Capitulo 14

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-Deberías de haberme dicho que estabas aquí... ¡no tenías derecho a observarme en silencio!

-No quería interrumpirte... -contestó Diego con un brillo en la mirada, que quedó fija sobre los labios rosas de ella.

Roberta abrió la boca. Una tensión comenzaba a apoderarse de su cuerpo y del aire.

-Ésa no es excusa... -protestó ella.

-Cristo, ¿hay algún hombre que te haya interrumpido y siga vivo? -preguntó Diego echando atrás la cabeza sin dejar de contemplarla.

Roberta estaba tan tensa y tan quieta que podía sentir cada uno de los latidos de su corazón. Su mirada colisionó con la de él y sintió que la intoxicaba. Mareada y desorientada, fue incapaz de pronunciar ninguna frase con sentido como respuesta. De hecho le resultaba tan difícil seguir pensando que sencillamente se quedó mirándolo.
Pero su cuerpo sí que respondía. Sus pulmones respiraron hondo arriba y abajo, y sus pezones se tensaron prominentes.

Diego dejó que sus ojos vagaran hambrientos por aquel bello rostro y después, a paso lento, por la esbelta figura. La tela del camisón colgaba de los tirantes como una segunda piel, trasparentando la
lujuriosa figura, moldeando sus pechos y pezones, ajustando las caderas y la línea de sus muslos. La sexualidad de aquella mirada fija cautivó a Roberta que, llena de excitación, se sintió incapaz de
resistir.

-Verte bailar ha sido la experiencia más erótica que jamás haya vivido fuera de una cama - confesó Diego-. Nunca he sentido una necesidad como ésta de poseer a ninguna mujer. En este preciso instante estoy disfrutando como un loco adolescente ante la maravilla de sentir algo tan intenso.

Roberta se echó a temblar, atónita ante lo directo de aquella declaración, incapaz de pensar. ¿Adolescente? ¿Diego Bustamante un adolescente? ¿Qué clase de acercamiento era ése? Roberta miró involuntariamente para abajo y se quedó helada. Apenas llevaba nada, y sin embargo no había sentido ninguna necesidad de taparse nada más verlo.
De pronto, precipitadamente y con el rostro todo colorado, Roberta tomó lo primero que encontró en el sofá y se envolvió como si fuera una sábana. No era de extrañar que Diego se acercara a ella a pasos agigantados. Los hombres apenas distinguían o pensaban nada cuando una mujer se vestía para provocar. De hecho Roberta estaba convencida de que la mayor parte de los hombres vivían constantemente al borde de la tentación.

Diego dejó escapar una risa suave, irónica. Sus fuertes rasgos ya no mostraban tensión alguna. Observaba a Roberta, de pie con aquellos hermosos ojos verdes y el rostro ruborizado.

-Medio niña, medio mujer. ¡Qué combinación más confusa!

-Deja de hablar así -lo urgió Roberta evitando su mirada-. No sabes lo que dices. Fingiré que no te he oído, sé que no podes evitar ser como sos, así que no voy a ofenderme...

-Quizá no sea éste el momento más apropiado para decirte que vos sos la única luz que ha brillado para mí en un día oscuro como éste - respiró Diego mientras se alejaba de ella.

-Eso es porque soy una extraña para vos... ¿es que no te das cuenta? -continuó Roberta con voz temblorosa, emocionada a su pesar por la sinceridad del comentario-. No tengo ninguna expectativa sobre vos, no conozco tu vida. No te pido nada, ni hago juicios.

-Al contrario, no dejas de hacer juicios arbitrarios sobre mí -la contradijo Diego.
-Me voy a dar un paseo por la playa -declaró Roberta sintiéndose embargada por la tormenta emocional que comenzaba a desarrollarse en su interior.

Roberta abrió la puerta y salió. La luz de la luna se reflejaba en la superficie del agua susurrante de la playa. Era una noche clara, cálida y sin brisa. Caminó descalza por la arena y trató de luchar contra el tumulto interior que él había desatado. Era plenamente consciente de lo que él sentía y por lo que estaba pasando.
La forma en que Diego la miraba era como para quedarse helada, como para asustarse. Pero era también como para quedarse electrificada. La hacía sentirse como borracha incluso cuando no estaba presente. Era como si un loco y fatuo pensamiento se hubiera apoderado de ella hasta robarle el sentido común. En el plazo de veinticuatro horas Diego había vuelto todo su mundo del revés, había derribado todas sus defensas, había sacado de ella todo un mundo de vulnerable emociones que por lo general guardaba bajo llave en su interior.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora