32. Duele, pero hay que seguir

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Alassia.

Mis ojos y exterior tenían la capacidad de observar lo que sucedía a mi alrededor, el pasar de los meses, los exámenes, mi vida... Pero, mi interior había permanecido en pausa. Todo a causa de ella.
Mi corazón no era más que rotos pedazos de lo que alguna vez fue algo y, aún me temo que sigo juntando pedazos del suelo que quedaron desparramados por doquier. De no ser por Tara, Hillary, e incluso Lena y los mellizos, con quienes no hablaba hace siglos, tal vez hoy yo no estaría aquí, maquillándome frente al espejo a unas horas de graduarme.

Sí, el tiempo había pasado. Cuando creí que no lo lograría, aún así, con ayuda, continúe mirando siempre al frente sin agachar la cabeza. Admitiendo, obviamente, que el primer tiempo fue difícil, muy difícil.
Tuve que aprender a vivir un día a la vez, pues antes no tenía ese hábito. Antes esperaba con ansias los fines de semana para estar dedicada plenamente a Mina, pero cuando la realidad comenzaba a golpearme de a ratos y asimilaba que no la vería ni el sábado, ni el domingo, ni nunca más... Me vi obligada a poner un pie en el freno.

Aunque costó, ahora sé que hasta los días más largos terminan. Hasta los días en que no puedes parar de llorar, o que no puedes dormir, o comer, o reír o simplemente vivir como solías hacerlo... Créeme, es sólo cuestión de paciencia, todos los días comienzan y acaban. Quedan en el pasado y con ellos todo lo que sucedió en aquel rango de veinticuatro horas. Pero sí, a veces el daño que pueden llegar a provocar, perdura estático en el tiempo, corazón, cuerpo y mente. En algunos casos por un plazo determinado, en otros para siempre.

En mi caso, aquella daga que me desmembró el alma, dejó una cicatriz que dudo mucho algún día se cure. Es más, ni siquiera creo que ni la mismísima Wilhemina, culpable de esta, pueda sanarla, en el magnífico caso de que ella apareciera mágicamente. Así como tampoco creo que el dolor alguna vez desaparezca, no. Más bien nos acostumbramos a vivir con él.

—Vamos Allie, llegaremos tarde.— Exclamó mi padre desde el pie de la escalera.

Lo último que me coloco es un perfume que me regaló Lena por mi cumpleaños.
Ya lista decido bajar. Frente a mí tengo a Di retocando el nudo de la corbata que lleva mi padre. Se ríe de lo mal que le sale anudarlas. No lo culpo, mamá solía hacer eso por él.
Ambos se veían muy guapos. Él de traje y corbata rojo oscuro, ella con un precioso vestido celeste que le realzaban los ojos, cabello y tez.

—Te ves preciosa dulzura.— Dijo ella abrazándome con una calidez que me recordaba a mi madre. Mi corazón se enterneció en respuesta.

—Mi pequeña... Bueno, que ya no es tan pequeña.— Me arrojo a los brazos de mi padre y él me envuelve con todas fuerzas.

Lo adoro, él es mi protector, mi guía, mi sostén, es aquella figura imponente, fuerte... Pero que conmigo es tierno, suave. Los padres con sus hijas se desarman.
Mi interior se afloja producto de lo impresionantemente sensible que me encuentro últimamente. Eran tantos cambios... Finalizar el instituto, ingresar a una universidad, elegir de lo que voy a trabajar por el resto de mi vida... Wilhemina. —Ten...— Papá me extiende un sobre similar al que contenía la carta que escribió mi madre para "mi primer corazón roto".
Despego los bordes para luego tomar entre mis temblorosas manos aquel papel cuidadosamente doblado.

Lizzie...

Cariño, lo lograste. Estoy orgullosa de tí pequeña, cada paso que diste te ha llevado a un nuevo logro en tu vida que, en este caso, es tu graduación.
Te mereces celebrar, gritar, llorar, reír y descansar un instante por todo lo que hiciste hasta ahora.
Aquí estoy yo, viéndote triunfar desde el paraíso en primera fila. Te aseguro que la sonrisa que llevas en el rostro, me ilumina el alma. Aprovecha y saborea cada instante de la vida tesoro, porque es un suspiro, y en tres pestañeos quizás ya estés trabajando, luego casada con tu bella esposa, luego cargando a tus preciosos hijos...

Efecto Ivermony Donde viven las historias. Descúbrelo ahora