𝙹𝚞𝚎𝚟𝚎𝚜

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Entró por el pasaje que ya conocía de la mansión, sin hacer ruido alguno, NamJoon y SeokJin se habían encargado de conseguirle un arma que se la dieron a Yoongi para que la deje en en lugar que Jungkook pudiese encontrar.

Tomó precauciones, la mansión estaba rodeada, siendo custodiada por Hoseok y Yoongi de vez en cuando junto a algunos policías de Central que Sang había enviado aprovechando la oferta de Jack para volver a posicionar su nombre y su jurisdicción.

—Esto es como vivir resguardado, pero claramente ellos no esperan que esté adentro ya que, estoy muerto y no hay mucho que hacer al respecto.—Se lanzó a la cama de Jimin y se retiró los zapatos, gracias al cielo encontró un cambio de sabanas y cubrecama en el armario.

La habitación seguía igual. Todo estaba igual, el tiempo se había quedado encerrado en esas cuatro paredes, el salón, la cocina, las otras habitaciones y espacios en la casa, todos estaban listos para una larga temporada de polvo en la que nadie limpiaría.

Estanterías y muebles tapados con sábanas blancas que ayudarían a preservar las pertenencias de los Park hasta que un milagro sucediera.

Muchas de las cosas pequeñas se encontraban listas para una mudanza que nadie ordenó porque los dueños de casa, para el mundo, ya estaban en mejor vida.

Fuera de la habitación de Jimin habían de 6 a 7 cajas esperando ser llenadas de todas sus pertenencias.

Seguramente la señora Biyeon se encargó organizar todo, tal vez con el afán de desalojar el lugar porque este sería eventualmente el trofeo de Gang SiWoo.

Se levantó de la cama con pereza y salió con sigilo para tomar unas cuantas cajas. Abrió la primera e inicio por llenar los libros que este tanto amaba.

—Seguramente a Jimin le gustaría llevarse sus libros.

Cuando terminó, abrió el closet. Jimin era una persona muy estilizada, los colores, las texturas, todo combinaba con él y con su estado de ánimo. Entonces, por consiguiente, su closet era uno de los más grandes que había visto.

Buscó las grandes maletas que llevaba cada que iba de viaje y dobló cada prenda. Cuatro maletas repletas de ropa y dos cajas grandes de zapatos.

Lo que no alcanzó, lo dejó doblado en el closet, listo por si deseaban llevárselo.

¿Qué más? Tal vez sus accesorios, lo que usaba a diario, cosas que no le faltarían, carteras, bolsos, productos de cuidado personal, aunque realmente no sabía si se podían usar ahora.

Cuadros decorativos, unos cuantos adornos y todo lo que se le ocurriera.

Finalmente la mañana llegó y la luz entró a la habitación recordándole que debía cerrar las puertas y ventanas con seguro, acomodar las cortinas para que desde el jardín no hubiese un campo de visión disponible hasta ahí.

Cargó el arma, la aseguró y dejó en la cómoda a lado de su cama para luego por fin buscar en poco de descanso.

El autobús no tenía muchos pasajeros, era de madrugada de todas formas, solo trabajadores que se desvivían para sacar algo de dinero al mes y sus horarios de salida eran muy temprano o muy tarde, dependiendo de la perspectiva en la que se le vea, ...

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El autobús no tenía muchos pasajeros, era de madrugada de todas formas, solo trabajadores que se desvivían para sacar algo de dinero al mes y sus horarios de salida eran muy temprano o muy tarde, dependiendo de la perspectiva en la que se le vea, la vida en Corea es difícil.

Un lugar hermoso, pero todo era tan superficial que no quedaban ganas de vivir y esto se reflejaba en las tasas de mortalidad anual.

Los precios subían, pero no los salarios, muchas personas estaban confinadas a vivir en una especie de caja pequeña en la que tener la luz del sol también era un privilegio al cual la mayoría no accedía.

Presionó el botón avisándole al conductor que bajaría en la siguiente parada y se sentó a esperar su momento de bajar.

La calle del lugar donde se quedaría era una zona angosta, no cabía un coche, pero si muchas personas que no tenían donde quedarse o esperaban una atención más privada.

No te pedían más que pagar y entrar, básicamente perfecto para él, que cuando tuvo las llaves en sus manos, apresuró el paso hasta su habitación para dormir todo lo que pudiese.

El viaje se había prolongado, el sueño no llegó durante el camino aún estando cansado, no cabía duda que el tiempo pasaba sin piedad y como el doctor se lo dijo, la facilidad para desplazarse de un lugar a otro, terminaría pronto.

Como una enfermedad en avance, estaba llegando al equivalente de un estado terminal.

¿Cuánto le falta? Ni siquiera quería recordarlo, evitaba pensar en ello, no por temor, sino por lo difícil que sería de ahí en adelante.

Pensar en si mismo le había costado tanto, había ciertas dudas con respecto a su situación actual. ¿Lo haría bien?

¿Estaba haciendo lo correcto?

Tal vez simplemente todas estas interrogantes eran típicas en personas como él, eso quería pensar. Después de todo no tenía el privilegio de dormir tranquilo un solo día desde que escapó.

Por culpa, por dolor, por miedo, por incertidumbre, por amor.

No podía evitar pensar que su felicidad se compró como un producto carisimo, con una tarjeta de crédito de su padre y al caerse el castillo, la factura había llegado pagando cada cuota con intereses altísimos que terminaron por destruirle la vida.

Su única y última oportunidad se le había presentado delante de los ojos, una idea completamente estúpida y arriesgada donde el todo o nada se haría presente.

Pasaron por lo menos ocho horas hasta que sus ojos volvieron abrirse por el timbre del teléfono que insistentemente sonaba y vibraba a lado suyo.

—Estás aquí.

Esa voz gruesa y raspoza, era él.

—¿No hay manera de escapar de ti, cierto?

El hombre vaciló para contestar y luego esbozó una pequeña sonrisa.

—Claro que no, ya que lo has experimentado en carne propia. ¿Qué tal si nos dejamos de juegos?

Aquel hombre que en algún momento se había llenado la boca diciéndose amigo de su padre, ahora era su peor pesadilla y faltaba poco convertirse en una cruel realidad.

—Tienes mi ubicación, mi número, sabes que estoy aquí. ¿Eso te tranquiliza?

—Estaré más tranquilo el jueves a las 10 p.m. en el jardín de la mansión. Tu pusiste el lugar, yo el día y la hora.

El rubio presionó el botón rojo que aparecía en la pantalla y tiró el móvil a la cama. Tan solo dirigirle la palabra le causaba náuseas.

Hola, lamento la tardanza, los días de trabajo son agotadores

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Hola, lamento la tardanza, los días de trabajo son agotadores. Odio tener que estar ahí a las 6 a.m. jajaja. No me gusta despertar tan temprano, tantos años trabajando y no me acostumbro a los horarios de trabajo.

En fin, estoy mal, creo que tengo una gripe, todo estuvo bastante pesado, dejó este capítulo y pondré a cargar el móvil hasta que tenga batería suficiente para escribir otro capítulo.

Muchas gracias por leer.

Melissart🌌

Tinta NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora