Capitulo 44

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-Por supuesto que confío en vos... con una sola excepción -añadió Diego sin vacilar-. Y no creo que haga falta que volvamos a discutir sobre esa excepción nunca mas.

Roberta respiró hondo. Lo único que tenía realmente era una derrota frente a Mia. Sin embargo no podía insistir en sus acusaciones, no quería destruir su matrimonio antes incluso de que hubiera empezado. Mia ya se estaba ocupando de ello, y con éxito. ¿Cómo iba a enfrentarse a ella sin pruebas? ¿Acaso debía humillarse y pedirle a Anita que repitiera ante Diego lo que había oído? Lo cierto era que ningún comentario probaría nunca todas sus acusaciones contra Mia.

-Y en cuanto a los diarios mis abogados me han dicho que puedo demandarlos, y eso es exactamente lo que voy a hacer -continuó Diego.

-¿Para qué molestarte? -preguntó Roberta temblorosa, involuntariamente.

-Si alguien te ataca a vos es como si me atacara a mí. Tu reputación está en entredicho, te defenderé.

-Pues no te sientas obligado a hacerlo por mí - musitó Roberta-. Ya sabes lo que dicen, a palabras necias...

-Tendrán que retractarse en privado de todo, y publicarlo después -continuó Diego mirando de pronto el delicado perfil de Roberta-. Y tendrán que revelarme además su fuente de información.

Roberta levantó la cabeza esperanzada, pero luego volvió a bajar la mirada.

-Los periodistas jamás revelan sus fuentes -comentó.

-Te sorprendería saber lo que son capaces de hacer a puerta cerrada cuando se ejerce sobre ellos la suficiente presión -aseguró Diego-. ¿Cómo te encuentras?

-Creo que... me gustaría estar sola -confesó Roberta. Diego se puso tenso-. Lo siento, es lo único que quiero - añadió Roberta apartándose lentamente y poniéndose en pie- .Iré a dar un paseo.

-Iré con vos.

-No.

Roberta pudo observar la frustración de Diego. Lo amaba, y mucho. De no ser así no hubiera sentido aquel dolor. Sin embargo necesitaba tiempo para calmarse y asimilar lo ocurrido. Roberta tomó el sendero que llevaba a la casita de invitados. En cuanto llegó a la playa de arena se quitó los zapatos y caminó hasta la orilla. El sol brillaba produciendo fuertes reflejos sobre el agua. Hacía más calor que en su última visita, pero eso le encantaba. Aquel sol parecía capaz de acabar con sus estremecimientos.
Aquél era el primer día de su luna de miel, y sin embargo Mia había conseguido separarlos prácticamente. Diego estaba ofendido, y ella se había convertido en su talón de Aquiles. Él era un hombre orgulloso, y Roberta no tenía deseos de que dejara de serlo. No obstante habían tenido otra discusión que no los llevaría a ninguna parte. ¿Cuántas más podría soportar su matrimonio antes de que Diego decidiera que no tenían futuro?
Roberta había llegado lejos cuando vio a Diego acercarse por la playa con una cesta de picnic.

-Te pedí que me dejaras sola -le recordó Roberta con suavidad.

-Llevas ya tres horas sola, pethi mou. Ahora tenes que comer -contestó él sosteniendo su mirada.

-¿Y eso lo sabes porque lo has leído en el libro que te dio Matias?

-Quería estar con vos , ¿acaso es un crimen?

-No, yo también quería estar con vos -concedió Roberta.

-Pero no lo suficiente como para volver a la villa.

-Tengo que admitir que, a veces, me gusta que me persigas -admitió Roberta, suspirando.

-Nunca había conocido a ninguna mujer que estuviera dispuesta a confesar algo así -comentó Diego extrañado,riendo.

-No seas tonto, Diego. Yo puedo admitirlo porque estamos casados.

La sonrisa de Diego emocionó a Roberta, que finalmente tomó una decisión. Quizá su marido fuera incapaz de reconocer la malicia de Mia, pero los hombres en general tardaban en notar las artimañas femeninas, y aquella contrincante era muy inteligente. Y lo más importante de todo, Diego parecía feliz casado con ella. No parecía un hombre triste o desesperanzado por haber tenido que renunciar a la mujer a la que amaba. ¿O acaso era mucho más práctico de lo que pensaba?

-¿En qué estás pensando? -preguntó Diego.

-En vos

-Pues tu expresión no era muy amable...

-Sólo pensaba en que me gustaría que nuestro matrimonio durara para siempre.

Toda la tensión entre ambos desapareció. Diego podía regocijarse de comprobar que su mujer lo tenía siempre en el pensamiento, y en efecto aquello pareció agradarle. Roberta observó la sonrisa que curvaba sus labios. Sólo entonces se dio cuenta de que él era el centro de su vida. Aunque quizá no fuera una buena idea hacérselo saber.

-Hoy en día hay que trabajar duro para mantener un matrimonio a flote -añadió ella.

-Pero nosotros no tenemos ningún problema - afirmó Diego.

Roberta echó un vistazo a la cesta del picnic y reprimió una sonrisa. Diego se había apresurado mucho a negar que tuvieran algún problema. Pero después de que él descargara su ira culpándola por el artículo del diario, ¿qué otro daño podía causarles Mia?

-Mi reacción ante ese artículo ha sido exagerada - se disculpó Diego.

-¿En serio?

-También hay escándalos entre mis antepasados - aseguró Diego.

-Basta ya, no trates de hacerme sentirme mejor.

-Mi abuelo fue desheredado temporalmente por casarse con mi abuela.

-¿La hermana de Polly y de Lefki? -preguntó Roberta sorprendida-. ¡Por el amor de Dios! ¿Y por qué?

-Era una chica de la isla. Su padre era... -Diego vaciló-. Bueno, cuidaba cabras.

-¿Que cuidaba cabras? -repitió Roberta, incrédula.

-Pero no vayas por ahí contándolo... -advirtió Diego.

Roberta fue incapaz de decir nada durante unos segundos. Recordaba haber comparado a Diego con un pastor de cabras. De pronto se echó a reír a carcajadas y se dejó caer sobre la arena.

-Lo siento, Diego, es que es... tan divertido.

-Sabía que podía confiar en vos -aseguró Diego inclinándose sobre ella y contemplando su sonrisa y sus ojos brillantes.

Roberta se estremeció. Sus dedos siguieron la línea que dibujaba la masculina mandíbula.

-¿Tenes mucha hambre? -preguntó ella en un susurro.

Diego gimió produciendo un sonido ronco y masculino y se tumbó sobre ella. Su boca se posó sobre la de Roberta invadiéndola sensualmente y contestando a la pregunta.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora