41. Arder

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Alassia

Ardientes besos eran dejados en mi cuello, la pelirroja no tenía otros planes más que hacer suyo hasta el último centímetro de mi cuerpo. Me sentía nerviosa a pesar de que ella ya me había visto en esta situación.
Había pasado mucho desde que hacía esto. No tener sexo, sino más bien... Con ella, hacer el amor con ella. Tres años desde la última vez en que toqué por última vez el paraíso.

Sin embargo, no importa cuán nerviosa pueda estar, mis ganas son mil veces mayores y me están dominando al punto de querer teletransportame a su habitación para que me desnude de una jodida vez y me haga gritar su nombre hasta que me quedé sin voz.

Muerdo mis labios tratando fallidamente de acallar un gemido que se me escapa cuando sus dientes se clavan en mi cuello, las estúpidas cosquillas en mi estómago me provocan una contundente humedad en mis bragas. Con mis manos despojo a Wilhemina de sus prendas de vestir superiores e inferiores, pero ella no se ha quedado atrás. Hemos dejado toda la escalera blanca decorada con nuestra ropa tirada por cualquier lado, agora nos encontramos subiendo las escaleras en ropa interior.

Ni bien cruzamos aquel umbral, me siento caer en la cama haciendo que rebote levemente, acaba de arrojarme contra esta. Busco acomodarme mejor, entonces soy capaz de admirar la esbelta figura de aquella diosa que tengo frente a mis ojos. Sin duda Wilhemina es como el vino, los años la vuelven mejor, esas curvas definidas, su precioso cabello, su piel de porcelana, pálida y suave cual seda, esos hermoso labios carnosos que sólo me pertenecen a mí...

Ella es la única que despierta en mi este inagotable deseo de pecar aunque me conddene a un asegurado infierno, aunque si eso sucede podré presumirle a los demonios que estuve en el paraíso sin siquiera tener la necesidad de entrar, pues ella lo era.
Siento que con cada beso, roce y caricia las manillas del reloj se detienen de manera que el tiempo no avanza, entonces en el mundo sólo somos ella y yo, dos almas rotas intentando ser una.

Sus piernas de colocan cada una a un costado de mi cadera, una de sus manos aprisiona ambas de mis muñecas, colocándole sobre mi cabeza. Un camino libre le ha quedado desde mis labios, pasando por mi cuello y hacia cualquier parte de mi cuerpo que ella desee besar.

-Ya te lo dije una vez.- Susurró sobre mis labios, mis ojos se encontraban cerrados, mi centro palpitaba y necesitaba con desesperación de una pronta liberación, de lo contrario me vendría justo y ene ese momento.
Presionó sus labios en los míos, un beso lento, tortuoso, provocativo, de eso que fueras por que no se detenga.-Quiero escucharte gritar mi nombre hasta el cansancio...- Su mano libre comenzó a descender por mi abdomen arñando mi piel con sus uñas. ¡Joder!
Mi espalda se arquea en cuanto dos de sus dedos comienza a juguetear con el borde de mi lencería. - ¿Entendido?- Iba a asentir pero entonces pude sentir como aquella mano dio de lleno con mi centro. Abrí la boca dispuesta a dejar escapar un gemido inhumano pero sus labios me acallaron, mis piernas al igual que mi boca se enzancharon en busca de más.

-¡S-santo Dios!- Gritos salían de lo más profundo de mi garganta, esos dos dedos se introdujeron en mí sin previo aviso a la vez que su pulgar tratazaba lentos círculos en mi punto sensible de nervios.
Comenzó un adictivo movimiento de adentro hacia afuera provocando no sólo que la cama se moviera, sino que yo me aferrara con fuerza a las sábanas.- ¡Wilhemina! Oh Dios... N-no pares, sigue así cariño.- Le suplicaba entre jadeos y qujidos de placer. No es que hubiese olvidado cómo se sentía esto, es obvio, simplemente había pasado bastante tiempo desde la última vez en que ella me hizo el amor.

Tenerla aquí conmigo era algo por lo que jamás podría pagar, no me alcanzaría la vida para agradecerle a Dios, destino, universo o lo que fuese por permitir que hoy sea ella quien resignifique mi existencia. Porque así era para mí, Wilhemina siempre será la razón por la cual mi vida tiene un sentido.

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