Capitulo 38

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-No -suspiró Diego-. Una vez más yo me he apresurado a juzgarte, y lo siento. Te aseguro que no me había dado cuenta de como te sentías.

Era maravilloso comprobar el efecto que causaba una pequeña explicación. Roberta observó a Diego mientras levantaba su mano y se la llevaba a los labios. Su corazón pareció henchirse de pronto y latir acelerado, y una sincera y sencilla ola de júbilo la inundó.

-Y encima ni siquiera tienes familia propia que te apoye -añadió Diego serio.

-A mi madre le hubiera encantado la ceremonia... - sonrió Roberta.

-Diste en el blanco cuando dijiste que no tengo tacto -concedió Diego atrayéndola a su lado y suspirando-. ¿Has hecho el amor alguna vez en una limusina?

-¡Sí, por supuesto! ¡No deseo más que entrar en el Savoy con el maquillaje corrido y el pelo revuelto!

-Podría persuadirte...

-Pero no lo harás. Vas a resistir como un mártir hasta esta noche...

En el hotel Roberta y Diego saludaron a cada invitado que iba llegando. Roberta sostuvo una decidida sonrisa al ver aparecer a Mia, que se inclinó a besarla con total seguridad en sí misma y siguió su camino. Aquello enervó a Roberta.

-Trata de comprender cómo se siente ella -observó Diego.

Roberta sonrió y se ruborizó. Le molestaba que Diego tuviera que reprenderla cuando había tratado por todos los medios de mostrarse tranquila y amable. Sin embargo nunca había sabido ocultar sus sentimientos. Tenía la sensación de que sobre ella pesaba un estigma imborrable: Diego creía que había mentido sobre lo ocurrido en su primer encuentro a solas con Mia.
¿Pero acaso no era posible que la rubia hubiera perdido por una vez los nervios y que se arrepintiera?, se preguntó Roberta decidiendo ser más generosa con ella.

Matias Ferrairo, el padrino, le presentó a su mujer, Ana Laura. Era morocha y extrovertida.

-Me hubiera gustado conocerte antes de la boda, incluso pensé en llamarte, pero no me atreví. Supuse que estarías muy ocupada con los preparativos.

-Lástima, me hubiera encantado -contestó Roberta.

Tras las presentaciones y unos cuantos ratos de charla todos se sentaron a la mesa.

-Anita y Matías son una pareja estupenda - comentó Roberta en un susurro, sentada en la mesa principal-. ¿Desde cuándo los conoces?

-Desde los diecinueve años. Tuve un accidente de coche, y Matías estaba de guardia como estudiante de medicina en el hospital -explicó Diego curvando los labios en una sonrisa.

-¿Qué es tan divertido?

-Sólo tenía una contusión, pero mi padre estaba muy angustiado cuando llegamos -recordó Diego-. Actuaba como si Matías me hubiera salvado la vida, y desde entonces nos hicimos amigos. Me hubiera gustado que mi padre te conociera -añadió mirándola a los ojos intensamente.

-No, no lo creo -respondió Roberta-. Tu padre te habría encerrado antes de dejar que te casaras con una persona como yo.

-¿Qué quiere decir eso de «una persona como yo»?

-Bueno, es sólo un modo de hablar. Vos siempre te viste protegido por tu familia, para mí, en cambio, fue todo lo contrario.

-No es de extrañar que te cueste confiar en mí, después de eso.

-No, la mayor parte de la gente en la que he tratado de apoyarme se ha desmoronado -confirmó Roberta.

-Yo no me desmoronaré, Roberta. Tenes que aprender a confiar en mí, pethi mou.

Diego había dicho aquello en serio, y sin embargo era él quien no confiaba en ella. O al menos su palabra no tenía para él el mismo peso y valor que tenía la palabra de Mia. No obstante no era el momento de pensar en ello. Por fin estaban casados, pero aún era pronto. El tiempo acabaría por resolver ese problema. Roberta no sabía que Diego vería a Mia a menudo en el futuro, y era demasiado práctica como para arruinarlo todo a corto plazo sólo por aquello. Un matrimonio reciente era algo frágil. ¿No era una estupidez ponerlo a prueba sólo por Mia?

Horas más tarde Roberta se cambió de vestido en una habitación reservada del hotel y se puso la ropa de viaje. Al volver a la sala de invitados Diego la observó con una expresión de aprobación.

-Bueno, ya es hora de que tires tu ramo de flores.

-No, quiero conservarlo.

Había tanta gente que quería despedirse de Diego antes de que se marcharan de luna de miel que por un momento ambos se separaron. Roberta observó a Diego de lejos reír a carcajadas, y sintió una punzada de júbilo al verlo feliz y relajado. Era la imagen perfecta de un recién casado. Pero justo entonces, detrás de ella, una fría voz señaló:

-Me das lástima, Roberta. Hacer de mujerzuela en la cama no va a servirte para retener a Diego, y no tenes nada más que ofrecerle, ¿no crees?

Roberta se quedó helada, paralizada.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora