Capitulo 8

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-Lo único que creo es que te he descubierto antes de que pudieras desobedecer mi orden de no acercarte a un teléfono -dijo Diego- Eres pequeña y escurridiza. ¿Por qué no me sorprende?

-¡Yo no soy escurridiza!

-Podías haberme dicho que tenías otro empleo, no soy una persona tan poco razonable -añadió Diego - .Pero has preferido hacerlo a escondidas.

Si volvía a pronunciar la palabra «escurridiza» lo abofetearía, se dijo Roberta con el rostro encendido. Se sentía incapaz de disculparse, pero más aún de pedirle permiso para hacer cualquier cosa. Y aquella llamada era necesaria. Por desgracia iba a tener que contarle al señor Barry una mentirijilla delante de él. Roberta no tenía por costumbre mentir. Por el contrario, era incluso demasiado directa y sincera. Conocía bien sus defectos, pero algunos de ellos eran su mejor defensa. Era una persona terriblemente independiente, no le gustaba trabajar en equipo y le encantaba disponer de libertad para decidir por sí misma. Por eso aquellos dos empleos encajaban bien con su personalidad.

Casi una hora más tarde, cuando el tenso silencio de Diego estaba a punto de acabar con los nervios de Roberta, un hombre alto apareció con las llaves de su casa y el pasaporte. Los dos hombres se pusieron a hablar en griego ignorándola por completo.

-Espero que hayas dejado mi casa en orden - recalcó entonces Roberta en voz alta-. Y que la hayas dejado bien cerrada -añadió sin poder evitar que un gemido saliera de su boca-. ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo diablos has entrado con la alarma conectada? ¿Has vuelto a conectarla...?

-Mis empleados de seguridad no son estúpidos - alegó Diego ofendido-. Lo han dejado todo en orden.

-Debe de ser reconfortante saber que cuentas con empleados tan eficientes como ladrones -comentó Roberta. Diego le lanzó una mirada tormentosa-. Es de mala educación ignorar a las personas - añadió
ella dándose la vuelta.

Lo cierto era que no era más que una mujer de la limpieza, se dijo Roberta exasperada. El escalafón más bajo de todo el personal. Y estaba tratando con un hombre acostumbrado a ser servido a todas horas. El hecho de que se comportara desde ese momento como si fuera invisible no abrumó a Diego, que evidentemente esperaba que se mantuviera en un respetuoso silencio y que no hablara a menos que le preguntaran. Sin embargo Mica nunca había sido una persona callada. De pronto sintió frío, así que sacó el abrigo de la bolsa, le quitó la etiqueta y se lo puso. Le llegaba hasta el suelo. Si se subía el cuello parecería un fantasma.

-Toma -dijo Diego tendiéndole su móvil. Roberta parpadeó confusa-. Tu historia encaja. Javier, el que ha ido a tu casa a por el pasaporte, lo confirma. Puedes llamar al propietario de la librería.

Roberta marcó el teléfono. En cuanto escuchó la voz del señor Barry le explicó que faltaría al trabajo un par de días y se disculpó por no haber avisado con más tiempo. Puso de excusa la enfermedad de un amigo. Luego colgó el teléfono. Roberta lo miró de reojo.

-Sos una buena mentirosa, resultas muy convincente.

Unas cuantas horas más tarde Roberta había cambiado de estado de ánimo. Miraba a su alrededor con curiosidad. En el interior del jet los asientos eran de piel de color crema y la decoración elegante. El espacio destinado a los pasajeros parecía más un salón de lujo que un avión. ¿Acaso Diego Bustamante se daba cuenta de la suerte que tenía? ¡En absoluto! Roberta observó a su anfitrión. Habían estado esperando a que el aeropuerto les concediera permiso para despegar, y mientras tanto él había recorrido la habitación de un lado a otro rebosante de frustración e impaciencia. Por fin habían despegado, pero él seguía exactamente igual.

Roberta estuvo contemplándolo. Tenía el cabello castaño oscuro, perfectamente peinado, con un estilo que encajaba con la forma de su cabeza. Los ojos, espectaculares, estaban enmarcados por
largas pestañas. Las pupilas eran del color de la noche, capaces de brillar como las estrellas. Y los fuertes pómulos le añadían carácter. La nariz, arrogante, parecía advertir de ello. ¿Y aquella boca, generosa y perfecta? Inspiraba pasión y sensualidad. Roberta no pudo dejar de preguntarse cómo tal conjunto de rasgos podían dar lugar a un rostro tan devastador. Para cuando llegó a ese punto de la reflexión se dio cuenta de que estaba excitada, y tuvo que admitir algo que hubiera estado perfectamente dispuesta a negar. ¿A quién había querido engañar al decir que Diego Bustamante le producía repulsión? Aquella revelación dejó atónita a Roberta, que hacía años que no se sentía atraída por ningún hombre. Pero tenía que tratarse simplemente de unas pocas hormonas que, mediante trampas, pretendían recordarle que podía ser tan estúpida como cualquier otra mujer.

Diego resultaba increíblemente sexy aún de mal humor, y si era ella quien se había dado cuenta entonces es que era verdaderamente sexy. Poseía esa extraña fluidez en los movimientos que tenían los hombres con perfecta conciencia de su propio cuerpo, se movía como un enorme gato sobre patas almohadilladas. Y su cuerpo era perfecto. Hombros anchos, estómago plano y tenso, caderas estrechas, muslos largos y poderosos... Roberta iba tomando buena nota de todos los detalles. Un hombre de ensueño... hasta que abría la boca. O mientras no la dejara cargar con las bolsas o la mirara con aquel infinito desdén sin ocurrírsele preguntar siquiera si tenía hambre o sed. Diego Bustamante no era un hombre de sentimientos. Era duro, egoísta, de mente cuadrada y por completo centrado en sus propios deseos...

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora