Capitulo 15

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Y, para ser sinceros, Roberta sabía que no podía confiar en sí misma estando junto a él. Deseaba a Diego, lo deseaba como jamás había deseado a ningún hombre, y sólo darse cuenta de ello resultaba aterrador. Pero mucho más peligroso era aún pensar que se moría de ganas de hablar con él, de escucharlo, de estar con él...
Todo en su interior la advertía del peligro. Diego era incapaz de enfrentarse a sus propios sentimientos en aquel momento, y por eso centraba su atención sobre ella. Ésa era la cruda realidad, la verdad sobre su supuesto deseo hacia ella. Era la técnica masculina habitual para evitar la verdad. Diego hubiera bailado sobre cristales antes de admitir que deseaba hablar sobre las relaciones que había mantenido con su padre.

Roberta volvió de pronto sobre sus pasos tomando una decisión. Diego estaba mirando al mar con las manos en los bolsillos del pantalón.

-Apuesto a que nunca te ha ocurrido realmente nada malo -respiró Roberta.

-¿De qué diablos estás hablando? -preguntó Diego volviéndose.

-¿Tuviste una infancia feliz?

-Sí.

-¿Y tuviste una relación íntima con tu padre antes de alejarlos el uno del otro?

-Por supuesto -confirmó Diego desalentándola que preguntara más.

-Entonces, ¿por qué no puedes concentrarte en los buenos momentos que pasaste con él?

-¿Qué sabes vos de cómo me siento? -preguntó él agresivo.

-Sé cómo te sentis, pero sencillamente no comprendo cómo no aprecias más la suerte que tuviste al disfrutar de todos aquellos años de felicidad con tu padre -Diego se volvió, incapaz de pronunciar palabra,con expresión de ira-. Yo... tuve un padre que ni siquiera le dejó a mi madre inscribirme en el registro con su apellido, un padre con el que me crucé en una ocasión por la calle y que fingió no conocerme -confesó Roberta-. Y sin embargo mi madre nunca dejó de venerar la tierra que él pisaba -Diego la miró frunciendo el ceño, lleno de incredulidad-. Tuve una pelea muy fuerte con mi madre el día antes de morir - continuó Roberta estremeciéndose por las lágrimas-. Yo tenía dieciséis años, y la quería tanto que me moría de preocupación por ella. Pretendía sacarla de su estado de depresión, persuadirla de que valia la pena vivir aunque fuera sin mi padre...

Diego se había acercado sin que Roberta lo advirtiera. Cerró los brazos entorno a ella y la estrechó con fuerza. Roberta pensó fugazmente en que nada estaba ocurriendo como había imaginado. La cálida e íntima fragancia de él inundaba sus sentidos al respirar. La tranquilidad, el apoyo que significaba su poderoso cuerpo resultaba embriagador.
Era Diego quien hacía de pronto las preguntas, y sin vacilar. Y Roberta se lo contó todo. Su madre, Emilia, era la hija única de un próspero viudo, y nunca había tenido que enfrentarse a la realidad. Vivía idolatrada por su padre. A los veintiún años se enamoró y se comprometió con el padre de Roberta, Salvador. Pero poco después su padre sufrió una bancarrota y todo se vino abajo.

-Salvador no quería a mi madre sin su dinero - continuó Roberta-. Rompió el compromiso y poco después se casó con la hija rica de un industrial.

-¿Así que dejó a tu madre cuando estaba embarazada?

-No, no fue tan sencillo. Unas semanas después de casarse mi padre fue a ver a mi madre y le dijo que había cometido un tremendo error, que aún la amaba. Y ese mismo día me concibieron a mí. Mi madre creyó que él abandonaría a su mujer.

-Ah... -murmuró Diego-, pero no era ésa su intención,¿no?

-Mi madre apenas tenía experiencia, y seguía loca por él -admitió Roberta suspirando-. No quiero seguir hablando de ellos.

-Tranquila -dijo Diego con voz ronca, dejando que sus manos se deslizaran por la espalda de ella hasta las curvas de sus caderas, apretándola contra su cuerpo tenso.

-Ahora te toca a vos - musitó Roberta con naturalidad, temblando y pensando en apartarse de él, decidiendo hacerlo y descubriendo que era incapaz.

-¿Que me toca a mí? -repitió él con voz espesa.

-Sí, es tu turno -insistió ella.

-Mi padre me dijo que ya era hora de que me casara. Yo le dije que no, que aún no estaba preparado... y él me dijo: «pues no quiero volver a verte ni hablar con vos hasta el día en que lo estés»-recitó Diego de memoria, con énfasis.

Roberta levantó la cabeza para mirarlo con el ceño fruncido.

-Ésa es tu forma de decirme que me ocupe de mis propios asuntos, ¿no?

-No.

-¿Quieres decir que tu padre esperaba de verdad que te casaras cuando él quería? -repitió sin ocultar su asombro.

-Mis padres tampoco se conocieron ni se casaron así, sin más, Roberta. Se conocían desde la infancia, crecieron sabiendo lo que se esperaba de ellos y luego, cuando llegó el momento... sus padres se reunieron y fijaron la fecha -terminó Diego en un tono de voz tenso.

-¡Por el amor de Dios, eso es de la Edad Media!

-Para vos quizá, pero mis padres fueron felices - continuó Diego apartándole el pelo de la frente con dedos tiernos, haciéndola temblar y obligándola a estrecharse contra él-. En Grecia el matrimonio sigue siendo un asunto familiar.

-No quiero criticar a tu padre pero... -comenzó a decir Roberta vacilando, volviendo el rostro de modo que rozara la palma de la mano de él y comenzando a respirar entrecortadamente-, creo que debería de haberse dado cuenta de que los tiempos han cambiado. Vos sos un hombre hecho y derecho, y él te trató como si fueras...

-Él sabía qué era lo mejor para mí -la interrumpió Diego con voz de seda-. Puede que yo haya sido educado en un colegio inglés, pero soy griego, Roberta. El matrimonio es un paso decisivo en la vida. Los ingleses confían en el amor y tienen una tasa de divorcios muy alta...

-Sí, pero...

-En esta vida es más importante escoger a una compañera con inteligencia -afirmó Diego levantándola en brazos y posando su sensual boca sobre la de ella con hambre, como si estuviera cansado de hablar sobre ese asunto.

Roberta sintió que la cabeza le daba vueltas, que el corazón le latía con violencia. Él necesitaba hablar. Aquello no era lo que había planeado. Y desde luego no era lo que se suponía que debía ocurrir entre los dos. En cuestión de segundos se apartaría de él, pararía aquello antes de que fuera irremediable. Sin embargo sus brazos habían rodeado a Diego por el cuello y sus dedos se enredaban en el sedoso cabello. Una nube de debilidad la envolvió de tal modo que cuando pasaron los treinta segundos que se había prometido de plazo apenas recordaba por qué se lo había impuesto.

-Esto era inevitable -jadeó Diego levantándola en brazos para llevarla dentro justo cuando ella comenzaba a tambalearse y sus piernas comenzaban a flojear.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora