CAPITULO 47: ÚLTIMOS CAPITULOS

294 33 5
                                    

Roberta lo miró de reojo, en silencio, mientras el opulento vehículo transitaba entre el tráfico. En dos semanas y media él había perdido bastante peso, observó. De pronto le pareció como si un abismo inconmensurable los separara. Nunca hubiera creído posible que Diego tuviera un aspecto tan sombrío. Aquél era el fin de su matrimonio.

-Está bien... -dijo ella.

-No, no está bien -la contradijo Diego-. ¿Dónde has estado viviendo?

-En una casa de las afueras, no tenía muchas ganas de buscar -admitió Roberta.

-¿Y no se te ocurrió que yo me volvería loco buscándote? -exigió saber Diego, de pronto de mal humor.

-¿Y por qué iba a pensarlo? -suspiró Roberta-. He cuidado de mí misma durante mucho tiempo, yo no soy una de esas chicas inútiles e impotentes.

El silencio se hizo más denso.

-No -concedió Diego-, pero podes hacerme sentirme impotente a mi.

-¿Cómo? ¿Quieres decir impotente al buscarme y no encontrarme? No había ninguna necesidad. No pretendía desaparecer para siempre ni ninguna estupidez de ésas. Te lo dije bien claro en la nota...

-Eh... si: «Diego, lo siento, pero he tenido que vaciar tu cartera... -recitó él de memoria-. Casarme con vos ha sido un error. Estaremos en contacto. No me busques... Bueno, supongo que no ibas a hacerlo, ¿ verdad?»

-No sé por qué tenes que recitar toda la nota que te escribí -protestó Roberta sintiéndose como una estúpida-. Estaba enfadada, y no disponía de mucho tiempo. ¡Tenes suerte de que te dejara una nota!

-Supongo que en eso tenes razón -susurró al fin Diego.

Roberta lo miró molesta, notando su tensión.

-Te aseguro que no pensé que te darías cuenta hasta mucho más tarde...

-Más tarde. Tardaste once días en llamar a Anita - le recordó Diego.

-Tenía cosas que hacer.

Como por ejemplo tratar de vivir sin él, tratar de descubrir cómo seguir existiendo con aquel dolor agónico que se intensificaba con cada hora que pasaba, tratar de olvidar todos los buenos recuerdos, el sexo. Para Roberta hacer el amor con Diego había sido alucinante, perfecto. ¿Pero cómo podía saber qué había sido para él? Diego se había mostrado entusiasta, pero quizá fuera sexualmente insaciable.

-Y bien, ¿qué has estado haciendo?

-He estado haciendo planes -mintió Roberta, que no había hecho sino vagar de un lado a otro. Roberta salió de la limusina y se dio cuenta entonces de que no habían llegado al apartamento de Diego, sino a la preciosa mansión que habían estado visitando justo el mismo día en que lo abandonó-. ¿Qué diablos estamos haciendo aquí?

-La compré -explicó Diego.

-Sí, dijiste que sería una buena inversión -recordó Roberta abriendo la puerta.

-Era una broma.

¿Sería eso cierto?, se preguntó Roberta, que había pasado dos semanas recordando cada una de las frases de Diego y tratando de fortalecerse. Había sido una pérdida de tiempo. Un simple vistazo a aquel cuerpo y estaba hipnotizada. A pesar de aquel nuevo aspecto se sentía tan atraída hacia él como la misma primera noche de Chindos.

-¿Y qué has hecho con el resto de mis cosas? - preguntó Roberta tratando de llenar el silencio.

-Están aquí.

-¿Dónde?

-En el dormitorio principal.

-Ah, bien. Así que no les has dicho a los sirvientes que no iba a volver -comentó Roberta comenzando a subir la enorme escalera.

-¿A dónde vas?

-Voy a hacer la maleta, así aprovecho que estoy aquí.

-Roberta... -comenzó Diego a decir con voz cansada- ... sé que me he comportado como un completo idiota...

-Diego, no quiero oírlo -anunció Roberta subiendo las escaleras deprisa-, no ha sido culpa de nadie. Nos casamos simplemente porque estaba embarazada, y fue una estupidez... ¿de acuerdo? Pero no es para tanto, ¿si?

-¿Cómo que no es para tanto? -repitió Diego

Roberta no pudo resistirse. Al llegar al descansillo de la escalera volvió la vista hacia él.

-Escucha, lo único que trato de decirte es que no quiero hablar de ello. No hace ninguna falta.

Diego apareció en la puerta del vestidor mientras Roberta descolgaba frenéticamente su ropa de la percha. Las manos le temblaban. ¿Qué le estaba ocurriendo? Un minuto más y se humillaría y lloraría histérica preguntándole qué tenía aquella helada mujer del Ártico para que la prefiriera antes que a ella.

-Mia estaba detrás de aquel artículo de la prensa... -declaró Diego.

Roberta se quedó muy quieta y luego, de pronto, se dio la vuelta con los ojos muy abiertos. Diego le devolvió la mirada con ojos atormentados, con los puños cerrados.

-Entonces supongo que habrá caído de ese pedestal donde la tenías... -comentó Roberta sintiendo que si dejaba de hablar se derrumbaría y hundiría en sollozos.

Por fin veía en los ojos de Diego aquello que más temía ver: el horror ante el descubrimiento de la verdadera naturaleza de Mia.

- Yo no la tenía en un...

-Lo siento, Diego, pero cualquier mujer la habría calado a un kilómetro de distancia. Pero claro... - Roberta cambió de tema enseguida, incapaz de hablar de algo tan doloroso-. ¿No es reconfortante saber que estaba completamente decidida a conquistarte?

-Sólo por... sólo por quién soy y lo que tengo.

-Sí, bueno -sonrió Roberta-. Sé sincero. Vos valoras las mismas cosas que ella. Toda esa educación similar, el estatus, las convicciones, el dinero.

-No espero que me perdones por haberme negado a creerte -aseguró Diego cerrando los ojos con la cabeza bien alta.

-Bien, porque no iba a hacerlo -continuó Roberta buscando por el enorme vestidor-. Así que pensabas que ella estaba muy por encima de todo eso, y ahora que conoces la verdad te sientes bastante mal. Y, por cierto, ¿cómo has sabido la verdad? -preguntó de pronto curiosa.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora