientras le engatusaba diciéndole:

     "Jade, escucha a tu madre. Me he levantado temprano y he ido a casa del tío Huo Wang para decirle: 'Mi Jade viene a casa esta noche y vendrá a verte. Así que, debes dejarle ese par de orejas de cerdo'. El año pasado los negocios fueron buenos para el tío Hou Wang y su familia, y por eso está gastando dinero en esta fiesta. Tenía una gran sonrisa en la cara cuando se lo dije. 'Hermana Xiu, si tu pequeño está dispuesto a venir a ver al abuelo, le daré diez pares de orejas de cerdo'. Nunca has visto unas orejas tan grandes y carnosas como esas. ¡Y ya estaban saladas y listas para comer!.

     Los ojos almendrados de Pequeño Jade estaban hinchados y rojos y la nariz aún le goteaba, pero asintió a su madre cuando terminó, sorbió los mocos que le salían con fuerza y siguió agitando sus hombros.

     Poco después de las seis de la tarde, las calles y callejuelas de la ciudad de Sanchong estaban abarrotadas de gente de todas partes, que acudía a las fiestas locales. Las familias anfitrionas llevaban la comida y la bebida fuera, bajo los soportales. Por las calles, una mesa tras otra se apilaban los trozos de cerdo graso que temblaban en los platos, como si fueran montones de carne, con la piel marrón y crujiente brillando por el aceite, como si sudara por el calor. Algunas personas habían traído cerdos como ofrendas a las puertas del templo. Un cerdo gordo, de varios cientos de kilos, yacía cómodamente en el estante de sacrificios, cubierto con un paño rojo y con una mandarina brillante en la boca, tenía la cabeza afeitada y los ojos entrecerrados, como si sonriera con orgullo. La mayor parte del vino y de la comida había sido preparada el día anterior y ahora estaba dispuesta en las mesas, bandeja tras bandeja de carne rancia que se mezclaban con el pesado humo de las velas y el incienso, flotando en el ambiente densamente. No había ni un soplo de brisa; la negra nube de humo que se cernía sobre la ciudad de Sanchong cubría los rostros sudorosos de la gente con una fina capa de hollín, pero eso no afectó a su apetito. Comieron con gusto y bebieron un vaso tras otro de vino de arroz. Toda la ciudad gritaba y vitoreaba.

     El festín del tío Hou Wang era realmente suntuoso, con una mesa repleta con dieciséis ollas desbordantes y muchos mariscos: ramas de flores asadas, ensalada de nueve agujeros [8] y tres pescados enteros, rojos amarillos y rojos, acostados en un recipiente con las bocas y los ojos abiertos. El tío Hou Wang cogió una oreja de cerdo marinada y grasienta con sus palillos y la puso en el plato de Pequeño Jade; sus labios se separaron en una sonrisa desdentada y su cara arrugada brilló mientras decía:

     "Come, Jade, ¡Si te la comes te crecerán dos orejas grandes de cerdo!"

     Pequeño Jade se rió salvajemente mientras cogía la oreja de cerdo y se la metía en la boca. Sus mejillas se abultaron. La punta de la oreja aún tenía un par de cerdas rígidas, que se tragó junto con la carne. El tío Hou Wang cogió un muslo de pato dang gui [9] y lo puso en mi tazón y, mientras nos frotaba la cabeza a Pequeño Jade y a mí, colocó una botella de licor fu shou [10] frente a nosotros. Para entonces, la madre de Pequeño Jade había bebido tanto vino que su cara se había puesto roja y se había atado el pelo con un pañuelo. Estaba jugando a "Ocho inmortales, ocho inmortales", al otro lado de la mesa con el hijo mayor del tío Huo Wang, el bizco Chun Fa. Gritó mientras levantaba el signo del ocho. Perdió tres rondas y tuvo que beber tres copas llenas de licor fu shou, que vertió sin derramar una gota y, después de beber, le dio la vuelta a su copa y la golpeó con orgullo sobre la mesa para que todos los invitados la vieran. Lanzaron rugidos de aprobación. El tío Huo Wang, con su desdentada boca abierta, sacudió la cabeza animosamente y gritó:

HIJOS DEL PECADO (Crystal Boys)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora