Capitulo 5

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Cierto, concedió Roberta reacia. Podía resultar sospechoso. Pero eso no justificaba el que insistiera en no perderla de vista en treinta y seis horas. El hecho de que se la llevara de viaje demostraba que estaba loco. Y además no era ése el único problema. La forma en que Diego la miraba la ponía furiosa. En medio de toda aquella neblina de sospechas él se había permitido el lujo de mirarla de arriba abajo, como si fuera una mercancía sexual a la venta.
Roberta apretó los generosos labios y se puso a rumiar aquello.

Bastante había tenido con tolerar a Javier Alanis, que se negaba a aceptar un no por respuesta y que estaba convencido de que era sólo cuestión de insistir. No era de extrañar que se hubiera incluso mareado. Aquel arrogante griego no había hecho sino aumentar aún más la repulsa que su subordinado había provocado en ella. Sin embargo ella era diferente.
Diego era uno de esos hombres salvajemente masculinos, la clase de tipo que no podía mirar a una mujer sin preguntarse cómo sería en la cama.

Impermeable a la creciente antipatía de Roberta, que demostraba con un frígido silencio, Diego la guió por el aeropuerto hasta la zona comercial. Entró directo en una boutique cara y se dirigió hacia los trajes de chaqueta. Arrojó luego en sus brazos uno negro, de la talla más pequeña, y escogió un bolso, un sombrero y un par de guantes negros largos del estante en el que estaban expuestos. El resto de las exquisitas prendas del estante parecieron deslucidas. Roberta se ruborizó hasta la punta del cabello. La dependienta los seguía con
atenta e irritada mirada por toda la tienda. Finalmente Roberta susurró en voz baja y mortificada:

-¿Qué diablos crees que estás haciendo?

-Comprar -explicó Diego escueto, indiferente a las miradas de los empleados que, bien entrenados, seguían atentos cada uno de sus movimientos.

Diego se dirigió decidido hacia otro perchero y tiró de un vestido azul sacándolo de la percha para arrojárselo a Roberta con la misma
indiferencia. Luego le siguió un largo abrigo negro y por último, tras una pausa ante un maniquí con unos pantalones cortos rosas, Diego inclinó la cabeza y dijo, dirigiéndose a la vendedora que se acercaba:

-Esto también nos lo llevamos.

-Me temo que no está a la venta, caballero.

-Entonces quítelo del maniquí -ordenó Diego.

-¡Pero señor Bustamante! - silbó Roberta ruborizada hasta el límite.

La vendedora, cuya insignia proclamaba su rango de encargada, estuvo a punto de hacer otro movimiento, pero al oír el nombre abrió la boca atónita y miró con más amabilidad al alto y morocho cliente.

-¿Es usted el se... señor Bustamante?

-Sí, soy el propietario de esta cadena de tiendas - confirmó Diego con una mirada de desaprobación -Decime, ¿es habitual que los empleados estén de pie, sin hacer nada, charlando y mirando a los clientes que los necesitan? ¿Y desde cuándo es más importante un maniquí que una venta?

-Tiene usted mucha razón, señor . Por favor, permítame que lo atienda.

-Esta señorita necesita ropa interior. Escoja usted algo -ordenó Diego dejando que su atención recayera entonces en el estante de los zapatos y arrastrando a Roberta hacia ellos-. ¿Qué número usas?

-Creo que nunca en la vida me he sentido tan violenta -comentó Roberta temblando-. ¿Es así como te comportas en público normalmente?

-¿Pero qué te pasa? -exigió saber él-. No hay tiempo que perder, elegí unos zapatos.

La encargada estaba al fondo luchando por quitarle los pantalones cortos al maniquí. De pronto Roberta, con un movimiento repentino, le arrojó la ropa que llevaba en brazos a Diego.

-¿Por qué no te vas al mostrador de embarque y me esperas allí?

-Me quedaré aquí para despachar ciertos asuntos que...

-¡No vas a quedarte aquí mientras yo elijo prendas de lencería! -exclamó Roberta como una olla a presión a punto de estallar, con ojos airados y tan brillantes como una joya-. ¡Además, no necesito tantas cosas!

-Te pago para que hagas lo que se te dice... -alegó él con ojos intensos.

-¡Pues si voy a soportarte necesito al menos un poco de espacio!

La brillante mirada de Diego resplandeció literalmente hablando. Un rubor oscuro acentuó los esculturales pómulos. Nunca nadie le había hablado en ese tono, y la incredulidad emanaba de él por oleadas.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora