Capitulo 17

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-Respondes como si te murieras por mí -dijo él con orgullosa satisfacción.

Roberta lo observó bajarse la cremallera del pantalón. Sus ojos se abrieron inmensamente, sintiéndose de pronto cohibida. Segundos más tarde unos calzoncillos negros se deslizaron por las estrechas caderas, y Roberta vio por primera vez un sexo masculino excitado y completamente erecto. Y aunque Diego era aún más bello de lo que jamás hubiera imaginado también le resultó amenazador. Tardíamente consciente de su propia desnudez, Roberta se sentó y tiró de la sábana para ocultarse bajo ella. Su corazón latía acelerado.
Saber que no era sino una inexperta le producía pánico. Diego volvió a la cama con movimientos naturales, sin ninguna inhibición. En realidad Roberta dudó de que él, en alguna ocasión, hubiera necesitado de un dormitorio en el que esconderse.

-Sos tímida -murmuró Diego casi con ternura, quitándole la sábana para unirse a ella, concediéndole poca importancia a ese sentimiento.

-Sí... Diego ...

-Quiero verte -confesó él estrechándola contra su cuerpo duro, poderoso y abrasivo, con un brazo posesivo-. Estás temblando...

-Me pones nerviosa.

Diego enredó los dedos en el espeso cabello de Roberta y atrajo su boca hacia sí saboreándola en profundidad hasta que la cabeza de ella se inclinó llena de pasión y todos sus nervios desaparecieron. Y entonces él elevó la mirada y sus ojos quedaron prendados en los de ella.

-Esto no es simplemente una noche de locura, es algo excepcional, algo especial. Yo no tengo por costumbre acostarme con las mujeres así -aseguró él con ronca sinceridad.

Roberta levantó una mano temblorosa y le apartó el cabello de la sien. Tenía el corazón en un puño. No podía creer que él pudiera tener tanto poder sobre ella, que al fin un hombre la tuviera pendiente de cada una de sus palabras, esperando y rezando para que fuera digno de su confianza. Saberlo resultaba aterrador, pero cuando él sostenía su mirada o la acariciaba ni una sola fibra de su cuerpo podía resistírsele.

Diego recorrió con una mano todo su cuerpo tembloroso. Ella se estremeció y jadeó. Su cuerpo estaba tan completamente preparado que una sola caricia bastaba para despertarlo. Cuando él jugueteó con el triángulo de plata que formaban sus piernas ella gimió y dejó que su rostro se hundiera sobre el hombro de él. Diego siguió el rastro hasta el mismo centro de su ser, cálido e hinchado, con devastadora experiencia, llegando al punto más sensible. Y en ese momento Roberta se vio perdida sin remedio, atormentada por un cúmulo interminable de sensaciones que pronto se convirtieron en una tortura sin fin.

-Estás tan cerrada - musitó Diego con un gemido sensual y gozoso.

La urgencia de aquel deseo resultaba insoportable. Roberta estaba completamente fuera de sí, con la respiración entrecortada, sujetándose a cualquier parte de él que lograba agarrar.

- Diego, por favor... -gimió desesperada. Diego se deslizó sobre ella colocándola sobre la cama.

Roberta se debatió con ojos brillantes, exultante de feminidad, sintiendo el férreo control de Diego y su rendición. Un hambre fiera la abrumaba en ese instante sin vergüenza. Y entonces él la penetró y el punzante y apasionado dolor de aquella invasión la hizo llorar de sorpresa. Diego se quedó muy quieto. Unos ojos atónitos la miraron de lleno.

-¡Cristos... es imposible que seas...!

-Ya no...

-Te gusta sorprenderme, ¿verdad? -preguntó él con una llama de fuego primitivo en la intensa mirada.

Roberta estaba ruborizada al máximo, era completamente consciente de cada uno de los pequeños movimientos que él hacía abriéndose paso hambriento por su interior.

-Ahora no puedo hablar -musitó atenta por completo a cada uno de los detalles de aquella nueva experiencia fascinante.

Diego rió a carcajadas. La besó en lo alto de la cabeza y comenzó a demostrarle cuán excitante podía ser aquello. Una necesidad cruda, fuera de control, iba poseyendo a Roberta cada vez con más fuerza. Apenas podía respirar. El mundo hubiera podido tocar a su fin y nada hubiera importado excepto aquella vibrante experiencia. La intensidad del placer la volvió loca hasta que, finalmente, llegó al borde de la excitación y una ola de paroxismo la liberó.

-Deberías de haberme dicho que era la primera vez, pethi mou -pronunció Diego apenas sin aliento.

-No me pareció importante -musitó Roberta evasiva, disfrutando del modo en que él la abrazaba contra su cuerpo ardiente, cálido y húmedo, llorando contenta de que él no pudiera verlo.

¿Acaso era posible enamorarse en el plazo de veinticuatro horas?, se preguntó Roberta ensoñadora, luchando por reconocer a la nueva persona que sentía nacer en su interior, pero demasiado contenta y satisfecha como para sentir como una amenaza aquel cambio.
¿Algo especial? ¿Pero cómo de especial? Roberta sabía perfectamente cuánto de especial era Diego para ella. Hubiera deseado poder envolverlo en una sábana de amor y abrazarlo hasta la muerte, nunca había sentido nada igual.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora