36.- Envidia

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El día de la tradicional posada Kurta, ubicada en lo profundo del bosque, Chrollo se presentó con sus padres, y Pariston no llevó a nadie, quería ganarse la admiración del líder de la familia, un anciano que llevaba un bastón.

La atención de dicho líder se centró en el azabache, quien a pesar de no haber estado interesado en ir, terminó por ser el centro de atención, su conversación profunda y carismática agradaba a cualquiera que lo escuchaba.

— Nos alegró mucho conocerlos, — agradeció el líder a los padres de Chrollo — ustedes y su hijo pueden venir aquí cuando quieran, nos agradaría que formaran parte de nuestro clan.

— Es un gran halago, — dijo el padre del jóven, apoyando levemente la mano sobre el hombro de su hijo — Chrollo es un buen muchacho.

A lo lejos, una mirada enrabietada los asechaba, el hombre que estaba más entusiasmado por asistir había sido rechazado por el líder y el resto de Kurtas se alejaban de él.

Lo odiaba, los odiaba, a todos, sin excepción, a ese viejo, al clan, a Chrollo. Por quitarle la atención que buscaba, la aprobación que quería.

Pero se vengaría. Después de todo, ya estaba preparado para un escenario como ese. 

— Pairo — llamó el adolescente de apenas 12 años a su amigo, que estaba sentado afuera de la enorme casa — ¿porqué no estás adentro?

— Kurapika... no vinieron niños de mi edad, estoy aburrido. — contestó cruzado de brazos, decepcionado.

— ¿Y yo? — se le acercó sonriendo — ¿te parezco aburrido?

— ¡No es eso! — se apenó Pairo, que tenía 10 años — pero pensé que habría alguien más para conocer y jugar.

— Olvídalo, juguemos tú y yo. — convenció Kurapika, quien siempre estaba dispuesto y lleno de energía.

— ¡Sí! ¡¿qué jugaremos?! — se levantó del suelo rápidamente.

— Mmm... — se detuvo un momento a pensarlo — ¿qué te parece las escondidas?

— ¡Está bien! — aceptó.

— ¡Entonces yo contaré primero! ¡pero no te vayas muy lejos! y no se vale entrar a la casa. — advirtió al menor.

— ¡Sí! ¡sí! ¡empieza ya! — apuró Pairo saltando ansioso por comenzar.

Kurapika se dió la vuelta y ocultando la vista en el muro de la casa comenzó a contar.

— Uno, dos, tres...

Solían contar 10 segundos para no tener tiempo de ir tan lejos.

Culpaba a la falta de luz, a los sonidos del bosque, al ruido del clan reunido en casa del abuelo que era una especie de templo, porque no encontraba a su amigo, tras 30 minutos de cuidadosa búsqueda.

— ¿Pairo? ¿dónde estás? te dije que no fueras muy lejos. — dijo un poco preocupado, escuchando ruidos en lo profundo del bosque, no le asustaba entrar, Pairo se había perdido muchas veces y siempre lograba encontrarlo, por eso jugar escondidas era su juego favorito.

Lo cierto era que Pairo no tuvo intención de irse lejos, se ocultó tras un barril de madera a unos 20 metros de distancia.

— Hola pequeño, ¿estás perdido? — le preguntó un hombre extraño al verlo.

— No, estoy jugando. — respondió incómodo, si ese tipo se quedaba allí, sería descubierto rápidamente.

— Ya veo, ¿y qué estás jugando?

— Escondidas, no hagas ruido. — regañó en voz baja haciendo que el hombre se agachara.

— No lo haré. — susurró detrás de él — Es más, te ayudaré a ocultarte mejor — dijo acercando sus manos sin que el niño inocente lo notara — donde nadie te encuentre.

Por esa razón, Kurapika tuvo que empezar a rastrearlo, logró reconocer bajo la luz de la luna, el tabardo que llevaba puesto, atorado entre las ramas de un árbol seco, entonces escuchó pasos en la oscuridad.

— ¡Pairo! ¡sal ya! ¡tenemos que volver! ¡estamos muy lejos de la casa! — caminó en dirección a donde escuchó el ruido, apoyándose en el tronco de un árbol al sentir que resbalaba, frente a él había un pozo en el casi caía, asomó la cabeza cuidadosamente, todo el alrededor tenía ese olor característico. A sangre. —  ¿Pairo? — reconoció gracias a la luz brillante de la luna, pero el niño no se movía — ¡No! ¡¡No!! — gritó horrorizado y después una voz lo sorprendió por detrás.

— Es su culpa, no quiso jugar conmigo. — salió de las sombras mostrándose ante el rubio.

— ¡¿Que le hiciste?! — se enfadó dedicándole un gesto de total repulsión y odio.

Sin embargo, al igual que el otro niño, sus ojos no habían cambiado de color.

— Que decepción, la leyenda no era cierta, te hice enojar y tus ojos no se han vuelto rojos. Ese niño ni siquiera veía bien, más basura que desechar, me dan asco las personas falsas. — Sin previo aviso empujó fuertemente con el pie al rubio, haciéndolo caer al pozo.

Se asomó asegurándose de que había muerto y al no ver señales de movimiento, desapareció en la oscuridad.

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