3. Enojo

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Alassia.

La cafetería explotaba de gente, alumnos iban y venían en todas las direcciones, eran apenas las ocho de la mañana, me impresionaba la energía con la que se levantaban algunas personas. Pedí mi típico latte de vainilla y caramelo, y mientras aguardaba a que Dylan lo prepare, buscaba con la mirada un lugar para sentarme a esperar a Tara. Todas las mesas estaba rebalsadas, bueno, todas a excepción de una en donde se encontraba sentada una mujer de espaldas. No necesitaba acercarme para darme cuenta de que se trataba de ella. La delataba el hecho de que su vestimenta fuera completamente azul.

—Dylan, ¿es mucho pedir que me prepares un latte más? Necesito devolver un favor.— Le pido amablemente al cantinero que estaba acabando de hacer mi latte.

—¡Enseguida, Allie!— Tomé ambos recipientes una vez listos, pagué y me puse de pie. Recibí un par de miradas curiosas mientras me dirigía hacia Ivermony, al parecer, era sólo para los valientes acercársele. Ignoré a cada par de ojos que se clavó en mí, poco me importaba en ese momento el qué dirán, pues, tenía un objetivo, e iba a cumplirlo.

La concentración con la que se encontraba leyendo unos papeles, ni siquiera la hizo percatarse de mi presencia, por lo que me coloqué a su derecha para luego tocar dos veces su hombro.

—Supongo que las deudas deben saldarse, ¿no lo cree?— Sonreí y le extendí el latte esperando a que se diera vuelta.

—Ay, Hillary, ¿qué deseas ahora? Ya hice muchos de mis milagros esta mañana...— Algo dentro mío se revolvió con repugnancia al oír lo que salió de su boca, e inevitablemente tuve que obligar a mi mandíbula no caerse al suelo con lo que acababa de escuchar. Se volteó con una pequeña sonrisa que luego apaciguó cuando vio que se trataba de mí y no de la directora.

¿Hillary e Ivermony? Ew.

La sonrisa y el buen humor con que me había levantado se desfiguró completamente, Dios... ¡Qué asco!, desearía no haber oído eso. Mi corazón comenzó a latir desbocadamente, la presión en mis oídos se hacía cada vez más densa, y de repente, sentí cómo si mi batería emocional se hubiera agotado. 

Yo no... ¿Qué me has hecho Ivermony? Tú y el maldito efecto que tienes sobre mí.

—Señorita Pevenssy, es usted. ¡Oh!, qué agradable detalle, no era necesario que se molestara. Por favor, si desea acompañarme, hágalo, tengo hasta las nueve libre. Confundí su voz con la de la directora, son muy parecidas.— Aquello, fue un insulto.

Me obligué a forzar una sonrisa, lo último que quería era sentarme a tomar mi latte con ella, mi más grande deseo en ese momento, era largarme de ahí, no podía verla a los ojos sin senrir pudor después de lo que acaba de decir, n-no... No puedo.

A mi mente venían millones de horrorosas imágenes en que... ¡Ah!, ¡borrenme la memoria!

—No se preocupe, no es molestia, Miss Ivermony. Me temo que no puedo quedarme a hablar, tengo clases y además debo ir a buscar a Tara Vanner, la chica que sacó de su clase de historia ayer. Se quedó dormida en mi habitación porque nos quedamos... E-estudiando.— Su expresión estaba cambiando a una que me generaba algo de miedo, así que, creo que lo más inteligente que puedo hacer, es irme a volar.

—...Ah.— Masculló, bajando la mirada a sus manos, apretando los labios y cruzando sus brazos en señal de... No lo sé, incomodidad, hastío quizás...

—P-pero seguramente eso no le interese, probablemente deba ir a despertarla, de lo contrario, no llegará a tiempo a sus clases, ella tiende a posponer sus alarmas, así que... Y-ya me voy.— Comencé a hablar demasiado rápido debido al nerviosismo y las ganas de huir que tenía.

Efecto Ivermony Donde viven las historias. Descúbrelo ahora