Capitulo 4

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-¿Pero te volviste loco? -musitó Roberta temblorosa.

-¿Vives sola o con tu familia?

-Sola, pero...

-Sorprendente. ¿Dónde guardas el pasaporte? - continuó preguntando Diego sin dejar de mirar aquel bello rostro.

-En la mesilla, pero ¿por qué...?

Diego marcó un número de teléfono en el móvil.

-No veo ninguna otra alternativa. Podría encerrarte en algún lugar, pero me temo que eso te gustaría aún menos. Y no puedo pedirle a mis empleados que te vigilen mientras me voy de viaje. Tenes que acompañarme, y de buen grado.

¿De buen grado? ¿Por su propia voluntad? Roberta finalmente se quedó boquiabierta al comprender que estaba hablando en serio. Diego comenzó a hablar por teléfono en griego en tono brusco y dominante. Escuchó que mencionaba su nombre y se intranquilizó aún más.

-Pero... yo... ¡te juro que no le diré a nadie lo que he oído! -protestó enfebrecida mientras él colgaba el teléfono.

-No me basta. ¡Ah! y, otra cosa más: le he ordenado a uno de mis empleados que abra tu casillero y saque las llaves de tu casa.

-¿Que has hecho qué? -preguntó Roberta irritándose.

-Tu dirección está en los archivos de personal. Azul recogerá tu pasaporte y lo llevará al aeropuerto.

-Pero... ¡me voy a casa ahora mismo! -exclamó Roberta con los ojos muy abiertos, llena de incredulidad.

-¿En serio? Ha llegado el momento de la verdad, Roberta -advirtió Diego con mirada desafiante--Podes salir por esa puerta, no voy a impedírtelo. Pero puedo echarlas a las dos, a vos y a tu amiga. ¡Y créeme, si sales por esa puerta lo haré! - Roberta se detuvo a medio camino, helada-. Creo que sería mucho más sensato por tu parte aceptar lo inevitable y venir sin rechistar. Es decir, si es cierto que sos inocente, como dices -añadió en voz baja

-¡Esto es una locura! ¿Para qué iba yo a querer poner en peligro mi puesto de trabajo contándole a nadie lo que he oído?

-Esa información vale un montón de dinero, creo que es un buen motivo -contestó Diego caminando a pasos agigantados hacia la oficina de la que había salido-. ¿Venis?

-¿A dónde? -musitó Roberta.

-Tengo un helicóptero esperando en la terraza, nos llevará al aeropuerto.

-¡Ah...! ¿Un helicóptero? -repitió Roberta con voz débil e incrédula.

Diego pareció comprender al fin que Roberta estaba paralizada e incrédula ante sus exigencias.
Cruzó la habitación, puso un brazo alrededor de sus hombros y la guió en la dirección en la que quería que lo acompañara. Después hizo una pausa para recoger un grueso abrigo oscuro colgado del respaldo de un sillón y se apresuró a cruzar con ella la principesca oficina hasta una puerta en el extremo opuesto.

-Esto no puede estar ocurriéndome a mí - susurraba Roberta medio mareada mientras tropezaba con los escalones que salían a la terraza.

-Yo opino exactamente lo mismo -contestó él escueto, subiendo detrás de ella-. Precisamente en este viaje no tenía ningunas ganas de tener compañía.

Dio alargó una mano para abrir la puerta metálica al final de las escaleras. Una ola de aire frío voló el cabello y la ropa de Roberta marcándole la esbelta figura. Ella se echó a temblar. Diego, que ya
se había abrochado el abrigo, salió a la terraza pasando por delante y dirigiéndose hacia el helicóptero.

- ¡Date prisa! - gritó volviendo la cabeza por encima del hombro.

-¡Pero si ni siquiera llevo abrigo! -contestó ella perdiendo la paciencia.

Diego se paró en seco y dio la vuelta con aire de severa impaciencia y luego comenzó a desabrocharse el abrigo.

-¡No malgastes tu tiempo! -soltó Roberta malhumorada ante aquel despliegue de galantería tardío-. ¡No me pondría tu estúpido abrigo ni aunque me diera una neumonía!

-¡Pues hiélate en silencio! -respondió Diego con un brillo en la mirada.

Roberta se encogió de hombros. Sólo la curiosidad del piloto la hizo callar. Insensible a una respuesta como aquélla, que hubiera atemorizado al noventa por ciento de la gente, Roberta pasó por delante de Diego y se subió al helicóptero tan tranquila.

-Compraremos ropa en el aeropuerto -comentó él de mal humor sentándose junto al piloto y volviendo hacia ella su perfil griego clásico y duro- Tendremos tiempo de sobra mientras esperamos a que llegue tu pasaporte. ¡Probablemente incluso perdamos el turno para despegar!

-¡Qué pena! -exclamó Roberta en un tono inconfundiblemente sarcástico, provocando en él el desconcierto.

Las aspas del helicóptero giraron en el tenso silencio. Roberta volvió el rostro hacia fuera. Aquello no podía estar ocurriéndole a ella, se decía una y otra vez mientras el helicóptero se elevaba y atravesaba Londres. Se podía decir que Diego la había secuestrado. ¿Qué otra alternativa le había dado? Ninguna. No podía arriesgarse a que Lupita perdiera su trabajo, porque la pobre no contaba con el lujo de un segundo salario. ¿Pero era ella más independiente?, se preguntó Roberta. En un caso de supervivencia ella hubiera podido pasarse sin su salario como mujer de la limpieza. Después de todo tenía otro empleo de día y una cuenta bancaria con interesantes ahorros.
En realidad Roberta vivía como un monje, ahorrando cada peso, deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de alcanzar su objetivo en la vida.
Y ese objetivo era comprar la librería en la que trabajaba desde los dieciséis años. Sin embargo, si el incremento regular de ahorros de su cuenta bancaria cesaba justo cuando estaba a punto de hacerse cargo del negocio, el director de la sucursal bancaria se sentiría decepcionado y sus ambiciones de propietaria sufrirían un fatal revés. Aquél era un momento crucial, con su jefe cada día más anciano y ansioso por retirarse.

Diego era un paranoico, un absoluto paranoico, decidió. Roberta, ¿una espía? ¿Acaso leía demasiadas novelas? Sólo era una mujer de la limpieza que había entrado accidentalmente en su santuario. Una mujer de la limpieza que no tenía permiso para trabajar en esa planta y menos aún para entrar en esa oficina, le recordó una débil voz en su interior. Una mujer a la que, además, habían visto saliendo de detrás de la puerta...

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora