12. Carta

1.4K 96 26
                                        

Alassia.

Tara era mi ángel protector. Luego de salir de la casa de Ivermony... Bueno, Venable, tomé el primer taxi que encontré para dirigirme a su hogar. Ya se deben imaginar cómo fue su expresión, creo que yo habría puesto la misma cara si me hubiese encontrado a mi amiga empapada por la lluvia, con el maquillaje corrido debido a las lágrimas y el corazón roto por el amor.

Wilhemina era como una hermosa rosa, y toda rosa tiene espinas. En el tedioso camino en busca de la felicidad podemos tropezar con varias rocas, estas eran nuestras inseguridades, nuestro miedo, nuestro dolor. Nada muy grande es sencillo, en la búsqueda del amor muchas veces llegas a casa sin grandes inconvenientes, pero sólo a los preferidos de Dios les suceden esas cosas.

Para los simples y desgraciados mortales como yo... A veces logramos encontrar a esa persona pero a cuesta de muchos sacrificios que aunque no duelan mucho, siguen siendo algo que intercambiamos con la esperanza de acallar los desgarradores alaridos de nuestros corazones. A veces simplemente jamás la encontramos, a veces, y en mi caso, tenemos al amor de nuestras vidas a nuestro alcance pero somos lo suficientemente cobardes como para no arriesgarnos a amar por temor a que la felicidad y plenitud se nos sea arrebatada, extirpada, arrancada de nuestra alma para luego convertirla en inherentes y sombrias cenizas.

Tres semanas pasaron desde aquel fatídico día, Iver-Venable, Venable, me odiaba, mi temor más grande se había vuelto realidad y yo no podía vivir con eso. Había dejado de comer como antes, ahora me limitaba a darle como mucho cinco bocados al plato que tuviera enfrente. Mi interior se encontraba vacío, sentía sed y hambre, pero no de alimento o agua, sino de ella.

No comprendo qué es lo que hizo en mí, ese jodido efecto o hechizo que me puso encima, se había convertido en mi dependencia emocional, el oxígeno que necesito para respirar, y la sangre que corre por mis venas para mantener mi cuerpo con vida.

Vida, esto no es vida, no me siento así.

Vida es lo que ella me hizo sentir cuando estrellamos nuestro labios aquella noche. Me he replanteado varias veces si había estado viva antes de conocerla, pero siempre termino en la misma conclusión, y es que todo este tiempo mi corazón sí había estado latiendo y viviendo por definición científica, aunque me temo que aquello no aplicaba a mi alma. La misma se encontraba durmiendo en un eterno sueño hasta el momento en que mis ojos la vislumbraron por primera vez, y me temo que sin ella, me marchitaré cual flor en invierno.

Lo que no sabía en ese momento es que el dolor que estaba sintiendo en ese momento, no se comparaba con el que experimentaría en el futuro.

—¿Allie?— Siento a alguien llamarme por detrás de la puerta de mi habitación, a duras penas me levanto de la cama para abrirle, Diana se encuentra de pie con una hermosa caja púrpura claro entre sus manos. —¿Puedo pasar?— Asiento mientras que le doy lugar para que pueda adentrarse. Ella se sienta en el borde de la cama y me señala un lugar a su lado para que haga lo mismo. —Sé que no me corresponde darte esto pero tu padre insistió, no me gusta verte así cariño, teníamos las esperanzas de que luego de leerla... Mejore tu panorama.— Dijo mientras me extendía un sobre azulado de dentro de la caja, había un pequeño título en una de las esquinas.

"Primer corazón roto"

Quedé extrañada ante eso y la miré inquisitiva, no tenía idea de qué estaba pasando.

—¿Qué es esto exactamente Di?— Pregunté totalmente confundida.

—Una carta, de tu madre Allie, ella las escribió antes de irse. Hay millones de ellas, aquí hay una para cuando acabes la preparatoria, otra la universidad, una para cuando saques tu licencia de conducir...— Estaba asombrada, no sabía de la existencia de estas cartas, pero me reconfortaba saber que aún había algo de mi madre conmigo, algo nuevo y no sólo un recuerdo del pasado.

Efecto Ivermony Donde viven las historias. Descúbrelo ahora