Capitulo 11 Especial Día De San Valentín 👫💖

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-¿Es que él era de los buenos?

Diego volvió a ponerse tenso. Toda la expresión divertida de su rostro desapareció. En silencio, asintió con gesto duro. Luego le dio la espalda a Roberta, que hubiera deseado mantener la boca cerrada. Entonces alguien llamó a la puerta. Era hora de marcharse. Ambos salieron al creciente calor del sol y caminaron hasta embarcar en un pequeño avión. ¿Cómo había podido tener tan poco tacto?

El avión sobrevoló las aguas del Adriático. Sólo el ruido del motor llenaba el silencio. Roberta sintió que los párpados le pesaban. Se hundió en el asiento y se durmió. Le costó despertar y tardó en comprender dónde estaba. Abrió los ojos confusa. Estaba tumbada en el enorme asiento trasero de una limusina de lunas tintadas. De pronto, con un ruido metálico y caro, la puerta se abrió. Un joven rubio se quedó mirándola.

-Así que vos sos la última conquista de Diego... Tengo que decírselo a mi primo, tiene buen gusto. No es de extrañar que no hayas querido entrar en la iglesia, algunos de los parientes de su madre son de estrechas miras. Me llamo Pablo.

Roberta se incorporó, tensa ante la mirada de aquel joven, fija en sus piernas. Tiró de la pollera y contestó:

-¡No soy la última conquista de Diego!

-Bien, ésa es una buena noticia -sonrió Pablo deslizándose por el asiento y cerrando la puerta-. Entonces, si no sos de Diego, ¿qué estás haciendo aquí, esperándolo a las puertas del cementerio?

-Trabajo para él, ¿de acuerdo?

-Por mí de acuerdo... -contestó el joven imperturbable ante la helada mirada de ella, alargando un brazo confiado hasta su cabello murmurando contra su mejilla ruborizada -: Sos verdaderamente una muñeca...

La puerta del coche volvió a abrirse, pero en esa ocasión era Diego que, echando un vistazo a la escena, aparentemente íntima, rugió de ira. Alargó un poderoso brazo, agarró al joven del cuello y lo sacó de la limusina para echarle un grito en griego. Roberta, atónita e inmóvil, miró a Diego.

-Ella dijo que no era tu chica... ¿crees que me habría abalanzado sobre ella de no ser así? -gritó Pablo mientras se alejaba echando chispas.

Diego entró en el coche con expresión seria y rasgos endurecidos, como de bronce, sin decir palabra. Sus ojos brillaron de ira al exclamar con desprecio:

-¡No te he traído aquí para que vayas tendiendo trampas a los hombres!

Roberta, que tenía temperamento y que de hecho estaba ya alterada, estalló. Reaccionó instintivamente, levantando una mano y cacheteando el rostro de Diego con fuerza.

-¡Ningún hombre habla así de mí! -la mejilla de Diego quedó marcada. Él la miró atónito. Ella sabía que había ido muy lejos, pero estaba demasiado enfadada como para reconocerlo-. ¡Y tu vanidoso primo se merece otra! ¿Quién diablos se ha creído que es? ¡Llamarme muñeca y acariciarme el pelo como si yo fuera un juguete! ¿Y cómo te has atrevido a comportarte así, haciéndole creer me rebajaría a ser tu chica?

-¿Rebajarte...? -repitió Diego nervioso, con ojos brillantes.

-¡Sí, rebajarme! -confirmó Roberta temblando-. Las mujeres no somos objetos que los hombres puedan poseer...

-Yo podría persuadirte de que me pertenecieras si quisiera -declaró Diego medio gritando.

Roberta respiró hondo al escuchar aquello. Lo escrutó con ojos irritados y contestó:

-¿Con qué? ¿Con un hacha primitiva? Porque déjame que te diga una cosa: sólo conseguirías que entrara en la cueva familiar noqueándome y arrastrándome de los pelos.

Diego la atrajo entonces a sus brazos sin previo aviso, sin aceptar un no por respuesta, y apretó sus labios contra los de ella. El shock paralizó a Roberta, pero otra sorpresa aún más grande la esperaba. Cuando aquella sensual boca la poseyó hambrienta fue como si el mundo se hubiera detenido y ella estuviera volando por el cielo, directa hacia el sol. Porque el ardor y el ansia que Diego hizo surgir en ella hubiera podido hacer arder todo el planeta. La cabeza le daba vueltas, todo razonamiento fue suspendido durante aquel instante de pura sensación. Diego la estrechó con más fuerza aún, y Roberta sintió que la sangre le hervía por las venas. Diego se apartó de ella con respiración entrecortada y ojos brillantes, con una sonrisa de satisfacción que fue incapaz de ocultar.

-No necesitaría usar la fuerza contigo, Roberta. Vendrías a la cueva familiar como un corderito - comentó contento, con voz espesa.

Mientras las brumas de la intoxicación se despejaban Roberta miró aquellos bellos rasgos. Diego se puso tenso, entrecerró los ojos y trató de apartarla de sí. Una ola de rubor invadía a Roberta, que jamás se había sentido más violenta. No podía creer que hubiera sucedido lo que había sucedido. No podía creer que él la hubiera hecho sentirse así. El silencio reinaba tenso, espeso, como una trampa en la que ninguno de los dos quisiera arriesgarse a caer.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora