Capitulo 16

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Roberta tenía la mente en blanco, los ojos cautivos en las pupilas de él. Su corazón zozobraba, tenía el pulso acelerado. El mareo y la euforia se apoderaron de ella. Levantó una mano insegura y la posó sobre la mejilla de Diego con un vergonzoso sentido de la posesión por completo nuevo para ella. Sus dedos extendidos celebraron la dura tersura de su piel, sus pupilas dilatadas buscaron cada uno de los detalles de él que podían apreciarse a aquella distancia.

Las largas y negras pestañas, la expresión dramática de sus cejas, oscuras y bien definidas, la belleza masculina de su cráneo y de su estructura ósea, la perfección, recta y arrogante, de su nariz. Roberta acarició el mentón agresivo con una ternura asombrosa, absorbida por entero en la tarea. Nunca nada le había parecido tan natural.

-Sos realmente hermoso -dijo sin poder evitarlo. Diego la puso encima de algo firme y deliciosamente confortable y luego se tumbó sobre ella. Se quedó contemplando su mirada perdida con ojos ardientes y, gimiendo, dijo:

-Cuando te quité ese pañuelo de la cabeza pensé que eras la cosa más perfecta que jamás hubiera visto en mi vida. Tu pelo, tu piel, tus ojos. Me dejaste completamente fascinado...

-Pues supongo que vos me estás dejando fascinada a mí ahora- tartamudeó Roberta comprendiendo de pronto que estaba sobre una cama en una habitación en penumbras y sintiendo un desmayo.

-Bajo esa superficie dura sos muy dulce... - continuó Diego inclinando la cabeza orgullosa.

Roberta hubiera podido perderse en aquellos ojos, hubiera podido sentir la debilidad que la clavaba a una hipnótica quietud. Diego tomó de nuevo sus labios abriéndoselos con la punta de la lengua. El corazón de Roberta retumbó y toda ella tembló, incapaz de respirar. Su sumisión fue absoluta, instintiva. No hubiera podido resistirse a la tentación de aquel beso ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Era como volver a nacer, y cada nueva sensación le resultaba tan fresca e intensa que se sentía atada sin remedio, esperando deseosa la siguiente.

-Tan dulce -jadeó él en voz baja mientras Roberta gemía y respiraba sofocadamente bajo su experta boca, con respuestas temblorosas.

Diego se quitó la camisa y elevó a Roberta hacia él, haciéndola sentarse. Roberta se puso tensa. Todo su campo de visión estaba lleno con aquel pecho ancho y bronceado que marcaba cada músculo antes de serpentear para convertirse en una fina línea sedosa sobre el estómago plano. Diego levantó sus manos y las puso sobre su pecho como si el hecho de que ella lo tocara fuera lo más natural del mundo.

-Diego... -dijo ella temblorosa mientras asombrosas olas de excitación la recorrían al conocer su calor con los dedos.

Había tanto por conocer, pensó Roberta sintiendo de pronto que todo aquello se le escapaba, que él la alentaba y esperaba a una amante experta.

-Tócame -la invitó él. Roberta se examinó las manos como si esperara que ellas solas, sin ninguna orden consciente, se apartaran de él. Pero Diego era tan fascinante, la hacía sentirse tan bien que fue incapaz.

-Vas... vas demasiado rápido para mí -musitó seria, sin comprender cómo podía ser que estuvieran casi desnudos en la cama.

-Si queres que me vaya me iré -dijo él poniendo una mano sobre las de ella.

Un miedo helado agarrotó a Roberta, que levantó la cabeza para encontrarse con aquellos ojos marrones y aquel rostro firme y anhelante. Apartarse o quedarse. No había término medio. Y si él se marchaba quizá nunca volviera a pedirle nada.
Quizá pensara incluso que ella lo había provocado en vano. Por fin Roberta pensó que si Diego no veía razón alguna para no disfrutar el uno del otro era porque no la había.

-Pero es que yo... -comenzó ella a decir sin saber muy bien cómo terminar, atemorizada pensando en que iba a parecer una virgen puritana y lo iba a echar todo a perder.

-Decídite -insistió Diego con urgencia, lleno de necesidad-. No soy de piedra, y ahora mismo me muero por vos...

Las manos de Roberta temblaron bajo las de él. No podía apartar los ojos de Diego. La intensidad de su mirada la derretía en su interior.

-Yo también te deseo... tanto.

Diego la posó con cuidado de nuevo sobre la cama.

-No te haré nada que vos no quieras que te haga.

-Por supuesto, pero...

-Abre tu boca para mí -la urgió él con voz rota.

Y Roberta lo hizo, captando de inmediato su fuego ardiente. No notó, en cambio, cuando él le deslizó los tirantes del camisón por los brazos. De pronto Diego se apartó para seguir bajando la prenda por sus caderas, y Roberta vio con asombro sus pechos desnudos y llenos, sus pezones rosas tensos.

-Sos exquisita -jadeó él. Diego volvió a ella y dejó que su dedo pulgar acariciara el hinchado pecho, que la palma de su mano lo abrazara con firmeza por debajo y, por fin, que su boca se cerrara sobre él. Y le causó tal cúmulo de sensaciones que Roberta gritó. Su cabeza cayó sobre la almohada, todo pensamiento se suspendió. Las manos de Roberta agarraron a Diego de los hombros mientras él acariciaba su sensible carne con la lengua, los dientes y los labios. De pronto era ella la que se moría por él, la que ardía como una loca por cada caricia certera, llevada por la más urgente necesidad, dejándose consumir por el fuego.

Diego rodó por la cama sin previo aviso y deslizó las sábanas hasta abajo, con los ojos fijos en la pálida y rosada piel del cuerpo de Roberta. Era como ser consumida visualmente. Roberta estaba excitada, apenas podía respirar, y sentía tal necesidad como nunca en la vida la hubiera podido imaginar. Los ojos de Roberta observaron a Diego, siguieron cada uno de sus movimientos. No podía soportar que se alejara de ella.

-¿Diego...? -musitó insegura.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora