Capitulo 22

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De pronto otra conversación entre dos mujeres de la limpieza llamó la atención de Roberta.

-Apuesto a que es una secretaria o algo así...

-No tal y como iba vestida, con ese sombrero y todo eso -argumentó la otra vehemente-. Y de todos modos, ¿para qué iba a llevar a una secretaria al funeral de su padre?

-¿De quién estan hablando? - preguntó Roberta aclarándose la garganta.

-De la misteriosa pelirroja con la que llegó el señor Bustamante a Atenas -rió Lupita-. ¿Una secretaria? De eso nada, no con esa ropa.

-Muchas secretarias están muy cualificadas y ganan mucho dinero -aseguró Roberta.

-Esa pelirroja se parecía mucho a vos -bromeó otra-. Y desapareciste la noche del lunes. ¿Tienes algo que confesar?

-¿Yo... yo? -repitió Roberta desconcertada.

-¡Roberta hubiera estado demasiado ocupada dándole clases sobre sexismo al señor Bustamante como para acompañarlo! -rió alguien.

-Esta noche voy muy retrasada, será mejor que me ponga a trabajar -comentó Roberta.

Al acabar su turno Roberta tomó el autobús a casa. Nada más llegar vio una limusina aparcada. La tensión se apoderó de ella y el corazón le latió acelerado. Al acercarse Diego salió del coche con toda naturalidad.

Y, como era habitual, su aspecto era sensacional. Traje sastre gris marengo, camisa de rayas, corbata de seda. El corazón de Roberta zozobró. Diego parecía exactamente lo que era: un hombre de negocios rico y sofisticado. ¿Cómo podía haber imaginado, ni tan siquiera por un segundo, que podía relacionarse con una persona así? Roberta sacó las llaves con mano temblorosa.

-No juegas limpio, Diego. Te dije que no quería verte.

-Te hice daño y lo siento -murmuró él tranquilo.

Roberta ladeó la cabeza. No estaba preparada para escuchar aquella disculpa tan penosa para su ego. De sus ojos salieron lágrimas mientras trataba de meter la llave por la cerradura. Diego le quitó las llaves, abrió y dio un paso atrás. Roberta entró y apagó la alarma.

-No tengo ganas de hablar con vos, ¿de acuerdo?

-No, no estoy de acuerdo. Yo quiero que hablemos.

Roberta tragó. Probablemente lo único que quería era ofrecerle una explicación y marcharse, pensó. Se encogió de hombros como si aquello no le importara y trató de mantener alta su dignidad. Diego la siguió por las escaleras que había detrás del mostrador. Ella abrió la puerta de su casa y encendió la luz de la mesilla.

Aquella era su casa, y tenía una sola habitación, pero estaba orgullosa de ella. Había pintado las paredes de amarillo, colgado pósters y cubierto un sillón con una bonita tela de color. Dejó las llaves sobre la mesa junto a la ventana y se volvió hacia él.
Diego la observó con una intensidad inquietante. Roberta se ruborizó y se cruzó de brazos, plenamente consciente de pronto de su pobre aspecto. Levantó la barbilla y sus miradas se encontraron. Ella se estremeció, sintió un calor inundar sus muslos, una necesidad despertar de pronto.

-Veni a casa conmigo -rogó él con voz espesa.

-¡No! -jadeó Roberta confundida ante aquella invitación.

Las densas pestañas de Diego descendieron lentamente sobre su intensa mirada mientras él respiraba hondo, lleno de tensión.

-Tenes razón, tenemos que hablar primero - concedió él a su pesar.

¿Primero?, se preguntó Roberta volviéndose temblorosa, atónita ante la idea de que él pudiera obligarla a rendirse con una sola mirada.

-El otro día, en la isla, me equivoqué totalmente con vos -admitió Diego sin vacilar-. Cuando me llamó mi gerente con las malas noticias no le dejé ni explicarse. No quería discutir sobre ese asunto. Me temo que pensé que habías sido vos quien había hecho esa llamada desde el aeropuerto. Estaba furioso.

-Sí.

-Pero esta mañana he sabido que decías la verdad, había alguien más la otra noche. La cámara de seguridad del corredor lo tiene todo grabado - reveló Diego -. Si yo hubiera estado más centrado aquél día me hubiera acordado de la cinta de vídeo y habría comprobado de inmediato que decías la verdad -Roberta asintió en silencio, sin mirarlo -. Tengo mucho carácter, pero normalmente no llego a juicios tan precipitados sobre la base de pruebas circunstanciales únicamente.

-Bueno, es cierto que las circunstancias no me favorecían, ¿verdad? -respondió Roberta tratando de no darle importancia, deseosa de acabar con aquella visita - . Vos no me conocías, ¿cómo ibas a saber que yo no hago esas cosas?

-Sos muy generosa, pero no voy a esconderme tras esa excusa. Hemos pasado el suficiente tiempo juntos, yo debería de haberlo sabido -la contradijo Diego -. Lamento terriblemente la forma en que te traté. Fui... brutal.

Roberta no discutió ese punto. Se quedó mirando para abajo, resistiéndose a la tentación de posar los ojos sobre él. Diego se lo estaba poniendo difícil. No quería servirse de la excusa que ella le ofrecía como hubiera hecho la mayoría de los hombres.
No trataba de aminorar en nada su culpa, de negar su crueldad. El silencio era tenso. Roberta sabía que él esperaba una respuesta, pero no tenía nada que decirle.

- El empleado que fue a la competencia con la filtración fue un ejecutivo llamado...

-¿Javier Alanis? -preguntó Roberta de improviso, sin pensar.

-¿Cómo lo sabes? Dijiste que no lo habías visto...

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora