Capitulo 9

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De pronto Diego la vio mirándolo y frunció el ceño. Roberta se encogió asustada sintiendo de pronto que le faltaba el aliento. Sin embargo aquella era uná sensación nueva para ella, como si estuviera al borde de la más pura excitación, incapaz de apartar los ojos de él. Era una excitación enfebrecida. El corazón le latía acelerado en los oídos mientras la boca se le quedaba de pronto seca. Una llama ardiente se retorció en su interior dándole color a su semblante.

-Son las tres de la madrugada en Grecia, deberías tratar de dormir -murmuró Diego con voz espesa.

El sonido de aquella voz profunda y masculina fue como miel para los oídos de ella, la hizo estremecerse. Parpadeó y se puso en pie.

-¿Dormir?

Diego alargó una mano y pulsó un botón. Sus alucinantes ojos estaban semiocultos por las espesas pestañas. Roberta se sintió intensamente violenta. Mientras se ponía en pie, mirando a todas partes menos a él, apareció una azafata que la guió hasta un compartimento con una cama.
Roberta se dejó caer al borde de ella, desconcertada ante la poderosa reacción de sus pechos y de sus pezones, completamente tensos. Nunca en la vida la había mirado ningún hombre haciéndola sentir
una excitación y una urgencia tan fuertes y poderosas. Pero Diego lo había conseguido.

Roberta estaba perpleja ante aquel descubrimiento, y tan avergonzada de su reacción física que había sido incapaz de controlarse. ¿Acaso se había dado cuenta él de lo sucedido? Cerró los ojos con fuerza.
Estaba asustada ante la sospecha de que Diego no sólo lo había notado, sino que además había querido perderla de vista precisamente por eso.
Un par de horas más tarde una voz insistente y suave despertó a Roberta de un sueño poco reparador.

-¿Señorita Pardo...?

Roberta se incorporó y se apoyó lentamente sobre los codos. La azafata asomaba la cabeza por la puerta con expresión insegura y una bandeja en las manos, Roberta se incorporó otro poco más y sonrió
aceptando el ofrecimiento.

-Gracias...¿sí?

-Nosotros... bueno, el personal de vuelo y yo nos preguntábamos si querría usted quizá despertar al señor Bustamante -señaló la azafata-. Aterrizaremos dentro de quince minutos, y naturalmente ninguno de nosotros quiere molestarlo...

-¿Molestarlo? -inquirió Roberta preguntándose por qué le hacía aquel extraño ruego.

-Alguien tiene que despertar al señor para que se vista para el funeral.

-¿El funeral? -repitió Roberta.

-Me temo que este vuelo va muy retrasado, señorita . Entre el retraso sufrido en aeropuerto y el de aquí, a la hora de aterrizar, no queda tiempo. El señor Bustamante tendrá que asistir al funeral directamente desde el aeropuerto. Espero que no lo considere una intromisión, pero quería decirle que todos nos alegramos mucho de que el señor Bustamante tenga a alguien en quien apoyarse en estos momentos -añadió volviendo a salir.

Roberta se quedó mirando al vacío, completamente despierta. De modo que Diego viajaba a Grecia para asistir a un funeral. Y ésa era la razón por la que le había comprado tanta ropa negra. El personal de vuelo debía de haber llegado a la conclusión de que ella era una persona importante para Diego simplemente por el hecho de que lo acompañaba. Y recordaba haberle oído decir que, precisamente en ese viaje, no deseaba tener compañía. Roberta no podía dejar de preguntarse de quién sería el funeral.

Tras dejar la bandeja del desayuno a un lado Roberta se levantó y se apresuró a entrar en el baño. Le hubiera encantado tomar una ducha, pero no había tiempo. Sacó el traje negro y se lo puso. El aspecto que adquirió con él la dejó atónita. La chaqueta se le ajustaba como un guante, marcándole la cintura, destacándole los pechos. Y la estrecha pollera se le pegaba a cada curva. Estaba fantástica. Roberta se ruborizó mientras se miraba al espejo. Aquello era vanidad y superficialidad.

Volvió a la zona de pasajeros y vio a Diego dormido en una posición imposible en el sillón. Apenas cabía con aquellas largas piernas. Su corazón se enterneció. Él se había quitado la corbata y la chaqueta, y llevaba la camisa de seda abierta. El escote y el mentón, con la sombra de una barba naciente, le hacían parecer más joven, más accesible. Y además parecía exhausto. Le hubiera ido bien la cama de no haber estado ella. Roberta se puso tensa. Todo el personal de vuelo temía molestarlo e inmiscuirse en su dolor, y ella no había hecho otra cosa desde el momento de conocerlo. Se sentía culpable. Era natural que no hubiera estado de humor. Puso una mano sobre su hombro y lo sacudió. Sus largas pestañas se levantaron lentamente. Diego suspiró y miró el reloj. Se puso en pie y se dirigió al compartimento en el que estaba la cama.

-¿Señor Bustamante? -lo llamó Roberta. Diego se quedó quieto, pero no contestó-. No sabía que ibas a un funeral.

-¿Es que no lees los diarios? -preguntó él dándose la vuelta con el ceño fruncido.

-No, no tengo tiempo
.
-Es el funeral de mi padre.

Roberta respiró hondo, pero eso no la hizo sentirse mejor. La circunstancia no podía ser peor. Era natural que hubiera deseado estar solo, pero entonces, ¿por qué había insistido en que lo acompañara? Hubiera deseado comprender por qué aquella información que había oído era tan importante. Diego había estado trabajando hasta la noche antes del funeral de su padre. ¿Acaso su muerte había sido repentina? ¿No hubiera debido de estar antes con él?

Eran más de las siete de la mañana cuando Diego y Roberta aterrizaron en el aeropuerto de Atenas. El sol lucía brillante. Los guardias los saludaron con gesto grave al pasar la aduana, y pronto una ola de periodistas con cámaras, gritando, se acercó a ellos. Sólo unos cuantos guardias los contenían. Roberta se quedó helada al sentir los flashes de las cámaras. Diego puso un brazo alrededor de sus hombros y la guió por el aeropuerto imperturbable, sin contestar a una sola de las preguntas que le dirigían en todos los idiomas.

-¿Quién es la mujer que lo acompaña? -oyó Roberta que preguntaba un hombre en inglés

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora