Capitulo 21

429 36 4
                                    

Aquél era un día húmedo, y en la tienda no había un solo cliente.

-¿Una taza de té, Roberta? -preguntó Horace Barry .

-Gracias, sí.

Roberta observó caer la lluvia mientras sorbía el té desde detrás del mostrador. Había vuelto a casa dos días atrás, pero lo ocurrido en la isla de Chindos la obsesionaba cada día más. El sexo era algo demasiado peligroso como para jugar con él, eso siempre lo había sabido. Siempre había creído que la intimidad física era algo que pertenecía por entero a las relaciones estables. Era humillante reconocer que se había acostado con un hombre al que conocía sólo desde un día antes. Había hecho una elección y, confiando en los sentimientos más que en la razón, se había equivocado. Hubiera debido de mantener a Diego a distancia, y si el accidente de sus relaciones tenía consecuencias la culpa sería únicamente suya.

El señor Barry se fue pronto a casa. Justo antes de la hora de cerrar llegó un repartidor con un ramo de flores.

-¿La señorita Roberta Pardo?

-No creo que sea yo la Roberta Pardo que buscas.

-Pues la dirección es ésta.

El corazón de Roberta comenzó a martillear deprisa al comprender que sólo había una persona que pudiera mandarle flores. Roberta suspiró y sacó la tarjeta del sobre. Sólo había escritas seis palabras:
«De parte del pastor de cabras». Primero se puso blanca, luego colorada. Después rompió la tarjeta en pedazos y la tiró a la papelera.
Evidentemente las rosas significaban para Diego una disculpa. ¿Acaso había descubierto que no había sido ella la fuente de la filtración? Alguien, seguramente, se lo había demostrado, porque él no había albergado duda alguna sobre su culpabilidad. No, Diego no había vacilado en creer que aquella escurridiza mujer de la limpieza le había mentido, engañado y finalmente traicionado. Esperaba que hubiera perdido un montón de dinero en aquella operación. De pronto el teléfono sonó.

-Quisiera hablar con Roberta...

Roberta se quedó helada al reconocer la voz. El silencio pareció llenar la atmósfera
.
-¿Qué queres?

-Estaré de vuelta esta noche, hacia las nueve. Quiero verte.

-No hay nada que hacer - tartamudeó ella tras una pausa.

-Roberta... -respiró Diego, pronunciando su nombre de un modo que la hizo temblar.

-¿Sigue Lupita en su puesto de trabajo?

-Sí.

-Bien... -suspiró ella aliviada, soltando el aire contenido-. ¿Significa eso que puedo volver yo también a mi empleo?

-Eso lo discutiremos más tarde...

-Diego, no vamos a volver a vernos nunca más - aseguró Roberta acalorándose por momentos-. Todo lo que tengo que decirte te lo puedo decir ahora mismo, por teléfono: ¡me debes un puesto de trabajo!

-Puedo buscarte algo alternativo...

-Escucha, ¿qué hay de malo en que siga trabajando en la octava planta? ¿Crees que voy a ir por ahí cuchicheando sobre ti? ¡Debes de estar bromeando! ¡No confesaría ni aunque me dieran una descarga eléctrica!

-Hablaremos de eso esta noche.

-No voy a volver a verte. ¡No quiero volver a verte! Estás tratando de asustarme, y no voy a permitirlo. Si no me dejas volver a mi puesto de trabajo iré a un tribunal y te acusaré de despido improcedente.
Conozco mis derechos, Diego.

-Roberta acabas de decirme que no confesarías ni aunque te dieran una descarga eléctrica -le recordó él.

-¿Acaso has creído que pensaba decir toda la verdad? ¿Una mentirosa tan escurridiza y convincente como yo? ¡Por supuesto que mentiría ante un tribunal!

Un silencio tenso volvió a reinar.

-Si queres volver al trabajo la semana que viene yo no voy a interponerme en tu camino -contestó Diego haciendo una concesión con evidente exasperación.

-Voy a volver esta noche. Vos sencillamente olvídate de que nunca nos conocimos. Yo, desde luego, ya lo he olvidado -afirmó Roberta colgando el teléfono.

¿Acaso creía que le importaba si había encontrado o no a la persona responsable de la filtración? ¿De verdad imaginaba que una disculpa iba a cambiar las cosas? ¿Es que todos los hombres ricos eran igual de arrogantes? Roberta cerró la tienda sintiendo un tumulto de emociones en su interior y subió a su casa.
Lo último que necesitaba era ver a Diego. ¿Quién hubiera querido enfrentarse a la persona en cuya presencia había cometido el peor error de su vida? Roberta se preparó un sándwich y veinte minutos más tarde se dirigió al edificio Bustamante International a trabajar. Al entrar en el vestíbulo la enorme fotografía de él la ofendió. La supervisora, una mujer mayor, frunció el ceño al verla.

-Te tomaste el lunes libre sin decir nada a nadie - la censuró-. Ni siquiera llamaste para avisar de que estabas enferma. --Tendré que ponerlo en el informe para personal.

-Sí, lo sé, lo siento -se excusó Roberta culpando a Diego en silencio.

A mitad del turno Roberta se tomó un descanso y bajó a tomar café a la planta baja. Lupita se dejó caer en un asiento a su lado.

-¿Dónde te metiste el lunes por la noche?

Me preocupé mucho cuando no bajaste a tomar café. Estaba asustada, como me contaste eso del ejecutivo...

-¿Qué ejecutivo?

-Ya sabes, el que te molestaba, ese Javier. El otro día, en cuanto me puse a trabajar en tu planta, se me acercó y me preguntó dónde estabas.

-¿Cómo dices? -preguntó Roberta pálida.

-Tuve que decírselo, cariño. ¿Subió a buscarte?

-No lo sé... yo no lo vi -musitó Roberta preguntándose de pronto si habría sido Javier quien había escuchado la conversación de Diego

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora