Capitulo 13

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-Mia... -la llamó Diego apretándole la mano a Roberta.

Mia plantó un frío beso sobre la mejilla de Diego y ambos comenzaron a hablar en griego. La rubia ignoró a Roberta que, lejos de molestarse, estaba irritada con Diego al mantenerla a su lado. Él continuó hablando con la griega, que Roberta supuso sería una pariente cercana, mientras las guiaba a ambas hacia un salón.

Entonces comenzó a llegar más gente y Mia asumió el papel de anfitriona. Diego había soltado ligeramente la mano de Roberta, que trataba de escabullirse hacia un rincón. Pero Diego no solo la retenía, sino que de pronto la hizo adelantarse y comenzó a presentarle a gente. No obstante Roberta no pudo mantener ninguna conversación con nadie. Muchas miradas recaían sobre ella, pero Diego no dejaba de llevarla de un lado a otro. Intercambiaba unas palabras aquí, una frase allá... estaba tan tenso que era incapaz de dialogar con nadie.

-¡Cristos, odio esto! -murmuró Diego entre dientes, de pronto.

Unos minutos más tarde un hombre mayor lo abrazó forzándolo a soltar a Roberta. Ella dio un paso atrás y después comenzó a caminar hacia el balcón, que parecía recorrer toda la fachada de la casa. Salió y respiró hondo aquel aire cálido. Las vistas sobre el valle eran increíbles. Un interminable cielo azul abovedado cubría las crestas de los pinos sobre los que había flores que salpicaban color. Al fondo, mucho más abajo, majestuosas formaciones rocosas se internaban en el brillante azul turquesa del mar. Era tan hermoso que casi producía dolor.

Roberta estuvo admirando las vistas durante un rato. Después, consciente de su cansancio, se dio la vuelta y vio a Diego. Era tan lindo que era imposible no verlo. Tenía el ceño fruncido y miraba a su alrededor sin descanso, prestando escasa atención a lo que le decían. De pronto su mirada se posó sobre Roberta, iluminándose como una estrella, y su rostro se relajó.
Roberta colisionó contra aquellos ojos brillantes. Su corazón comenzó a latir y se le secó la boca. Observó a Diego caminar a grandes pasos hacia ella. Tenía centrada en él toda su atención, y era tan incapaz como él de apartar la mirada. Ambos parecían ciegos a los murmullos y a la especulación que aquella escena estaba suscitando.

-¿Dónde diablos te habías metido? -preguntó él con la respiración entrecortada, fuera de tono, a dos pasos de ella. Emanaba de él tensión a manos llenas. Escrutó el rostro de Roberta y preguntó-: ¿Pero por qué quiero estar con vos justo ahora?

-¿Será que se ha convertido en una mala costumbre eso de vigilarme para que no llame por teléfono? -preguntó Roberta.

En ese instante Mia se acercó a ellos a paso lento. Roberta se ruborizó bajo su atenta mirada, inquisitiva y fría. Se sentía incómoda en presencia de aquella mujer, aunque no sabía por qué.

-La señorita Pardo parece exhausta, Diego. Estoy segura de que apreciaría mucho si pudiera retirarse a descansar.

-Sí, sí... me gustaría -intervino Roberta. La bella rubia sonrió y miró a Roberta con aprobación. Diego llamó a una criada con un imperioso gesto de los dedos.

-Te veré más tarde -dijo Diego volviendo a entrar en el salón

¿Por qué sentía como si lo estuviera abandonando?, se preguntó Roberta inquieta y molesta mientras seguía a la sirvienta. Apenas lo conocía, ¿qué estaba pasando? La sirvienta la llevó hasta un ascensor que había en el vestíbulo. Bajaron en él y luego atravesaron un corredor que las llevó directas al jardín. Intrigada, Roberta siguió a la chica por un sendero en pendiente hasta un pequeño edificio justo a la derecha de una franja de arena dorada. Era un lugar de ensueño. El interior estaba maravillosamente fresco. Era una especie de casa de invitados, pensó Roberta admirando el espacioso salón. Con grandes ventanas y contraventanas que la protegían del sol, cómodos sofás y suelo de mármol. No había cocina, sólo un frigorífico escondido y bien surtido. Y dos dormitorios con baño tipo suite. Sus paquetes estaban de hecho ya en uno de ellos.
Roberta aprovechó la oportunidad para tomar una ducha y tratar de olvidarse de todo. Sin embargo Diego volvía a su mente una y otra vez. Su imagen se mantenía ahí, negándose a desaparecer. De pronto recordó la forma en que se había acercado a pasos agigantados hasta ella y se echó a temblar negándose a analizar su propia respuesta. «¿Por qué quiero estar con vos ahora?», había preguntado él incrédulo. ¿Y por qué lo había esperado ella conteniendo el aliento?

Aquélla no era la forma en que tenía por costumbre comportarse con el sexo opuesto. De hecho Diego debería de haberse hundido como una piedra bajo el peso de sus prejuicios. Roberta siempre desconfiaba de los hombres atractivos, y era muy consciente de que los hombres ricos veían a las mujeres como trofeos. Su propio padre había sido uno de ellos. Sin embargo de pronto se veía forzada a admitir que ni siquiera sus más fuertes convicciones tenían porqué influir sobre su comportamiento.

Diego irradiaba magnetismo, aunque eso no excusara el hecho de que se hubiera comportado como una colegiala. En la vida real Cenicienta hubiera contemplado a su príncipe de lejos, fuera de su alcance, bailando con una princesa. No, Diego no era un ser superior para ella, pero era una persona tan fría, despiadada, dura y con tan alto estatus que resultaba completamente fuera de su alcance. Se sentía atraída hacia él, eso era todo.

Roberta se puso el camisón de tirantes y salió fuera. La sirvienta volvió a aparecer con una bandeja. Roberta comió con apetito y luego se acurrucó en el sofá para caer dormida. La llegada de otra bandeja de comida fue lo que la despertó. No tenía hambre. El sol comenzaba a ponerse, no podía creer que hubiera estado durmiendo toda la tarde. No iba a poder dormir durante la noche, y era una lástima no haber aprovechado para salir a pasear y ver la playa.

Roberta rebuscó por entre los CDs almacenados junto al equipo de música. Sonrió para sí misma y puso uno de flamenco recordando las interminables clases que su madre le había obligado a tomar.
Bailar era el mejor modo de exteriorizar las emociones. Dejó que el ritmo invadiera su cuerpo y fluyera por él creando una serie de movimientos experimentales y después relajó los músculos.
Entonces, justo con el ritmo más rápido, se dejó llevar por la pasión de la música. Su respiración era entrecortada y rápida, tenía los músculos tensos y la piel sudorosa. De pronto, al terminar la música, Roberta se detuvo. Dejó que su cabeza cayera y arqueó la espalda en una curva perfecta.

-Eso ha sido increíble... -comentó Diego en un murmullo lleno de énfasis, con voz ronca. Roberta giró sobre sus talones mientras su mirada ausente desaparecía para adquirir una expresión de desconcierto. Diego estaba de pie, entre sombras, cerca de la puerta. Se había quitado el saco y la corbata, pero aún parecía una estatua de bronce-. Ha sido extraordinario, con tanta pasión en cada movimiento... cada gesto cuenta una historia.

Un ligero rubor subió a las mejillas de Roberta, que se enfadó.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora