Capitulo 42

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Pero era demasiado tarde. Roberta se había acercado al diario lo suficiente como para reconocer una fotografía de su boda junto a otras más pequeñas, y entre ellas una de su padre, Salvador Pardo, saliendo de un Mercedes. Era la primera vez que Roberta lo veía en el plazo de cinco años.

-No creo que debas de leer esto, te vas a poner furiosa -dijo Diego soltando el aire contenido.

Roberta se quedó mirando el diario atónita. Había una foto de la humilde calle en la que ella había nacido y se había criado. Y debajo ponía: «Desde la pobreza... hasta más allá de la avaricia. ¿Cómo? ¡Con un bebé de un millón de dólares!»

-¡Oh, no... -exclamó Roberta temblando y sintiendo náuseas debido al shock y a la humillación por lo que todo el mundo leería esa mañana.

-No es precisamente el modo en el que me hubiera gustado anunciar la llegada de nuestro primer hijo -comentó Diego en voz baja y cargada, apenas contenida.

-No...

-Si me hubieras avisado de cuánto escándalo había en tu pasado quizá habría podido protegerte y ocultar al menos una parte.

Roberta se estremeció al escuchar cierta censura en el tono de voz de Diego, pero al leer el artículo no pudo reprochárselo. Resultaba nauseabundo. Habían incluido en él toda la cruda verdad, pero también un montón de mentiras y de exageraciones.

-Para empezar ni siquiera tenía idea de que tu madre y vos estuvieran casi marginadas en la ciudad en la que vivíais.

-Diego... era una ciudad muy pequeña, y mi madre era una madre soltera... no era aceptable para la gente - contestó Roberta aclarándose la garganta, a punto de llorar-. Y mi abuelo murió debiendo un montón de dinero a los comercios locales. Es imposible que contara con la simpatía de la gente en esas circunstancias. Además, cuando los vecinos veían a mi padre... bueno, todo el mundo sabía que estaba casado.

-¿Por qué no me dijiste que tu padre rechazó a tu madre y se casó con una secretaria joven al poco de morir su primera esposa? -inquirió Diego.

Diego parecía concentrarse en sus tristes antecedentes más que en las ofensas y crueles comentarios sobre su situación actual. Decían de ella que era una caza fortunas que había conseguido echarle el lazo a un hombre rico y que se había aferrado a él con las dos manos. Aquello la ponía enferma.

-Roberta.. -insistió Diego.

-Bueno, para ser sinceros... no es algo que me guste recordar precisamente - tartamudeó Roberta herida -. Mi padre ni siquiera se molestó en decirle a mi madre que había otra mujer en su vida, ella se enteró por los diarios. Y se quedó destrozada.

-Sí, pero yo hubiera preferido saber por vos que se quitó la vida.

-¡Eso no es cierto! -gritó Roberta volviéndose hacia él temblorosa y enfadada-. Estaba tomando medicamentos para la depresión, vivía en su pequeño mundo interior. Un día salió a la calle y llegó a un cruce casi sin mirar, y fue entonces cuando la atropellaron.

Diego la observó con ojos ardientes y puños cerrados.

-Vos entonces tenías dieciséis años. ¿Cómo te las arreglaste sola siendo tan pequeña?

-Mi adorado padre mandó a su abogado para que arreglara todo lo del funeral. Él no asistió, por supuesto.

-Y luego, ¿qué? ¿Por qué dejaste el colegio?

-¿Qué otra alternativa tenía? -preguntó a su vez Roberta sorprendida.

-Tu padre debería de haberse asegurado al menos de que completaras tu educación...

-¿Y por qué iba a hacerlo después de pasarse dieciséis años demostrándome que yo no significaba nada para él? Tenía miedo de que su mujer descubriera mi existencia y lo echara de casa. Todo el dinero era de ella -explicó Roberta.

-¿Entonces qué hiciste cuando murió tu madre?

-Vivíamos en un piso de alquiler, así que lo vendí todo y me marché a Buenos Aires. Estuve en un albergue hasta que encontré un empleo con el señor Barry. Y al año siguiente él me ofreció la casa de encima de la librería. Diego, ¿por qué estamos hablando de mi infancia? -preguntó Roberta observándolo irritada-. Yo nunca te he contado ninguna mentira. Quizá no te contara todos los detalles, pero no te he ofendido.

-En este momento desearía estrangularte -confesó Diego con ojos brillantes-. Preferiría hablar de otra cosa, quizá así vaya calmándome.

Roberta frunció el ceño llena de confusión. ¿Acaso la culpaba a ella por el artículo? ¿Pero cómo podía hacer algo así? Roberta finalmente se lo preguntó, segura de haberlo interpretado mal.

-¡Por supuesto que te culpo! -replicó Diego lleno de ira ante una pregunta que evidentemente consideraba estúpida.

-Pero... ¿por que?

-Te han seguido la pista, Roberta. Si ahora mi imagen no es buena es porque vos, con tu falta de discreción, nos has traído toda esta infamia a los dos.

-¿Falta de discreción? -repitió Roberta pálida.

-¡Matías ni siquiera le contó a Anita que estabas embarazada! Sabe que su mujer es una cotorra. Y ahora yo me entero de que mi mujer no sabe guardar un secreto. ¿A cuánta gente has ido contándole que estás embarazada?

-¡A nadie!

-No puede ser, se lo tienes que haber dicho a alguien, pongo la mano en el fuego por Matías. La prensa nunca habría podido enterarse de todo esto tan deprisa si no hubiera sido porque ha salido de tu boca.

Roberta recordó entonces haberle dicho a Javier que esperaba un niño él, inmediatamente, se ruborizó. Diego la observaba atento, sin perder detalle. Pero la mente de Roberta siguió reflexionando acelerada. Javier conocía su embarazo, pero no sabía nada sobre su infancia. De pronto se quedó inmóvil y lo comprendió todo de súbito. No podía creer que hubiera sido tan estúpida como para no adivinar antes quién estaba detrás de todo.

-¿A quién? Roberta, quiero una confesión completa. Sólo entonces me calmaré -añadió Diego haciendo una promesa poco seguro de cumplirla.

Roberta lo observó en silencio. Si decía el nombre de la persona que, de hecho, era ya terreno peligroso dentro de su relación, Diego estallaría. Sin embargo tenía que defenderse.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora